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Cubierta de Defender lo que somosEl viejo Topo

‘Defender lo que somos’: las razones de nuestra identidad

El filósofo italiano se adentra en el laberinto de lo propio y lo ajeno: el mantenimiento de la identidad y el reconocimiento de la otredad

Diego Fusaro, el pensador italiano, parte de una premisa que recorre todas sus obras. La lógica liberal lleva la destrucción de cualquier comunidad humana al eliminar los vínculos de la persona con su país, su fe y su familia, reduciéndole a individuo aislado al promover su conversión en puro consumidor: una identidad reconstruida sobre el intercambio mercantil. Y en su descripción y denuncia, el autor utiliza términos de forja propio que ya identifican sus textos. Como «turbo capitalismo» para hablar de la última etapa del capitalismo financiero que nada crea y «precariado». Para referirse a la principal de las nuevas cualidades impuestas al nuevo proletariado. Término este del que ha intentado apropiarse la estirpe de los podadores morados que lo abandonan al constatar que Fusaro no vira exclusivamente a la izquierda y no le hace ascos a las colaboraciones con la Casa Pound, anatema woke. Fusaro, al igual que defiende las virtudes perdidas de la izquierda como la solidaridad y la lucha horizontal, también reivindica en sus obras valores de la burguesía como la religión y la familia y eso no se lo perdonan otros hegelianos más encorsetados que abandonaron a Marx atraídos por el materialismo cosmopolita, léase «el dinero». En la nueva lucha, la burguesía de izquierda, habiendo traicionado al pueblo trabajador, necesita un conflicto progresista de sustitución que no ponga en peligro al poder del dinero, su nuevo aliado; es una burguesía sumisa al poder del capital sin fronteras con una mentalidad cosmopolita completamente ajena al pueblo.

Traducción. De Michela Ferrante Lavin
el viejo topo (2024). 226 páginas

Defender lo que somos

Diego Fusaro

Fusaro defiende entonces la identidad como factor de resistencia frente a la homogeneización uniformadora del capitalismo. Y critica sus dos principales enemigos. Por un lado, el idealismo particularista de Narciso y el cosmopolitismo abstracto de Eco. Narciso no reconoce lo universal humano, sino solo su propio particular, son los nacionalismos regionales que debilitan la soberanía de las naciones. El segundo, el de Eco, no admite lo particular histórico. Solo reconoce lo universal cosmopolita: el individuo sin fronteras, desprovisto de identidad y portador exclusivamente de derechos civiles, individualizados y funcionales al consumo. Acusa al libertarismo regresivo porque solo reconoce su propia particularidad concreta y al cosmopolitismo mercantilista porque solo reconoce lo universal abstracto. Los que defienden la mente abierta en realidad quieren decir vacía, en palabras de Fusaro, dispuesta a ser redefinida. El autor defiende que sin fronteras no puede existir la identidad. La diferencia es la base misma de la existencia. Lo que supone siempre la pluralidad de identidades no coincidentes y por tanto, separadas unas de otras. Porque sin identidad tampoco puede existir la relación, que, en esencia, es una relación entre identidades con límites precisos.

En nombre de la libre circulación de mercancías, el discurso cosmopolita tiene como premisa fundamental la demolición de toda frontera y de todo límite. Esto determina la invasión y la pérdida de referentes, es decir, la ocupación integral del mundo y de las conciencias de los pueblos por parte de un mercado planetario. Y del nihilismo de la forma: la mercancía. En ese espacio global en que todo circula sin obstáculos, las fronteras desaparecen, también las demarcaciones. ¿Qué diferencia las realidades sin ellas? Todo se vuelve indistintamente lo mismo. Lo indistinto cuantitativo, que es reemplazable serialmente. Lo universal concretado, al decir de Heidegger, como «la ausencia de patria», el desarraigo. La homologación planetaria. Fusaro concreta su crítica en la Unión Europea a la que acusa de autocracia tecnoburocrática que favorece el desplazamiento de los centros de toma de decisión desde los parlamentos nacionales a los organismos postnacionales privados de Europa como el Banco Central Europeo. ¿Que buscan? Se pregunta y contesta: Identidades amorfas e intercambiables vaciadas de todo contenido nacional, religioso y social.

Sin frontera, remarca Fusaro, no puede existir la identidad. Y llama por ello a la revuelta contra el orden fundado en el auto vitalismo de lo mismo. Un totalitarismo perfeccionado de múltiples partidos rebajados al rango de reproducción en serie del partido único. Defiende el italiano que la identidad es plural. Puesto que las manifestaciones históricas, culturales y lingüísticas de la naturaleza humana son múltiples. Define la identidad como la lealtad a un proyecto, cuyos fundamentos se basan en su origen histórico. Vinculada esa identidad al rol social y a la lengua, a las costumbres y a la religión, a la nación y al territorio. La confrontación con la diferencia, el otro, permite pensar la identidad, lo propio.

Fusaro forma parte por derecho propio de las plumas más interesantes del momento en Europa.