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Concierto 'Ibermúsica. Evgeny Kissin' en el Auditorio Nacional de Madrid

Kissin, el genio que desafía a Putin e hizo llorar a Karajan

Considerado uno de los más grandes exponentes del piano en la actualidad, Evgeny Kissin se presenta este lunes en el Auditorio Nacional de Madrid

Aseguran que un día hasta a Herbert von Karajan se le vio llorar. Fue durante los ensayos de un concierto en el que el entonces adolescente Evgeny Kissin, con aquella suerte de peinado afro que entonces gastaba, compareció ante los filarmónicos berlineses para sustituir a otro juvenil prodigio, Ivo Pogorelich, huido en el último minuto. Aquellas lágrimas eran para el eximio director el testimonio de un hallazgo equivalente a un milagro, algo que muy raramente acontece: la intuición de que, bajo la apariencia de una belleza inalcanzable para el resto de los mortales, pueda anidar quizá el ave fénix de la perfección.

Han pasado casi cuarenta años de aquel deslumbramiento, y Kissin ha dejado muy atrás su melena y aquella aura casi mozartiana de infante capaz de obrar sobre el teclado prodigios ajenos al más común talento humano. Y no es que hoy no consiga asombrar aún a los auditorios de medio mundo con la seguridad pasmosa de su técnica infalible puesta al servicio de un intérprete cada vez más sensible. En modo alguno, pero el genio ha sabido cultivar, perfeccionar y domeñar durante este tiempo otros saberes que han enriquecido su personalidad trasladándolos, junto a sus vivencias personales, a su rica paleta evocadora de sonidos; aportándole nuevas perspectivas, matices más hondos y sutiles a sus interpretaciones.

De la música a la escritura

En su espléndida madurez, Kissin (1971) no sólo continúa leyendo a Pushkin («el Bach de la literatura» para él), Goethe, Thomas Mann y hasta Lorca, su favoritos. Él mismo ha encontrado en la escritura una manera de enfrentarse a la memoria de sus angustiosa infancia, los recuerdos de toda una vida dedicada a la música («A Yidischer Scheigetz», tituló su biografía redactada en yiddish), e incluso ha escrito un libro de cuentos y versos que recita en público o en voz alta cuando mata el tiempo en las habitaciones de los hoteles a la espera de su próximo recital.

Aunque nacido en Moscú, de padres ruso-judíos, porta pasaporte israelí y británico, y vive en Praga, donde se estableció y reside con su mujer, antigua amiga de la infancia, un temprano amor que tardó en fructificar como pareja varias décadas, hasta que Kissin regresó a su país para interpretar un concierto. No parece, en cualquier caso, que atesore muy buenos recuerdos de su temprana vida bajo el manto protector de ese imperio soviético que sometía a sus ciudadanos a todo tipo de privaciones cercenando sus libertades.

«Mis padres, mi hermana y yo vivíamos en un piso con tres habitaciones repartidas en 38 metros cuadrados. El salón era el dormitorio de mis padres y cada noche y mañana tenía que mover los muebles. Teníamos un gran piano en mi cuarto pero para evitar dormir justo al lado del radiador, movía mi cama, así que mi cabeza quedaba debajo del piano. Y cuando me levantaba, tenía que mover los muebles otra vez para practicar», escribió.

Cuando comenzó a dar conciertos fuera de la URSS, a partir de 1985, hubo de enfrentarse también con episodios de indudable sabor kafkiano para obtener los necesarios permisos de las autoridades, que muchas veces no tenían si quiera respuesta, por lo que importantes invitaciones se perdieron. No es extraño que el pianista se haya convertido en un decidido militante anti-comunista. Estos días se enfrenta como puede a la invasión de Ucrania, en su caso, desde el instrumento interpretando, como propina, obras como la Polonesa op. 53 de Chopin, que las radios polacas emitían sin tregua, en 1939, como protesta ante los avances de las tropas nazis para insuflarse ánimos e intentar resistir.

Las denuncias de Kissin contra el régimen de Putin vienen incluso de más atrás, y se hicieron patentes tras el envenenamiento de Alexei Navalny, uno de los más firmes opositores del tirano ruso. Kissin encabezó entonces a un grupo de músicos de su país que escribieron una carta abierta a la opinión pública denunciando una supuesta «guerra civil» en el seno de esa nación, y solicitando –en palabras del propio artista– «detener ya este régimen de terror».

Reanudada su actividad tras la pandemia, que dedicó a seguir estudiando para profundizar en los secretos de su repertorio, Kissin comparece este lunes en el Auditorio Nacional de Madrid procedente de Lisboa para ofrecer un esperadísimo recital: las entradas sueltas ya se agotaron hace varias semanas. Siguiendo sus expresos deseos, se colocarán cien sillas adicionales en el propio escenario destinadas a estudiantes de música de escuelas y conservatorios madrileños, a un precio más bajo. La recaudación irá destinada a la ONG Save a Child's Heart, que él mismo ha elegido.

El programa no incluye grandes sorpresas para un pianista que no muestra ningún interés hacia los autores de su tiempo: «Simplemente la música moderna no tiene el nivel de los grandes compositores», ha dicho. La sesión se centrará en obras de varios de sus favoritos como J.S. Bach (Fantasía cromática y fuga BWV 903), W. A. Mozart (Sonata para piano número 9 en Re Mayor K311), F. Chopin (Scherzo para piano número 2, op.31) y S. Rachmaninov (Lilacs 5, op.21, Preludio 8, op.32, Preludio 10, op.23 y Etudes-Tableaux op.39).

«Nunca fue un niño prodigio, si no un genio pequeño. Ahora es simplemente un genio», dijo de él Mark Zilberquit, autor de Los grandes pianistas modernos rusos. A lo cual su antiguo agente, Charles Hamlem, ha añadido: «Hay una especie de mística relacionada con él, y ver cómo eso se disuelve cuando se encuentra ante el piano es fascinante. En parte por su dominio total del instrumento. Pero eso está conectado con algo más espiritual. Tienes la sensación de que cuando está haciendo música, produce en el piano exactamente lo que escucha en su cabeza». Los privilegiados que han podido hacerse con una localidad tendrán una ocasión única de experimentarlo ahora.