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Unamuno

UnamunoLu Tolstova

Consejos sobre el arte de escribir como vocación y destino

Miguel de Unamuno propone cinco reflexiones en torno al oficio de la escritura priorizando evitar caer en expectativas de triunfo irrealizables

Maestro es alguien que inspira y despierta la curiosidad hacia la vida. Miguel de Unamuno hace en A un literato joven y otros ensayos (Guillermo Escolar, 2024) una de las tareas más nobles y placenteras: enseñar deleitando. Una incitación constante. Y así lo siente cualquiera que se sitúe en lugar del joven aprendiz al que, desde el inicio, sugiere dejar a un lado la ansiedad del triunfo rápido porque: «¡Ay de usted el día en que se le cumpla eso de llegar! Le empezará el retorno». Sentirá ese vértigo destructivo al reconocerse como uno más entre la masa. Si ante los halagos, entonces, «no se inmuta siquiera, es que están o él o usted muertos». Estará perdido ya que «le dirá usted siempre lo que creían que iba a usted a decirles y lo que querían que les dijese».

Cubierta de A un literato joven

Guillermo Escolar (2024). 61 páginas

A un literato joven y otros ensayos

Miguel de Unamuno

Este ensayo breve, que agrupa cinco reflexiones escritas entre 1903 y 1908, posee un indudable valor personal además de gran influencia en la formación literaria de aquel que abra sus páginas. El tiempo no ha deteriorado su frescura al aconsejar explícitamente sobre preceptiva literaria. Sólo cambian los ropajes y las tecnologías; el ser humano es el mismo.

Destaca la sinceridad contundente y brillantez verbal alentada por la riqueza simbólica de los recursos que emplea, como descripciones o citas que sirven de agudo desahogo. Anima así al aprendiz a seguir indagando. Unamuno está más vigente que nunca. Cualquiera diría que están dedicados a escritores tan en boga de obra rápida o instagramers, que mueren por un like en lugar de «estudiarse a sí mismos». Si está más vigente que nunca es porque es más necesario que nunca. El escritor advierte sobre erróneas decisiones: «Diferencie entre ser querido y admirado», aunque «a la edad de usted se busca acaso más la admiración que no el cariño de los demás». Y ofrece uno de los más categóricos consejos que nunca ha podido recibir nadie, «nuestros mejores pensamientos son los que se mueren con nosotros sin que los hayamos formulado».

Certeras tesis de prosista irónico y filósofo comprometido con su oficio y su tiempo en «los escritores y el pueblo». Podríamos extrapolarlo a aquellos productos de Internet que golpean la tecla ansiosos de un público que se limita a leer gratis en la Red. Los escritores, si se quejan, «hablando en plata […], no es de que no se nos haga caso, sino de que no se compren nuestros libros». Y, añade, «un escritor puede muy bien influir mucho y vender poco, y otro vender mucho e influir poco». Anote más de uno para las firmas de las ferias… La relación entre escritores y dinero siempre ha existido. Honoré de Balzac, por ejemplo, en la parte posterior de su casa, cuentan, tenía una escalera por la que escapaba de los acreedores.

Tener a Unamuno cerca activa el talento. Su destreza con la pluma es apabullante. Así, ser escritor es también detectar que «ni hay nada más deleznable y pasajero que los escritores llamados populares». Al esforzarse por ponerse popular, «lo que se pone es ramplón y ridículo». Y anhela despertar a «las muchedumbres» que «no conocen bien sus propias aflicciones, ni desde luego al que mejor las refleja» porque, advierte, «prestan sus oídos antes al curandero charlatán que al médico inteligente y conocedor de sus males».

Apremia a diferenciar «la naturalidad del énfasis» lejos de artificios, sin despojarse de calidad. Asimismo, ya que pasa por ahí, da un repaso a críticos y preceptistas franceses que llaman «natural a lo que suele ser lo menos natural, por lo menos para nosotros, que tenemos una naturaleza casi opuesta». Si leer a Unamuno es hablar con un contemporáneo, imaginen si tras «Poesía y oratoria» echara un vistazo a nuestros diputados expresándose. Cómo echamos de menos a aquellos que además de querer arreglar su país buscaban lo nuevo y además poseían un vocabulario espléndido. Hoy también atravesamos «un invierno espiritual” con discursos con los que «rara vez se llega a la comunión entre orador y oyentes». Buen toque de atención para tiempos presentes.

Finaliza con la carta escrita a Antonio Machado, «Vida y arte». La devoción del poeta por el filósofo es indudable tras leer su correspondencia. Esta misiva responde a la primera que Machado envía a don Miguel deseoso de saber qué opinaba sobre sus Soledades. «La vida en París es poco fecunda para el arte, porque la vida allí es arte, y no siempre bueno, y el arte viene a ser ya como una redundancia o un ornamento casi inútil». Unamuno, consciente del gran modo de sentir y ser intelectualmente, le aconseja indispensable seguir construyendo, «recorra, pues, la virgen selva española, y rasgue su costra y busque debajo de la sobrehaz calicostrada en agua que allí corre» y «busque su arte en la vida». Así hizo.

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