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Cubierta de En casa

Cubierta de En casaCEU Ediciones

Casa y hogar: nuestras fortalezas

El lado más doméstico de Chesterton a través de sus textos

Si hay un aspecto ciertamente relevante en la ingente producción literaria de Gilbert Keith Chesterton es su capacidad para la observación antes de emitir un juicio crítico o dejar su impronta con citas que, con gran sabiduría, giran en torno al hogar, a su casa, a esos entornos domésticos actual y sibilinamente acosados en nuestro rudo e infame presente.

Cubierta de En casa

CEU ediciones (2024). 147 páginas

En casa. Una aproximación a las ideas sobre el hogar y lo doméstico de G K Chesterton

Aurora Pimentel

Sin embargo, en excelso desafío y no menos ejemplar puesta en escena de conocimientos, Aurora Pimentel ha presentado En casa (CEU Ediciones) con alguna que otra pista para la pervivencia y resistencia de uno de los baluartes tradicionales de cualquier ser humano: su casa. No en vano, como dijo el escritor de ciencia ficción Donald Kingsbury, «la tradición es un conjunto de soluciones cuyos problemas hemos olvidado. Si desechas la solución, recuperarás el problema». Tal vez, el origen de gran parte del problema del mundo actual proceda del desprecio que hacemos a todo lo que precisamente representan las cuatro paredes en las que vivimos: apego, tradición, arraigo, humanidad e identidad, por citar algunas.

La autora, curtida en batallas pretéritas derivadas de su trabajo de fin de máster en la Universidad Francisco de Vitoria en 2023, se erige en defensora de los valores, virtudes y discursos que, a finales del siglo XIX y durante el pasado siglo XX, fueron santo y seña de aseveraciones y vaticinios del polifacético y polémico autor británico. Además, casi al final del libro, Pimentel se atreve con una serie de consejos que, bien aplicados, supondrían la precisa y necesaria reactivación del hogar, algo tan arraigado en nuestra cultura y que, cada vez con mayor frecuencia, tanto echamos de menos.

La autora se adentra en la casa de G. K. Chesterton, en su pensamiento, en su proceder, expone su vida familiar y doméstica, la aproximación a sus ideas conceptuales al respecto y, finalmente, revela el espíritu y la carne que «se cocían» en su activa y prodigiosa mente.

Luego, a modo de sugerencia y aunque no sean buenos tiempos para la lírica ni el romanticismo, Pimentel rompe una lanza a favor de lo romántico que se esconde en el ámbito doméstico a pesar de los dimes y diretes que su propuesta pudiera suscitar en prensa y opiniones del presente. Seguramente, en peores plazas habrá lidiado como así hizo el propio Chesterton con Belloc o su hermano Cecil de acompañantes de terna. Por otra parte, la autora habla del color del hogar, de su particular idiosincrasia, de la forma de obrar, actuar, gestionar e, independientemente de pros y contras, su funcionamiento, el que ordenan las personas, padres e hijos, que en ese exclusivo y protegido «mundo» conviven. Finalmente, ofrece una última sugerencia: acoger la vida en ese entorno hogareño pleno de recepción, de mostrarse tal y como uno es, padre o madre, para conformar una familia con el don de los hijos a través de paternidad y maternidad.

No me cabe la menor duda de que la atracción de Pimentel por Chesterton y sus cosas y causas procede de un compendio de situaciones biográficas que van desde su reconocida vida caótica hasta la asombrosa lucidez en la expresión, oral o escrita, de ideas reforzadas y renovadas tras su conversión al catolicismo en 1922. Desde luego, todo cuenta, todo vale.

Pero Pimentel explota lo que a ella le gusta: ese mundo particular en el que se siente cómoda, segura y, sobre todo, plena de humanidad. Allí, en su hogar, en su casa abulense, exhibe una serie de detalles, actuaciones o eventos que nos enseñan una calidez siempre presta y dispuesta, en la pole position del servicio y disponibilidad hacia ese prójimo por el que tanto reza y al que tanto ama, sabedora de que, obrando de esta manera, el camino hacia la casa eterna, la del Padre celestial, estará expedito cuando el Señor así lo decida.

Es una cuestión de vivir con la conciencia tranquila, sin los sobresaltos de la gran ciudad, los agobios de la cotidianidad, el peso de las rutinas o la fuerte presión de un entorno laboral que, de manera «orwelliana», vigile y cuente sus pasos, su devenir diario. Es, por otro lado, una demostración de fuerza, de hacer valer aquella tradicional idea de que no existía lugar en el orbe que tuviese el sentimiento de hogar tan profundamente arraigado y extendido como en nuestra Patria hispana. Ahí dejo ahora que ni lo uno lo otro, hogar y Patria, parecen ser santos de la devoción de internos detractores y enemigos, esos empeñados en fulminar tradiciones, acabar con la familia, confundir con el lenguaje, tergiversar las acepciones o despedazar la nación en función del perverso interés ideológico o el insaciable rédito político.

Pimentel tiene un refugio, un gran reino en una modesta casa, alejada, perdida, recóndita pero poderosa por y para benevolentes propósitos no exentos de ese sentido común que, buceando entre una gran cantidad de citas chestertonianas, propone sin complejos, sin fisuras ni recovecos, y con la clara intención de incentivar aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor ahora que los cimientos de nuestra civilización se tambalean sin el firme soporte de virtudes y valores de antaño; todo lo que la cursilería, el progresismo, lo woke y demás insípidas patrañas proponen de acuerdo con tendencias e imposiciones de planes o agendas.

Para ello, la propuesta de este evocador ensayo, estilete contra el postureo o la sobredosis de exposición en redes sociales que, como Pimentel nos indica, pueden difuminarse de un plumazo entre las cuatro poderosas paredes del hogar, de esa inexpugnable fortaleza que todo individuo ha de mantener intacta contra viento y marea por cuestiones como el honor, la dignidad, el arraigo, la identidad y, ¿por qué no?, esa soledad reflexiva que se torna en victoria personal cuando nos asomamos al mundo que nos rodea desde la exclusiva e invencible atalaya de nuestra orgullosa posesión: my home, my rules.

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