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Bono, cantando con U2 en uno de sus conciertos en 1993

Treinta años de 'Achtung Baby' de U2: el álbum que surgió del frío

La década de los 80 supuso la consagración de U2 como una de las grandes bandas de rock de su época. Con el cambio a la nueva década, y después de dar un giro a su carrera movidos por el rock y el folk americanos, tuvieron que decidir quiénes serían

«Esto es sólo el final de algo para U2. No es gran cosa, es sólo que tenemos que irnos e inventarlo todo de nuevo». Estas palabras de Bono en el  último concierto en Point Depot, en Dublín, el 31 de diciembre de 1989, marcarían el nuevo inicio de la banda.

El verano de 1978, a través de la cristalera de la sala 2 de los estudios Hansa de Berlín, la sala de baile a la que acudían las SS (veo allí al Schindler de Spielberg en esmoquin a través del humo de su cigarrillo poniendo las bases de su negocio), David Bowie vio cómo se besaban frente al muro su productor, Tony Visconti, y la joven corista Antonia Moos. Los dos amantes «en pie, al lado del muro con las pistolas disparando sobre sus cabezas» fueron al final los «Heroes» de aquella canción, en principio instrumental, compuesta por Brian Eno. Doce años después, con el muro hecho pedazos, Eno está allí de nuevo (Eno podría ser el consejero de todos los grandes éxitos de todos los grandes artistas de las tres últimas décadas del siglo XX) acompañando a unos U2 casi sepultados por la sombra de las manos levantadas del árbol de Josué y todo el interminable traqueteo y el zumbido (el Rattle & Hum) que sonaba casi muerto en las Antípodas, por mucho que a aquellos estertores los hubiesen llamado, quizá en un último esfuerzo desesperado, el Lovetown Tour.

God Part II a veces sonaba al inicio de esos conciertos (puede que fuera el ansia de cambio) en los que la voz de Bono, superviviente de millones de excesos vocales (aquella misma voz que envolvía un lustro antes los techos del castillo de Slane en medio de la alucinación del propio Eno), se estaba destruyendo al ritmo del empuje de su banda después de casi cuatro años de épicos directos ininterrumpidos. God Part II era rock duro y gospel y rap y alrededor de ella todo era la oscuridad de una humanidad agotada cuyo dios podía ser John Coltrane y su cansado Amor Supremo. Por momentos Bono había dejado de ser joven con apenas treinta años. El despliegue vocal se había visto afectado, y con él todo parecía tan raído como la ropa de Evan Shipman, el poeta frente al que Hemingway se lamentaba porque a Jean y André, los camareros de la Closerie des Lilas, les obligaban a afeitarse sus orgullosos bigotes de dragones.

La Zoo TV Tour fue una gira de conciertos multimedia con una puesta en escena muy elaborada realizada por U2 entre 1992 y 1993

Para Bono, The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen Jr. quizá también ha llegado la hora de afeitarse los bigotes. El futuro depende de la decisión en la encrucijada cuyo único destino posible parece Europa, no tanto por los acontecimientos históricos que acaban de suceder sino más bien como único medio de alejarse de ese sol de Arizona que tomaban en medio de las pistas de los aeródromos en los que aterrizaban de ciudad en ciudad, o del que se resguardaban en el interior de tabernas locales en penumbra, tan sólo iluminadas por un haz de luz mexicana alrededor de una mesa de billar decorada por botellas de cerveza Lone Star, mientras entre los raíles de las vías de tren cercanas se podía oír Spanish Eyes como una reverberación. Un sol que los alumbraba y los perseguía igual que en un desierto interminable (quizá las ascuas de aquel Fuego del ochenta y cuatro) incluso en los últimos suspiros japoneses de la gira LoveTown. Un sol no naciente bajo el que el pueblo aún no se sabía si había vencido.

Brian Eno los lleva a Berlín y luego los abandona entre los dominios del hermoso fantasma de Lust for Life, de Iggy Pop. El destino de los irlandeses en ese momento es un primer plano de Indiana Jones huyendo de los nazis junto a su padre en sidecar. U2 está a punto de desmenuzarse, de desencajarse en un potro de tortura medieval. Brian piensa que la atmósfera berlinesa es la clínica de desintoxicación que necesitan. Pero hace frío y Bono quiere ir musicalmente a Viena junto a Daniel Lanois, The Edge quiere perderse entre los bosques industriales del tecno alemán y Adam y Larry no quieren alejarse del sueño americano. Hace frío y el tríptico de Bowie que habían ido a buscar no aparece. En su lugar los estudios Hansa muestran más bien el influjo inquietante del hotel de El Resplandor.

Hay un laberinto, como en el exterior de ese hotel que eligió Stephen King, donde se están quedando congelados poco a poco. Teclean y teclean como Jack Torrance. Siguen viendo los cañones del Colorado que antes salvaban elevados por sus himnos clásicos. Pero éstos han perdido su poder calorífico inmediato. El corazón no responde, ni los dedos, ni las gargantas. Necesitan un puente que los lleve al otro lado de este Checkpoint Charlie musical, y saben que ese puente sólo puede ser un álbum monstruoso de cuya construcción, tras casi un mes de ensayos, aún no han conseguido dibujar los planos. La luz no pasa a través de la gran cristalera. Los miedos, las tensiones musicales y personales, el ambiente desasosegante o el caos artístico son los soldados británicos y estadounidenses que retrasan a propósito el levantamiento del puente sobre el río Kwai en el que se ha convertido el proyecto. Sin saberlo ellos son los oficiales japoneses que perseveran a golpes chocando contra el dichoso muro de su particular y esquiva reunificación.

En medio de ese invierno creativo comienzan a hurgar entre sus restos musicales. Un día de aquellos The Edge encuentra una cinta de una sesión antigua. Escuchan una parte (el gancho principal, con una guitarra y una batería: «It's allright, It's allright», diría después Misterious Ways), y luego Edge improvisa los acordes inconscientes de lo que pronto será One. El juego por fin ha empezado. Bono escribe unas letras y una melodía y después todos saben que han encontrado algo nuevo. Es el principio del puente donde Bono se descubre como un obrero- artista que trabaja sin descanso más allá de los dictados de su conciencia mientras el aparentemente impasible The Edge desata los demonios de su reciente separación matrimonial. Las Jam Sessions surten efecto como las grúas que más adelante levantarán los viejos coches Trabant de la Alemania Oriental sobre el escenario. La mosca, McPhisto y Mirror Ball Man como los Ziggy Stardust de Bono que se están formando, aún encapsulados, y que harán llover billetes sobre el público; pero antes es Edge en Berlín, junto a Lanois y el DJ Flood y el productor de los orígenes combativos, Steve Lillywhite, quienes hacen llover loops de percusión sobre los que Larry aprende a tocar otra vez, y samplings y pedales entre los que empiezan a caer, o permanecen al amanecer como el rocío, las gotas de un Berlín decadente al que ha llegado un susurrante viento fresco.

La música que nace es algo desconocido hasta para los propios autores que componen desplegando como adolescentes excitados, lámina a lámina y con los ojos como platos, el póster de una mujer desnuda. Super 8 y Stranger Things. Las canciones son como niebla y borrascas electrónicas en un cielo roquero que de pronto se abre en mitad de las estrofas mostrando un radiante y repentino azul. Es el sol de Arizona o el viejo U2 perdiendo el bronceado a propósito a través de la tormenta y haciendo ruidos fabriles para salir de ella vivificado al grito de Achtung Baby. Bono –que a la pregunta de cómo suena ahora su música responde: «Suena a cuatro tíos talando el árbol de Josué» (The Joshua Tree, el álbum que les proporciona su actual estatus de estrellas del rock)– sale del capullo convertido en un showman enajenado que se aleja décadas, puede que galaxias, de sí mismo. El mundo entero asiste boquiabierto a la première con The Fly, el primer single o la asombrosa vanguardia cambiante que va a empezar a girar bajo el nombre de Zoo TV, «el más grandioso show sobre la tierra», como proclaman sin reparos con su nueva actitud exhibicionista y voluptuosa.

Achtung Baby da paso, ya lejos de Berlín en medio de una primavera universal, a un surrealismo deslumbrante sobre un escenario catódico que recorre el mundo en las imágenes de los monitores gigantes que ha puesto allí Willie Williams. Zoo Tv es una emisora de televisión, y en ella se transmite historia, sucesos, hardware, menswear, sexo y confusión, y la épica de un pasado recientísimo hace equilibrios con la frivolidad desatada y consciente. Los televisores parpadean con mensajes egoístas, hedonistas, caprichosos, donde está la verdad histriónica del nuevo rumbo. Ya no hay sombreros y cortes de pelo sino gafas de sol psicodélicas y laca y tintes y tejidos brillantes. Hay un no-mensaje en constante evolución. Antes de llegar a la Estación Zoo, el apabullante y emocionante inicio de los conciertos Zoo TV, donde la figura de Bono/The Fly se recorta sobre un horizonte de televisión que pierde y recupera la señal en bucle, América se despierta con George W. Bush rapeando We Will Rock You, de Queen, mientras en Europa Beethoven resuena como un amanecer en medio de la noche dando paso a los aforismos huecos que como objetos de decoración adornan los nuevos temas mezclados con los viejos, vestidos de lamé dorado.

Desde unos almacenes de Dublín donde Bono, antes de terminar de grabar Achtung Baby, le echa el humo de su cigarro en la cara a The Edge, hasta el pub de luz roja en el Soho londinense, alcanza el primer videoclip donde The Fly recorre la calle. Está en Picadilly y les habla al oído a las mujeres. Hay unos albañiles a cuyo capataz no le importa el rock y por eso les grita. Bono lanza besos a unos tipos siniestros a la puerta de oscuros clubes. Bono puede hacer esto y mucho más con su disfraz, hasta aparecer junto a Christy Turlington en la portada de Vogue. Ya no es sólo encaramarse a las alturas y agitar banderas y cantarle a Dios himnos celestiales. Bono es ahora un dios amoral que hace subir al escenario a las top models de los noventa para bañarlas en champán, y en esos extrarradios romanos, mundiales, Mastroianni y Anouk Aimée pasan la noche en la casa inundada de una prostituta a la que recogen. No hay por qué entender nada. U2 ha ganado el Gran Premio. Son los afortunados alemanes orientales que desembarcan de visita en la Zoo Station en medio de un desorden metódicamente planificado y milagrosa y demoníacamente inspirado a partir de uno de los mayores agotamientos de la historia del rock. Achtung Baby o el resurgir explosivo y cegador y oscuro y sorprendente y estruendoso y melódico y gigantesco e íntimo y divertido y estúpido y tremendista de una banda moribunda que inauguró una época apropiándose del cinismo (ya tenían enfrente su propio muro) del espía de John Le Carré que surgió del frío.

Bono y Christy Turlington en la portada británica de «Vogue», en diciembre de 1992