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El escritor británico Evelyn Waugh

El escritor británico Evelyn Waugh

'Un puñado de polvo': decadencia y caída del gótico inglés

Impedimenta rescata esta novela de Evelyn Waugh en la que, junto a la sátira, el autor volcó su frustración con la deriva de la sociedad inglesa

Siempre me ha resultado curiosa la coincidencia en tiempo y espacio de un buen puñado de conversos británicos que, a la vez, fueron excelentes escritores. Pero más interesante es, todavía, pensar que sus conversiones desde el ateísmo o el anglicanismo hasta el catolicismo se produjeron prácticamente en una misma década.

Hablo de Graham Greene, G. K. Chesterton y Evelyn Waugh. Todos ellos se integraron en la fe romana entre las décadas de 1920 y 1930. No puede ser casual, sino más bien una protesta –o una reacción– contra un mundo que estaba perdiendo a marchas forzadas su significado. Tras la Primera Guerra Mundial y los rápidos cambios en los usos y costumbres de los años 20, las paredes del viejo caserón gótico inglés se tambaleaban ante los levísimos vientos de la frivolidad moderna.

Un puñado de polvo

Impedimenta (2025). 296 páginas

Un puñado de polvo

Evelyn Waugh

Cada uno de estos autores buscó un nuevo sentido en la trascendencia. Para Chesterton, el catolicismo fue la vía para recuperar el encantamiento del mundo frente al cinismo. En el caso de Evelyn Waugh, su apuesta por el catolicismo se antoja la de un velero desarbolado que busca un faro en la tormenta.

Dos experiencias, ni siquiera desconectadas, subyacen a la escritura de Un puñado de polvo, publicado en 1934 y reeditado ahora por Impedimenta. El divorcio de su esposa, Evelyn Gardener, y la mencionada conversión. A ello, habría que sumar sus primeros viajes por Sudamérica. Para entonces, Waugh ya había escrito tres sátiras excelentes: Decadencia y caída (1928), Cuerpos viles (1930) y Merienda de negros (1932).

Un puñado de polvo es la crónica de una infidelidad y un divorcio. Brenda Last se ha enamorado de un joven insulso, John Beaver, y decide romper su matrimonio con Tony, un hombre que no cambia su vieja propiedad en el campo por la capital. Nada parece especialmente grave entre gentes civilizadas, en un Londres donde se suceden las fiestas y las rupturas y los flirteos endulzan la vida semi desocupada y despreocupada de la alta burguesía y la aristocracia británicas.

El relato, ágil y dialogado, trascurre mecido por un humor aparentemente ligero donde, a cada tanto, Waugh apareja la navaja. Hay al menos dos escenas que congelan completamente la sonrisa y son como esos vasos que se rompen al final de las fiestas e indican que quizás todos estamos ya demasiado borrachos. Como señala Carlos Villar Flor en el prólogo a esta edición, Waugh intentó trascender la sátira desbocada de sus primeros libros y retratar «personas normales en vez de esperpentos».

Esas «personas normales» entran en el mundo frívolo de Cuerpos viles, hasta el punto de que aparecen cameos de socialités de aquel libro, pero el autor parece resaltar que toda esa espuma de la juventud de los años 20 está rebosando y de fondo hay cosas más serias.

De entre las muchas claves de Un puñado de polvo, quizás la inmobiliaria sea la que mejor define esta historia. Tony Last, «obsesivamente feudal», vive en una vieja mansión gótica, donde a cada habitación le corresponde el nombre de un personaje artúrico de Mallory. Brenda, su esposa, lamenta la escasa actualización del conjunto y desde el campo atiende a los ecos de la vida disipada de Londres. El romance con Beaver le da la ocasión de comprar un pequeño apartamento en la capital, gestionado por la madre de su amante, que se dedica a parcelar viejos edificios como ese de Belgravia en apartamentos funcionales: «Un baño y un teléfono».

Al hablar de las casas, Waugh dice mucho sobre el mundo moderno, donde lo sólido cae en favor de lo funcional, y las propiedades y las personas son eternamente intercambiables. Pero aunque sea sencillo caer en la maniqueísmo, el autor no fuerza las cosas ni satiriza a Brenda o a Beaver más de la cuenta, no más que a otros. Satiriza a toda su generación, con algo de congoja de fondo y con algunas escenas memorables, como el viaje de Tony a Brighton para simular una infidelidad que no ha cometido.

Quizás la resolución final de Tony chirría un poco. Waugh apuesta por sacar al personaje del contexto de esta farsa y buscar una salida a la historia en tierras extranjeras en lugar de concentrar el drama en casa. El propio autor tira de sus recientes memorias en Sudamérica. Además de un cronista del Londres frívolo, Waugh fue un viajero incansable. Esta faceta alimentó también su larga y fecunda obra.

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