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Mural de Camarón de la Isla en San Fernando, CádizEFE

Treinta años sin Camarón, el talento que se durmió, pero no se llevó la corriente

Se cumplen tres décadas de la muerte del cantaor a los 41 años, a cuyo entierro en 'La Isla' de San Fernando acudieron 50.000 personas

Le llamaron Camarón porque de niño era rubio y delgado y tenía la piel más clara que la mayoría de los gitanos. Otro niño, Billy, le ponía así los motes a los miembros de su banda, destacando o caricaturizando alguna característica física.

Billy el Niño fue aquí su tío y el camarón no era ni mucho menos transparente. Con 7 años ya iba por las tabernas para sacarse unos cuartos, y con 12 ya ganaba premios en Andalucía y cantaba por toda España.

Forjado en la fragua

El principio del mito casi forjado en la fragua de San Fernando donde trabajó de niño con su padre y con su hermano. La fragua, más calurosa que la del hierro, fue la de la Venta de Vargas donde le ponían a cantar delante de Manolo Caracol y este se rebelaba de ver allí otro talento como el suyo, más joven y con más tiempo.

El talento que nunca se aprendía las letras y del que tenían que estar pendientes primero Paco de Lucía y luego Tomatito para sacarle a flote, aunque no hizo falta porque José, José Monje Cruz, siempre voló. Por tangos, alegrías o fandangos se sentía a gusto «si venía la inspiración», que siempre venía. Pero por bulerías volaba mejor porque era lo más alegre y lo más difícil.

Camarón decía que entendía los celillos «del Caracol» porque el sevillano era un genio. Lo dijo una vez con el gesto de niño tímido, timidísimo, que se le ponía cuando hablaba y no cantaba, cuando se escondía detrás de una sonrisa humilde como una pantalla, como si no supiera qué decir, aunque siempre dijera lo que había qué decir.

Se encerraba en el cante bajando todas las persianas, y por dentro de esa casa empezaba a funcionar una maquinaria exprimidora

Un sabio iletrado, casi la precisión monosilábica, que también, y sobre todo, se escondía, se encerraba en el cante bajando todas las persianas, y por dentro de esa casa empezaba a funcionar una maquinaria exprimidora y por su boca soltaba toda la esencia depurada de lo que se reconcentraba en su interior bullicioso.

La voz de Camarón era el escándalo filtrado de su sensibilidad liberada en un timbre único que voló tan alto que alcanzó la estratosfera del flamenco. Allí se encontró con Pachón, Kiko Veneno y Raimundo Amador para experimentar con el cante jondo y La Leyenda del Tiempo.

El álbum que fue un viaje como el de Tom Sawyer a su isla, junto a Joe Harper y Huckleberry, donde jugaban a ser piratas. Camarón jugó a ser pirata del flamenco para convertirse en fábula y fabuloso antes de regresar ya revestido como un Elvis de los setenta y gitano en el espíritu.

Actuó en París en medio del delirio y un año después publicó Soy Gitano, el disco más vendido de la historia del flamenco junto a otro salvavidas, Vicente Amigo. Tres años después le encontraron la enfermedad mortal enroscada por dentro. Tenía 41 años y al final no pudo regresar de la muerte, como Tom Sawyer, en su propio y multitudinario funeral.