Jerry Lee Lewis, el artista eclipsado por Elvis que terminó estrellando el coche contra Graceland
Unos meses antes de que Presley muriera, Lewis se presentó dos veces en su mansión pidiendo verle, la última de ellas borracho y con una pistola
Jerry Lee Lewis y Elvis Presley eran dos de las muchas estrellas emergentes del nutrido grupo que recorría el sur de los Estados Unidos para cambiar la música en los 50. Además de ellos estaban Johnny Cash y Carl Perkins, con los que formaron el Cuarteto del Millón de Dólares, todos ellos salidos de los estudios Sun de Sam Phillips.
Jerry siempre creyó que era el mejor. Y no es que no lo fuese, que no lo era, sino que Elvis fue el elegido, «El Rey», que le fue tomando distancia con sus formas más pulidas, menos salvajes. Elvis era un salvaje, pero era bello y lírico, lo que no era el autor de Gran Bola de Fuego. Chuck Berry y Little Richard también estaban por allí.
La competencia era dura y en su intento por sobresalir quizá se excedió o tuvo que hacerlo. Puede que nunca tanto como el día que prendió fuego al piano en plena actuación enfadado por tener que tocar antes que Berry.
Su piano tenía que competir contra la voz de dos octavas del de Memphis, sus movimientos inimitables y los otros talentos del resto de compañeros de generación. Los dos surgieron del blues, de la música negra que convirtieron en un rock n'roll que en el culmen de su fama Lewis no supo modelar para que sobreviviera y casi lo quemó, como al piano.
El escándalo de casarse con su prima de 13 años le marcó para siempre relegándole sin solución. Lewis fue silenciado por aquello. «El asesino» (The Killer le llamaban por sus formas) fue detenido y apartado, mientras Elvis continuaba imparable hacia la leyenda, también Chuck Berry y Little Richard y Johnny Cash.
Él siguió tocando y actuando, casi olvidada cualquier posibilidad de posteridad que al final acabó obteniendo por su talento, y también merced a las tragedias y escándalos continuos, como la muerte de dos de sus hijos y de dos ex novias, una de ellas por sobredosis, y la filmación de una película sobre su vida.
No acabó aquel día su existencia (sobrevivió justo medio siglo a su némesis gigante) en que se presentó sin avisar en casa de Elvis. Pero quien sabe si a partir de entonces encontró cierta paz en una larga y a pesar de ello fulgurante existencia. Fue como la manifestación final de su eclipse, la protesta airada contra la sombra que le había robado el estrellato absoluto que perseguía y que llegó a tener de algún modo durante su carrera.
El 22 de noviembre de 1976, Jerry Lee Lewis se plantó con su coche en Graceland, la mansión de Elvis, y pidió verle. Ante la negativa, embistió contra la verja y se marchó. Lo más noticioso llegó esa madrugada cuando regresó borracho y con una pistola.
«¡Quiero ver a Elvis, decidle que está aquí 'The Killer'», gritaba. «El puto Elvis viviendo en esa maldita mansión como si fuera Dios», se le oyó decir. Dicen que cuando Elvis preguntó qué pasaba y se lo contaron, dijo que no quería hablar con ese «loco hijo de puta». Y no lo hizo. Apenas ocho meses después Elvis apareció muerto en su baño y luego de cincuenta años Jerry fue a morirse, casi se diría que a propósito, en ese redondo aniversario.