El fenómeno Rosalía: a favor y en contra de la artista del momento
En la redacción de El Debate, como en la vida, hay quien ha entrado de lleno en la «fiebre Motomami» y quien se resiste a sus ritmos contemporáneos. Los redactores de Cultura argumentan sus posturas
En 2017, Rosalía empezaba a sonar gracias al disco Los Ángeles, donde revisitaba el flamenco que había estudiado y que tanto la había inspirado. Después llegaría el éxito de El mal querer y, con él, colaboraciones con artistas internacionales como J Balvin, Ozuna, Travis Scott, The Weeknd, Billie Eilish o Tokischa, además de los consabidos C. Tangana o Bad Bunny.
La evolución de la cantante catalana es, para muchos, irregular, y las críticas han arreciado con su último disco, el polémico Motomami, y el tour internacional que ha montado para enseñárselo al mundo. Los redactores de Cultura de El Debate se posicionan: Mario de las Heras en contra, María Serrano a favor. Escojan sus argumentos.
En contra: 'pastora' del reguetón
Si por algo se puede estar «en contra» de Rosalía es por reinventarse en las corrientes actuales. Sumarse al reguetón dominante no es precisamente una idea vanguardista. Una música extendida (Jim Kerr, el cantante de Simple Minds, dijo hace unos días que probablemente estábamos asistiendo a los últimos días de la existencia del rock como género musical, qué terrible predicción) que ha terminado por aplastar todos los demás géneros.
No parece haber nada que hacer contra la expansión del reguetón como especie invasiva de la música que amenaza con acabar con su ecosistema. Por esto, la «decisión» de Rosalía de sumarse al «rebaño», o como nueva y rutilante «pastora del rebaño», viniendo de la profundidad, el silencio o la intimidad del cante, puede parecer una renuncia a la pureza en beneficio de un mestizaje favorable. Un movimiento nada arriesgado, haciendo pasar precisamente lo que es una transición a «lo fácil» por una complicada y única y constante reinvención que no es tal, sino pasar caminando de otro modo por lugares comunes, incluso vulgares para muchos.
Lady Gaga tuvo que llamarse así y disfrazarse como se disfrazaba para que Stefanie Germanotta triunfara. Los caminos recorridos han sido de tal extravagancia que los de Muchachada lo hubieran definido todo como «espantajería y mamarrachez», y quizá la verdadera prueba para estar «a favor» o «en contra» de Rosalía sea esta: esperar a que pase la locura del transformismo y volver a descubrir si lo que hay debajo, como lo que hay debajo de Lady Gaga (que casi ya abandonado la carcasa que la encumbró), sigue siendo una artista o se ha olvidado de todo para ser simplemente un fenómeno del momento.
A favor: calidad musical incontestable
El compositor Luis Meseguer estudió en la misma escuela que Rosalía, la Escuela Superior de Música de Cataluña. Mientras él se ha especializado en música sacra, ella ha optado por hacer dialogar tradición y novedad, flamenco y trap, bachata y reguetón. Sin embargo, para él, como para la mayoría de los músicos, «su calidad artística es indiscutible». Motomami, su último disco, encabeza la lista de Metacritic como disco mejor valorado del año por la crítica especializada a nivel internacional.
«Lo que llama más la atención es la mezcla de géneros. Motomami es difícil de definir porque combina muchos elementos: un estándar de jazz con instrumentalización de pop o trap, tamiza el flamenco... Esto tiene valor sólo si consigue crear una estructura que se mantenga por sí misma, y en el caso de Rosalía es así». Además de la mezcla de géneros, Meseguer destaca la capacidad de la artista de jugar con la estructura: «Y logra que funcione, como en Saoko, una canción sin estribillo que todo el mundo canta».
La eterna crítica de Rosalía y el reguetón pasará, igual que pasaron las críticas del rock (uno sólo necesita ir al cine a ver Elvis para encontrar en las críticas del rey de Memphis un eco a las que se le hacen a la catalana), el punk o la música disco. No es este un artículo para defender el reguetón ni mucho menos, pero sí para elogiar la capacidad de una artista contemporánea, que ha crecido escuchando Gasolina o Papichulo, para rescatar esa patria común y recomponerla
Rosalía incorpora sonidos de la vida diaria a sus canciones, creando música con ellos; escribe, compone, mezcla, produce, canta y tiene la última palabra sobre todo el proceso; no es «producto» de nadie, sino de su propia visión musical –que va más allá del sonido para empapar la imagen, sus outfits, su escenario, sus redes sociales, su forma de hablar, grabar y transmitir–; maneja de la misma forma el sintetizador y las herramientas digitales de producción que el piano o la guitarra.
Es curioso imaginar qué pensarían de David Bowie, Freddie Mercury, Michael Jackson, Elvis Presley o los Beatles aquellos que se llenan la boca llamando «choni» o «poligonera» (un término algo clasista) a Rosalía con la intención de construir una crítica «argumentada» contra ella. Los códigos estéticos de cada tiempo son inescrutables para las generaciones anteriores: es probable que la primera vez que Elvis apareció con un traje blanco de cuero con flecos y piedras de colores o que los «melenudos británicos» se pusieron sus ajustados trajes acampanados más de uno pensara «vaya horterada» o «la juventud está perdida».
Más allá de su incontestable calidad musical, avalada no solo por la crítica nacional e internacional, Rosalía ha puesto en el mapa la música española, haciendo que en todo el mundo se escuchen los versos de San Juan de la Cruz, se pregunten por qué una canción suya se llama Bulerías o qué es un zapateao o una bata de cola. Pero lo que es más importante: Rosalía es consciente de que lo que hace responde a una razón última, de que nada importa, más que una sola cosa que no es de este mundo. El cierre de sus conciertos es toda una declaración de intenciones, porque al cantar Cuuuuute nos despierta y nos reclama a mirar las cosas maravillosas que hay en la realidad: las mariposas están ahí, y el mayor artista de todos es el que ha hecho esa realidad: «El mejor artista es Dios».