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Uno de los tenores españoles más reconocidos de hoy, Celso Albelo

Música clásica

Mujer sí, gordo nunca

Isamay Benavente es elegida como la primera mujer que dirigirá el teatro de la Zarzuela, mientras al tenor Celso Albelo le impiden cantar en algunos lugares por su figura

El INAEM, organismo dependiente del ministerio de Cultura, acaba de anunciar esta semana la designación de Isamay Benavente como la primera directora artística en la historia del Teatro de la Zarzuela. Con gran algarabía se ha celebrado el hito de que el coliseo lírico madrileño vaya a ser gobernado, siglo y medio después de su fundación, por una mujer que, de antemano, reúne todas las características para llevar a cabo una estupenda gestión. Con este nombramiento no se ha tratado aquí de cumplir simplemente con una cuota (que también), pero al menos la persona que se ha impuesto al resto de los candidatos en un concurso público goza de cualidades más que sobradas para desempeñar el cargo.

En el ministerio de Iceta se quería que el actual director de la Zarzuela, Daniel Bianco, continuara unos años más en su puesto. Sin embargo, el escenógrafo argentino desea cambiar de aires; con la experiencia acumulada hasta hoy, su próximo destino profesional le permitirá probar suerte seguramente en la ópera (ya parece que hay una temporada en la que el actual responsable sólo le guarda pacientemente el sitio hasta que pueda anunciarse su sucesor). Era preciso poner en marcha el relevo de Bianco antes del otoño próximo.

La consigna ministerial, como en el caso aún reciente de la Orquesta Nacional, parecía clara a partir de entonces: «cherchez la femme», que dicen los franceses, había que buscar a una mujer como fuese. En el caso de la ONE, todo parecía decidido para que una directora, Alondra de la Parra, se hiciera con la titularidad del conjunto con sede en el Auditorio Nacional. Pero en cuanto se supo que la mexicana estaría encantada de ocupar un puesto que supuestamente ya le habían ofrecido, comenzaron a arreciar las críticas. Desde varios medios musicales se puso en duda la valía profesional de una mujer que nunca podría exhibir el currículo de Lydia Tár, que en la película de Todd Field resulta elegida como titular de la Filarmónica de Berlín tras pasar por la de Nueva York (toda una ficción, de momento).

En beneficio de todos

Los logros que puedan atribuírsele a De la Parra, por ahora, son de naturaleza mucho más modesta, por lo que aquí, ante el revuelo organizado, se decidió prorrogarle el contrato al actual responsable de la agrupación, algo que David Afkhan ni siquiera se esperaba. En su caso, sí querían relevarlo, pero la «tormenta azteca» propició una carambola que finalmente, sin duda, beneficia a todos: tanto a los músicos de la ONE como al público, teniendo en cuenta el gran trabajo que el director alemán ha desempeñando en estos últimos años.

Si el asunto se hubiera despachado con una mayor delicadeza, si las filtraciones de la propia interesada no se hubieran deslizado tan torpemente, De la Parra ya hubiese sido presentada en público sin que sus críticos hubieran tenido tiempo si quiera de afilar sus garras: los lamentos «a posteriori» de poco les habrían servido. «Alea jacta est», y todos para casa.

Sin poder presentar a la mujer preferida en un cargo de tan singular relevancia (también hubiese sido la primera en la ONE), era preciso no errar bajo ningún concepto el segundo disparo. Por eso el veredicto del pomposo Consejo Artístico de la Música no ha fallado ahora. Venía Isamay Benavente de desarrollar una brillante labor al frente del Teatro Villamarta de Jerez, no siempre reconocida. El Ayuntamiento de la ciudad andaluza buscaba relevarla, algo que se hacía cuesta arriba después de su reciente nombramiento como Presidenta de la Asociación de Teatros y Temporadas Líricas de España, Ópera XXI, con el que sus compañeros, que conocen de sobra la gran tarea desarrollada a partir de unos medios muy precarios, quisieron arroparla.

Isamay Benavente fue directora del Teatro Villamarta de JerezTeatro Villamarta

De Benavente se ha valorado siempre su talante abierto, su capacidad de trabajo y su habilidad para hacer «más con menos», llegando a proponer en las temporadas jerezanas espectáculos muy meritorios, dotados de imaginación y audacia, y que en numerosas ocasiones han girado por otras ciudades y temporadas españolas propiciando un modelo de producciones de bajo coste pero con una calidad media de gran dignidad, algo que tuvo mucho que ver con la visión de su reconocido mentor, el director de escena Paco López. La Zarzuela queda, pues, en muy buenas manos.

Pareciera que con este tipo de nombramientos se buscase compensar a las mujeres por los agravios de la historia: la civilización avanza a trompicones, menos acusados en Occidente. Y bien está que así sea cuando, como en el caso de la nueva directora del teatro de la calle Jovellanos, la designación no admite reparos, no siembra dudas sobre la idoneidad de la persona seleccionada.

Discriminación en más de un sentido

Sin embargo, estas nuevas designaciones en las cúpulas, en los cargos más visibles de algunas instituciones, no tienen a veces reflejo en otros asuntos que también debieran recibir la precisa atención e interés. Esta misma semana, por haberse producido en un medio quizá demasiado especializado, una revista gremial, Opera Wire, han pasado inadvertidas las curiosas declaraciones que uno de los tenores españoles más reconocidos de hoy, Celso Albelo, ha realizado sobre un hecho que no parece molestar a nadie, o al menos no se toma tan en serio como otras reivindicaciones.

El cantante canario pasa por ser uno de los mejores representantes de su categoría vocal en el mundo entero. Por situarle, no ha habido en las últimas dos décadas, en todo el circuito internacional, un mejor intérprete del personaje de Edgardo, el protagonista masculino de Lucia di Lamermoor, o del Gennaro de Lucrezia Borgia, ambas óperas de Gateano Donizetti, por citar sólo dos de los roles en los que reinó supremo su coterráneo, Alfredo Kraus, cuando aún vivía. Nadie los ha interpretado en estos años recientes como Albelo, ni Javier Camarena ni Juan Diego Flórez, por citar solo a dos de sus más ilustres colegas, y también rivales, que lo son pese a que a veces la competencia artística se eluda bajo el fingido manto de la obligatoria cortesía.

Lo normal en otras épocas, seguramente menos volcadas con el empoderamiento femenino, es que Albelo hubiera paseado estos personajes por los principales teatros líricos de Milán, Londres, París, Munich, Viena o Nueva York (ni Madrid ni Barcelona juegan hoy en las «Grandes Ligas» de la lírica, pero tampoco los ha ofrecido allí). No ha sido así. Obviamente, el tenor lagunero no cita a estos ni a otros coliseos por el nombre en su entrevista, pero en cambio sí denuncia a las claras que en estos últimos años ha perdido varios contratos importantes, algunos ya apalabrados, sencillamente porque los responsables artísticos de los teatros correspondientes consideraron que su peso no era el adecuado; vamos, que estaba gordo.

Celso Albelo, tenor nacido en Tenerife, fotografiado en Barcelona

Desde luego, si a Albelo le sobran o no unos kilos para nada resultaría un problema, como el que en cambio sí padece el protagonista de La Ballena, uno de los filmes premiados en los Oscar. El tenor puede moverse perfectamente por el escenario, no es una mole. Pero para algunos responsables de teatros, sobre todo aquellos que permiten a los directores de escena imponer sus caprichosos criterios acerca de la idoneidad de tal o cual artista por cuestiones que tienen que ver más con el físico que con sus condiciones vocales y su desempeño actoral, poder contar con el mejor resulta en demasiadas ocasiones lo de menos: lo fundamental es que este resulte atractivo, que «se vea bien», sobre todo si la representación se va a replicar en las pantallas de los cines. La imagen parece haber pasado ahora a ser lo esencial en un arte que desde sus inicios procuraba basar su esencial poder expresivo en aquello que los pioneros definieron con toda propiedad como «recitar cantando», es decir, actuar a través de la voz.

La semana en que Brendan Fraser ha recibido el Oscar por su valiente retrato de un obeso, en lo que parece otro claro mensaje de concienciación social acerca de lo imprescindible que es situar algunos valores por encima de la imagen, el único que parece prevalecer ahora mismo; la misma en que se ha asumido como una conquista extraordinaria (sin duda lo es) el que una mujer vaya a dirigir uno de los principales coliseos líricos españoles, resulta que nos enteramos (en realidad ya lo sabíamos, pero hace falta que más gente lo señale) que algunos teatros se permiten rechazar a uno de los principales cantantes internacionales porque su figura no es la de Chris Hemsworth en Thor. En el mundo de la ópera de nuestros días puede incluso constituir ya una ventaja ser mujer si se trata de dirigir un teatro. Pero si estás gordo, ni sueñes con poder cantar.