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Farinelli imaginado por Gérard Corbiau en la película 'Farinelli: il castrato', de 1994

El 'castrato' Farinelli revivirá en Madrid gracias a Cecilia Bartoli

La conocida mezzo italiana regresa al Teatro Real, tras cinco años de ausencia, con un concierto dedicado al más célebre de los castrati, artífice de la ópera en la capital española

Cecilia Bartoli regresa estos días a España con Farinelli como privilegiado compañero de viaje. La mezzo romana, cuyas extraordinarias cualidades vocales, unidas a su innato carisma y burbujeante personalidad, la han convertido en un icono de la música clásica, no pisaba el Teatro Real desde su último concierto aquí, en 2017. De ahí el interés que suscita su retorno ahora al coliseo madrileño, el próximo martes (19:30 h.), con prácticamente todas las entradas agotadas.

Junto a la orquesta de Les Musiciens du Prince-Monaco, bajo la batuta de Gianluca Capuano, en estas ocasión interpretará fragmentos de óperas de Nicola Porpora, maestro del más célebre de los castrati, y Händel, autor de algunas de las obras con las que Farinelli triunfó en su momento. Ocasión propicia para recordar que el cantante más aclamado de la primera mitad del siglo XVIII desempeñó, además, un lugar muy destacado en la organización de la vida musical de la corte española.

Que los sonidos bien organizados en el tiempo pueden curar ya lo intuían los griegos. Y hoy varios estudios han logrado demostrar la correlación entre el placer de escuchar música y el riego sanguíneo en distintas zonas de la corteza cerebral. Isabel Farnesio, sin haber podido leer aún al neurólogo Oliver Sacks, fue también, en su día, una abanderada de las musicoterapias. En procura de un posible remedio, viendo que su marido, el rey Felipe V, atravesaba su particular crisis de los 40 envuelto en un pesado manto de melancolía que apenas le dejaba ya concentrarse en los asuntos regios, la noble italiana, igual que ahora los grandes magnates para celebrar aniversarios o bodas de familiares, sugirió la contratación de los servicios de la gran rock star del siglo XVIII, Farinelli, sobrenombre de Carlo Broschi (Andria, 1704-Bolonia, 1782), sin duda el mejor cantante de su época, el más aclamado y reconocido en Europa entera.

'Felipe V e Isabel Farnesio', cuadro de Loo Louis-Michel Van LooMuseo del Prado

La Farnesio, agobiada por la salud del monarca, y seguramente con el apenas disimulado interés de volver a disfrutar de la gran música que añoraba de la vida en su propio país, supo jugar muy bien sus cartas justo en el momento en el cual Farinelli, harto ya de la vida de un divo de la ópera, sometido a ese incesante y pesado trajín para actuar en los grandes centros musicales de la época (Londres, Viena y Nápoles), deseaba cambiar de tercio procurándose una existencia más plácida. La corte española, con el primer Borbón en el trono, ansiaba además afirmar su influencia en el contexto europeo, y nada mejor para lograrlo que fichando para Madrid a un verdadero galáctico.

Conciertos privados para el Rey

La leyenda, cuestionada por algún pesado musicólogo reñido con la poesía, pero avalada por los comentarios de escritores de aquel tiempo como Charles Burney (sempiterno rastreador de placeres auditivos a lo largo y ancho del continente), sostiene que Farinelli fue requerido para cantarle todas las noches al monarca, durante nada menos que una década, en sus aposentos del Palacio Real. Tan solo arrullado por las extraordinarias dotes canoras del célebre castrato, provisto de una de esas voces tan peculiares que combinaban la suavidad, dulzura, el brillo y la extensión de las femeninas con la mayor capacidad pulmonar, gracias al tórax más desarrollado de un hombre, Felipe V lograba aplacar sus demonios internos. Quizá porque la música es una venda en la herida que el mal abre una y otra vez en la humanidad.

Pero aquel gran fichaje no sólo contribuyó a templar el ánimo de Felipe V. Farinelli puso al servicio de la corte su amplia agenda de contactos y la larga experiencia acumulada a lo largo de una carrera que se desarrolló siempre en las mejores plazas posibles para sentar las bases de la ópera en la capital. A la muerte de su patrón y benefactor, el nuevo monarca, Fernando VI, lejos de retirarle el apoyo apartándole de la corte, supo apreciar sus contribuciones y le encargó la dirección de los teatros del Coliseo del Buen Retiro y del Real Sitio de Aranjuez.

En lo que hoy es el Casón del Buen Retiro, el cantante promovió fabulosas temporadas operísticas que situaron a España, durante algunos años, entre los principales santuarios líricos del continente. Para ello supo rodearse de las mejores voces de la época, casi todas italianas, lo que disgustó a las locales, que ya entonces comenzaban a quejarse de lo que consideraban una grave discriminación. El pionero de los actuales directores artísticos también sentó cátedra, entre sus sucesores del futuro, como un cultivador del autobombo: «Sin exageración alguna se puede muy bien asegurar que en Europa no hay teatro que iguale al de la Corte de España por su riqueza, y abundancia del escenario y vestuario», en palabras del propio Farinelli. Y probando que el marketing no es cosa nueva, los colaboradores del monarca se encargaron de difundir estos y parecidos elogiosos comentarios sobre su trabajo, bien remunerados, por las publicaciones de las principales cortes.

Farinelli (Carlo Broschi, 1705-1782), pintado por Bartolomeo NazariRoyal College of Music

La operación artística y comercial funcionó. Pero la buena estrella del intérprete, y luego intendente, ya no le alcanzaría hasta Carlos III, que si bien decidió prescindir de sus servicios lo despidió como todo un caballero concediéndole la generosa pensión con la que terminó sus días en su mansión de Bolonia como justo reconocimiento a los años dedicados a servir y situar a España entre las grandes urbes musicales europeas. Y no solo eso. A su partida, ciertamente apesadumbrado, porque en realidad habría querido continuar su obra, legó a las generaciones posteriores un completo manual sobre el arte de producir una ópera que, en lo que atañe a la manera de organizar los ensayos, difiere poco de lo que aún se hace hoy.

Monarcas y artistas, una relación compleja

Pietro Metastasio, célebre dramaturgo de la época, autor de libretos para Mozart y de muchas de las óperas que Farinelli trajo a España, como gran amigo suyo, ya le había advertido que un día su suerte se tornaría adversa, señalándole además lo que seguramente habría de ocurrirle. Escritor al fin, lo hizo a través de los versos concebidos para una de las escenas de su Artaserse: «La otra turba/de falsas amistades/falta cuando la gracia del Rey falta/¡Oh!, ¡Cuántos vi humillados antes,/que hoy no caben de orgullo y de soberbia!».

Las desiguales relaciones entre monarcas y artistas no han cesado tampoco en nuestros días. El conjunto que actuará con Cecilia Bartoli, este martes, en el Real madrileño, Les Musiciens du Prince-Monaco, fue fundado hace seis años en la Ópera de Montecarlo a instancias de la mezzo bajo los auspicios del actual Príncipe Alberto, y de su no menos conocida hermana Carolina, Princesa de Hannover, que parecen apoyarlo con decisión y buenos recursos, al menos por ahora.

La Bartoli será, por cierto, la directora del coliseo lírico del principado monegasco a partir del año próximo. Quizá como su compatriota Farinelli, la cantante medita ya su retirada mientras desea seguir acumulando cargos (en la actualidad lleva las riendas del Festival de Pascua de Salzburgo) que le permitan seguir vinculada a su gran pasión y disminuir el ajetreo de su principal actividad, ella que además evita a toda costa viajar en avión. En su caso será más una elección que una salida, porque lo cierto es que aún es requerida para actuar en los principales centros musicales de todo el mundo. Y sus seguidores la adoran.