
Jesucristo recreado con Inteligencia Artificial
El Debate de las Ideas
¿Jesús o Barrabás? Una pregunta siempre actual
Partiendo de todo eso, Ratzinger nos plantea que «la elección se establece entre un Mesías que acaudilla la lucha, que promete la libertad y su propio reino, y este misterioso Jesús que anuncia la negación de sí mismo como camino hacia la vida.
En su célebre Jesús de Nazaret, el Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, comentando la tercera tentación de Jesús en el desierto (aquella en la que el diablo le ofrece todos los reinos a cambio de adoración), remite a un punto importante de la Semana Santa: la condena de Jesús y la redención de Barrabás. Como sabemos, Poncio Pilato decidió ofrecer al pueblo elegir la liberación de Jesús en lugar de «un bandido» llamado Barrabás (Jn 18,40). Al parecer, la palabra bandido tenía en el contexto de la Palestina de entonces (¿acaso también en la de ahora?) el significado de «combatiente de la resistencia». San Mateo dice que era un «preso famoso» (Mt 27,16). A ello hay que unir que «Bar-Abbas» significaba «hijo del padre». Orígenes afirma que hasta el siglo III las ediciones de los Evangelios le solían llamar «Jesús Barrabás», una especie de doble de Jesús el Cristo.
Partiendo de todo eso, Ratzinger nos plantea que «la elección se establece entre un Mesías que acaudilla la lucha, que promete la libertad y su propio reino, y este misterioso Jesús que anuncia la negación de sí mismo como camino hacia la vida. ¿Cabe sorprenderse de que las masas prefieran a Barrabás?» (Jesús de Nazaret, La esfera, Madrid 2007, p.66). Y es que los propios evangelios nos muestran al mismísimo San Pedro (cuya solución pasaba por cortar la oreja al enemigo y dar la vida por Cristo) oponiéndose al padecimiento del propio Cristo (Marcos 8, 27-33).
Se podría decir que la elección entre Jesús y Barrabás es algo permanente, que recorre la historia. Siempre cada cristiano debe elegir entre la mansedumbre o la ira, entre dejarse llevar por el instinto o por el dominio de sí. Al mismo tiempo, la Iglesia ha padecido en los siglos la lucha por su propia libertad, cayendo muchas veces en la tentación del poder temporal. Una tentación que hoy Ratzinger sitúa en querer convertir el cristianismo en una receta de progreso y el bienestar en la finalidad de las religiones (p.68). Algo que no es ajeno a muchos cristianos que, cuando la gente defiende la presencia religiosa en el espacio público o se aboga por su preferencia en la educación, reivindican únicamente unos “valores". Valores que luego han fracasado muchas veces como árbol separado de la raíz: queremos la consecuencia de Cristo, pero tal vez no su causa.
Continúa Ratzinger preguntándose qué trae Jesús si no es una vida mejor. Trae a Dios, dice, «y con Él, la verdad sobre nuestro origen y destino; la fe, la esperanza y el amor. Solo nuestra dureza de corazón nos hace pensar que esto es poco. Sí, el poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero constituye un poder verdadero, duradero. La causa de Dios parece estar siempre como en agonía. Sin embargo, se demuestra siempre como lo que verdaderamente permanece y salva».La pregunta sobre si elegimos a Jesús o Barrabás es mucho más actual de lo que parece, y tiene mucho que ver sobre si elegimos el presente o la eternidad, la verdad o sólo sus efectos, la raíz o sólo las ramas del árbol. Un tema digno de reflexión. Y es que, si pensamos en la actitud política de muchos cristianos, no es infrecuente ver a aquellos que, habiendo tomado las ideologías como herramienta para la expansión del Reino de Dios, terminan devorados por ellas, anteponiendo lo ideológico o lo sociológico a lo teológico. Un mal que no creo que sea exclusivo de quienes fueron al encuentro del marxismo en la segunda mitad del pasado siglo y terminaron defendiendo lo que habían ido a combatir. Muchos centristas aseados han caído también en anteponer lo práctico a los fines. Basta recordar que la llamada Democracia Cristiana abandonó formalmente el adjetivo de cristiana para pasar a llamarse demócrata de centro. El problema no creo que sea menor para muchos conservadores o tradicionalistas, en sus diferentes variantes, quienes en ocasiones pretenden ir de la raíz a las puntas, y terminan sucumbiendo a los afanes de la vida política (Lc 8,14) y anteponiendo las causas materiales a las espirituales desde las que tal vez arrancaban.
En esta semana santa, por tanto, volver sobre la pregunta de si preferimos a Barrabás tal vez ayude a la actitud vital de todos, con enormes repercusiones en la polis. Y tal vez descubramos que sucumbimos más fácilmente de lo que creemos en la búsqueda de lo inmediato, del resultado, de lo tangible, con lo cual caeríamos en el mismo error que aquellos otros tantos que terminaron eligiendo a Barrabás.