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Luciano Pavarotti en su casa de Pésaro en 1993GTRES

Pavarotti, la voz solar que sigue emocionando 15 años después

Se cumplen tres lustros de la desaparición de un icono del siglo XX dotado de una personalidad deslumbrante y una voz única con las que logró conquistar el mundo

En uno de los documentales que se grabaron en torno a su figura, posiblemente el de Ron Howard, puede verse a Luciano Pavarotti abandonando las instalaciones del Met de Nueva York después de una de sus últimas actuaciones allí, Tosca, de Puccini. Aquellas habían sido unas funciones amargas, con el tenor cuestionado por los críticos, que le señalaban inequívocamente el camino de salida después de una carrera gloriosa, y el cuerpo vencido por numerosos achaques, las rodillas gastadas que apenas lograban sostener ya todo el peso de sus pantagruélicas raciones de pasta.

El héroe derrotado

Apagadas definitivamente las luces del escenario, y después de los saludos de los fans más incondicionales, pero en menor medida que antaño, la soledad. Como único báculo, la oronda figura del artista se desplaza bamboleante por el pasillo apoyado sobre la mucho más menuda de su sola compañera, la antigua secretaria y madre de su última hija, Nicoletta Mantovani, cómplice de sus postreros días triunfales y refugio en el definitivo ocaso. «Ecco la fine del mio camin. Oh Gloria, Otello fu!». «He aquí el final de mi camino. ¡Oh gloria, Otello fue!», como proclama el héroe derrotado de la penúltima ópera verdiana.

Pavarotti en 2005©KORPA

Solo en una ocasión Pavarotti se enfrentó con el rol que tantos sueñan en vano con poder interpretarlo. Fue en Chicago, junto al gran Georg Solti, y en concierto, nunca representado: el tenor con un butacón sobre el escenario para poder reposar a sus anchas. En el preciso momento del adiós neoyorquino, los ecos de la despedida del trágico guerrero veneciano, vencedor en mil batallas antes del último suspiro, seguramente resonaron con fuerza en la mente del león de Módena, epítome de la figura del tenor en el siglo XX, cuya popularidad logró traspasar el umbral de los teatros para convertirse en un fenómeno de masas tal como solo había ocurrido con otro cantante en su misma centuria, Enrico Caruso, italiano como él, pero del sur.

Nunca fue Werther

En la única, breve conversación que mantuvimos, en 2004, poco antes de conocerse la enfermedad que lo condenó al calvario, Pavarotti no se mostró contrariado por no haber llegado a interpretar Otello en escena, al menos lo hizo con orquesta y quedó grabado. Otros más grandes ni siquiera pudieron culminar sus intentos (Carlo Bergonzi tuvo que tirar la toalla en medio de un célebre concierto en en Carnegie Hall). Quizá él nunca lo hubiera confesado antes, quizá nadie se lo preguntó nunca, pero su única plegaria desatendida fue no haber abordado jamás el rol de Werther de Massenet, ni siquiera en disco. Ese reto parecía haber quedado solo para Alfredo Kraus, el mejor Werther de la segunda mitad del siglo XX, e insuperado desde entonces.

Joan Sutherland y Luciano Pavarotti en 1987OSAMU HONDA

Kraus le ganó la partida con Werther, pero antes él mismo se había interpuesto en el lanzamiento internacional de la carrera del tenor canario. A principios de los 60, con un joven Pavarotti ya abriéndose paso, la estrella entre las sopranos del momento, Joan Sutherland, quiso emprender una amplia gira cantando sus roles más emblemáticos para grabarlos además inmediatamente junto al tenor elegido, que en principio debía haber sido Alfredo Kraus. Pero el cantante español puso una condición inaceptable para la Sutherland, que los discos se hicieran con su propia compañía, la que él mismo había fundado en su país. Finalmente, la soprano australiana y su marido, el director Richard Bonynge, siempre con buen criterio para las mejores voces, decidieron apostar por el emergente Pavarotti. Y el resto ya es historia.

Las grabaciones de Decca

La Decca, poderosa discográfica por antonomasia de grandes cantantes, hizo una fortuna promoviendo los registros de aquella nueva pareja de oro formada por dos de los más relevantes belcantistas del momento, que tuvo su equivalente también en actuaciones por los mejores teatros del mundo. Su ya estupendo catálogo se enriqueció aún más con novedosas, y en algún casos inéditas, grabaciones de óperas como Beatrice di Tenda o La hija del regimiento, junto a las más populares I Puritani, La Sonámbula, Rigoletto, Lucia di Lamermoor, …

La voz de Pavarotti logra rasgar el velo de los altavoces hasta penetrar en lo más íntimo del alma del oyente

Volver a escucharlas hoy (mejor en vinilo de toda la vida), sobre todo si se han dejado reposar como los buenos vinos durante una buena temporada, supone revivir casi el deslumbramiento primigenio producido por dos artistas en plenitud, capaces de transportarnos a otros mundos ideales. Equivale a regresar en un día de verano a una de esas estancias llenas de recuerdos, pero abandonadas durante algún tiempo, dejando que la luz inunde de nuevo cada rincón con su urgente fulgor. Esa claridad, ese destello que deslumbra y acaricia a la vez con la calidez de los rayos solares al colarse entre los vidrios tienen su equivalente en la voz de Pavarotti cuando logra rasgar el velo de los altavoces hasta penetrar en lo más íntimo del alma del oyente. No hay más, es el Mediterréneo hecho sonido a través del timbre privilegiado de una voz con un sello único, personal, inconfundible.

Los Tres Tenores

¿Los Tres Tenores? Un gran negocio que inauguró para los interesados, Carreras, Domingo y el propio Pavarotti, una veta inexplorada e inesperada, la de los macroconciertos y sus expectativas reales de ingresos como nunca se habían percibido por una única actuación. Había llegado el momento de forrarse a lo grande, al menos como los integrantes de los Rolling Stones, que se lo ganan siempre más fácil. Cuestión de mercado y oportunidad. Lo cierto es que solo el carisma de estos tres grandes artistas, y una hábil mercadotecnia, pudieron lograr algo parecido. Ni todos los principales cantantes actuales de su cuerda reunidos convocarían a más de de dos mil espectadores en el Dodger’s Stadium, una filfa. Algunos lo han intentado, para fracasar. Son otros tiempos.

Plácido Domingo, José Carreras y Luciano Pavarotti en el primer concierto de los Tres Tenores en 1990GTRES

¿Y el Arte? Bueno, hay quien dice que muchos de esos conciertos sirvieron para acercar a un público nuevo a la ópera: que de ahí surgieron más aficionados y algunos cantantes (varios ilustres tenores de hoy confiesan que decidieron abrazar esta profesión por aquellas espectáculos). Dejémoslo así.

Hoy se cumplen quince años del fallecimiento de «Big Luciano». Hay artistas que mueren dos veces, una cuando se retiran y ya nadie los reconoce, y otra cuando la parca llega implacable para cobrarse su deuda. Otros en cambio no se despiden jamás. Pavarotti es de estos últimos, de los eternos. Mientras queden ventanas que seguir abriendo su voz dorada volverá a bañarnos con su luz única e imperecedera.