
John Lennon, en la década de los 70
El Debate de las Ideas
T. S. Eliot y John Lennon, profetas de la modernidad
Joseph Pearce, publicado originalmente en Ford Leadership Forum
El poema de T. S. Eliot La tierra baldía, publicado en 1922, cuatro años después del final de la Primera Guerra Mundial, es probablemente el poema más influyente y controvertido del pasado siglo. Su aparición fue a la vez una revelación y una revolución, polarizando la opinión. Desconcertó y sedujo a sus admiradores e irritó y enfureció a sus detractores. Los vanguardistas contemplaban asombrados sus múltiples niveles de lectura; la vieja guardia afirmaba que todo aquello no era más que una elaborada ilusión y que el emperador iba desnudo. El aparente pesimismo de su contenido y su forma iconoclasta echaron más leña al fuego de la polémica.
Casi medio siglo después, el obituario de Eliot en The Times recogía la acalorada reacción al poema con una perspectiva distanciada y aquilatada por la sabiduría que da el tiempo:
«Su presentación de la desilusión y la desintegración de los valores, que capta el estado de ánimo de la época, la convirtió en el evangelio poético de la intelectualidad de posguerra: sin embargo, en su momento, pocos de sus detractores o admiradores vieron a través de las innovaciones en su superficie y el lenguaje desesperado el profundo respeto por la tradición y el agudo sentido moral que subyacían en ellas».
La ironía es que La tierra baldía fue casi universalmente leída incorrectamente y malinterpretada. No era ni una obra maestra que glorificaba la modernidad, como presumían sus admiradores modernistas, ni una afrenta iconoclasta a la tradición y la civilización, como suponían sus críticos más conservadores. Por el contrario, su pesimismo se dirigía contra el páramo producido por la vida moderna desde una perspectiva profundamente orientada por la tradición. Pocos se dieron cuenta entonces, aunque se fue haciendo evidente en las décadas siguientes, de que los fundamentos del pensamiento de Eliot estaban enraizados en la tradición clásica y encontraban su expresión en un profundo desdén por el liberalismo secular moderno y el hedonismo banal que era su inevitable consecuencia.La verdadera clave para entender La tierra baldía se encuentra en el amor de Eliot por Dante. Apenas dos años antes de la publicación de La tierra baldía, Eliot escribió:
«No se puede... entender el Infierno sin el Purgatorio y el Paraíso. La contemplación de lo horrible o sórdido o repugnante, por parte de un artista, es el aspecto necesario y negativo del impulso hacia la búsqueda de la belleza».
Para Eliot, igual que para Dante, la búsqueda de la belleza era simultáneamente la búsqueda del bien y de la verdad, siendo los tres trascendentales esencialmente trinos y, por tanto, inseparables. Los aspectos infernales del poema de Eliot, su expresión del pesimismo y la desesperación, estaban informados por el deseo purgante de liberarse de la inmundicia y de la futilidad de la modernidad, un deseo que parece cumplirse con la conclusión positiva del poema, que apunta sugestivamente a la «resurrección» del poeta de aquella tierra baldía creada por la cultura de la muerte.
En cuanto a la propia cultura de la muerte, que Eliot critica en el poema, es caracterizada como un mundo sin fe, que se revuelca autoindulgentemente en el páramo que ha creado para sí misma. Una cultura así, que se regodea en el orgullo de su propio y autoproclamado nihilismo, puede compadecerse de las almas del infierno y llorar con ellas en medio de las brumas de la desesperación, desprovista de toda esperanza. Puede incluso ver la Cruz, en la que se contempla a sí misma crucificada en una agonía de sufrimiento sin sentido, pero no ve al Dios que está en la Cruz. Puede ver la Crucifixión, pero no la Resurrección. Para los habitantes de la tierra baldía, a los que Eliot satirizaba, la vida es tal y como le parecía al desesperado Macbeth, «un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada».
Eliot respondió a la vacuidad de este nihilismo en su siguiente gran poema, Los hombres huecos, publicado en 1925, en el que los capitostes de la modernidad son descritos como los habitantes huecos y vacíos de una anticultural tierra de nadie:
Somos los hombres huecos
Somos los hombres rellenos
Inclinados unos sobre otros
La cabeza llena de paja. ¡Ay!
En la visión de Eliot, la tierra baldía es la tierra de nadie en la que los hombres huecos son no-hombres que rechazan la vocación a las virtudes y responsabilidades propias del ser hombres. Su visión prefigura el retrato que hace C. S. Lewis de los «hombres sin corazón» en su libro La abolición del hombre, publicado en 1943: «Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud y arrojo. Nos burlamos del honor y después nos sorprende descubrir traidores entre nosotros».
En sus respectivas obras, Eliot y Lewis profetizaban el advenimiento de la generación nihilista surgida en los años 1960, una generación que cuestionaba todos los valores porque, en última instancia, nada tenía valor. El epítome y la encarnación del hombre hueco de los 60 fue John Lennon, que se veía a sí mismo y a los demás como «hombres de ninguna parte» («nowhere men»):
Es un verdadero hombre de ninguna parte
Sentado en su tierra de ninguna parte
Haciendo todos sus planes de ninguna parte para nadie
No tiene un punto de vista
No sabe adónde va
¿No es un poco como tú y yo?
He's a real nowhere man
Sitting in his nowhere land
Making all his nowhere plans for nobody
Doesn't have a point of view
Knows not where he's going to
Isn't he a bit like you and me?
Según Lennon, el «hombre de ninguna parte» es «tan ciego como se puede ser» y «sólo ve lo que quiere ver». Cegado por el orgullo y los prejuicios que lo acompañan, no ve nada más que la nada. No puede imaginar el cielo ni el infierno. Sobre él no hay nada más que la atmósfera. No tiene fe en lo que no puede ver, y no ve nada. Para ser justos, canciones como Nowhere Man e Imagine son un crie de coeur, un grito del corazón en el que Lennon busca algo que no sea la nada en la que se encuentra. Incluso sus canciones sobre el amor están llenas de nada. Por ejemplo, en All You Need is Love dice: «No hay nada que puedas hacer que no pueda hacerse... No hay nada que puedas cantar que no haya sido ya cantado...». La canción es un diálogo entre el amor que necesitamos y la nada que podemos hacer. E incluso el amor que necesitamos es nada en el sentido de que es pasivo. El amor no es algo que hacemos, en el sentido cristiano de la palabra como el sacrificio de uno mismo por el ser amado, es algo que necesitamos, quizá como un derecho, que hay que exigir a los demás. Hacer lo nuestro y exigir el derecho de los demás a hacer lo suyo no es amor, sino su ausencia. No es dar la vida por los demás, sino exigir que los demás den la vida por nosotros.
La reducción de Lennon del todo a la nada y del amor a una necesidad pasiva contrasta radicalmente con la insistencia de Eliot en que la religión es lo único que da sentido a todo lo demás. «La religión es el elemento más importante de la vida», declaró en una entrevista en John O' London's Weekly en 1949, «y es a la luz de la religión como uno lo entiende todo». Es lo que escribió más o menos su obra seminal Notas para la definición de cultura: «Es sobre el trasfondo del cristianismo que todo nuestro pensamiento adquiere significado».
T. S. Eliot murió en 1965, cuarenta años después de profetizar el advenimiento de los hombres huecos. Al año siguiente, John Lennon afirmó que los Beatles eran más populares que Jesús, profetizando que la música rock sobreviviría al cristianismo. El primero creía que la cultura se edificaba sobre la roca de Cristo, una roca que funda todas las edades; el segundo creía que se edificaba sobre nada más que una roca que simplemente va rodando con los tiempos. En cuanto a qué profeta es el verdadero y cuál es el falso, en realidad la respuesta depende de si creemos en el Algo que es Dios o si creemos en la Nada que es la ausencia de Dios.
En cuanto a lo que pueda sobrevivir al cristianismo, dejaremos que otro profeta, G. K. Chesterton, diga la última palabra. «El cristianismo ha muerto muchas veces y otras tantas ha resucitado», escribió Chesterton en El hombre eterno, «pues cuenta con un Dios que sabe cómo salir del sepulcro. Pero el primer hecho extraordinario que marca esta historia es éste: que Europa se ha derrumbado una y otra vez; y que al final de cada una de estas revoluciones, la misma religión ha vuelto otra vez a la cima».
Equipados con la fe y la razón de Eliot y Chesterton, quizás podamos atrevernos a creer que el cristianismo y la civilización cristiana nunca morirán porque Cristo ha resucitado de entre los muertos.