¿Qué es lo que tienen en común Rosalía y U2?
A unas carreras musicales perfectamente identificables se les sumó la parafernalia: la estética y el mensaje equívoco, externo, inconcluso y global
¿Hubiera podido seguir Rosalía cantando por fandangos o bulerías sobre un escenario de fondo oscuro y una guitarra (con su guitarrista) al lado? Sí, podría haberlo hecho en la discreción del cante y el público limitado, pero seguramente fiel. Toda la parafernalia es un aburrimiento de todo eso, como si a veces la ya no tan niña Rosalía, entre tablao y tablao, resoplara con sus coletas y le tirara piedrecitas a un río.
A U2 le pasó algo parecido hace 30 años, cuando sus cuatro componentes tenían la misma edad que la cantante de Sant Cugat. Bono, The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen Jr. no hacían una suerte de cante jondo irlandés, el folk, pero lo llevaban por dentro mientras hacían una cosa nueva, un rock profundo, melancólico, poético o combativo en constante ebullición.
Tanto ebulleron que diez años después se les acabó la fuerza y se quedaron en líquido sin poder pasar al estado gaseoso en el que transcurrían sus directos con una esencia cada vez más agotada. Esas canciones ya no daban para más y ellos querían más. Hubo una división. Dos de ellos querían continuar por el mismo camino y los otros dos querían probar por otro.
De cantarle a Dios a ver más televisión
Rosalía no se dividió, simplemente salió al mundo, que es lo mismo que acabaron haciendo los de Dublín. De Dublín a Berlín y Europa dejando atrás América. Fue como una inspiración territorial. Igual que Rosalía, y a aquello se le sumó la parafernalia: la estética y el mensaje equívoco, externo, inconcluso y global frente al recogimiento (aunque fuera de masas) anterior.
Es el caso del prodigio del flamenco que de repente se pone a cantar reguetón para darle a los suyos esa misma bofetada de sorpresa
De cantarle a la tierra y a Dios y de confesar que todavía no han encontrado lo que buscan, escalando las más altas montañas a través de los campos, a decirle a ese mismo público que viera más la televisión. Es el caso del prodigio del flamenco que, de repente, se pone a cantar reguetón para darle a los suyos esa misma bofetada de sorpresa, quienes tardan en reaccionar, quienes observan, escuchan y se hacen preguntas hasta que ya no tienen que hacerse más porque ya han obtenido una respuesta que no tiene explicación.
The Fly fue el primer sencillo de los nuevos U2 en el que la voz de Bono sonaba distorsionada, tan lejos del timbre «operístico» anterior, extraordinariamente grave y agudo de pronto, en cuyo videoclip lucía un traje negro de plástico brillante y unas gafas como de ojos de mosca, mientras movía los dedos como un mago oscuro rodeado de pantallas de televisión.
The Edge había cambiado el sombrero por un gorro y Adam y Larry se habían rapado el pelo por encima de las orejas como hoy en día los cantantes y los futbolistas solo que con tres décadas de antelación. Rosalía se ha emperifollado de todo eso en su camino y se ha puesto a inventar y a mezclar para formar un alboroto desconcertante con su Motomami, tan parecido al de la gira Zoo TV de los irlandeses a principios de los noventa.
'Motomami' y 'Zoo TV'
Cada canción, en los noventa del XX y en los veinte del XXI, es un nuevo acontecimiento, un hallazgo, una genialidad. Rosalía saca un tocador y se lo quita todo para cantar al natural como U2 apagaba todas las televisiones para tocar en acústico en un pequeño escenario al lado de la mole con la que extasiaban al público por los estadios del mundo.
Más allá de la locura sigue estando una chica de Barcelona y los antiguos chicos del instituto Mount Temple de Dublín, que reinventaron la historia de los conciertos de rock como ahora reinventa Rosalía la historia de una especie de mestizaje musical por el que ahora mismo vuela, parece que sin rumbo, pero con una idea perfectamente definida como si nunca más quisiera tener que tirarle piedrecitas a un río.