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El tenor español Xabier Anduaga interpreta a Nemorino, y Aleksandra Kurzak a Adina, en «L’Elisir d’Amore», en la Metropolitan Opera de Nueva YorkMetropolitan Opera

Xabier Anduaga agita Nueva York con su debut en el Met

El New York Times, junto al resto de la crítica norteamericana, aclama al joven tenor español que a sus 28 años ha logrado «detener el tiempo» con el Elisir d’amore de Donizetti, hasta la próxima semana

Una cosa es llegar y otra muy distinta triunfar. A sus veintiocho años, Xabier Anduaga acaba de hacer ambas cosas en su debut en el Metropolitan de Nueva York, para muchos cantantes la verdadera Meca de la ópera o el equivalente a disputar la final de la Champions con la Real Sociedad, y ganarla, como ha dicho estos días el tenor donostiarra sobre su más reciente éxito. Pocas veces las críticas se muestran tan unánimes ante un descubrimiento. Hasta el circunspecto New York Times se ha hecho eco, desde el mismo titular de la suya, de lo que supone esta nueva aparición en la Gran Manzana. «A Tenor Arrives at Met Opera in ‘Elisir!» («¡Un Tenor llega al Met en Elisir!») podría parecer simplemente una frase más, si no fuera por la carga que lleva implícita: «un Tenor», así en mayúsculas, vendría a revelar que no se trata de un tenor cualquiera, si no del que muy pronto será considerado como «El Tenor».

El propio teatro se había encargado de caldear el ambiente previo, como en los derbis, anunciando la presentación de Xabier Anduaga para la primera de cinco funciones de L’elisir d’amore de Donizetti, del 13 al 29 de este mes, como un evento «muy esperado», algo poco habitual para un cantante que se encuentra en los prolegómenos, aunque ya sólidamente asentados, de su carrera. Con ese tipo de anuncios algunos coliseos líricos intentan llamar la atención sobre una nueva figura a la que es conveniente seguir, señalándole al público lo que resulta preciso apreciar con la máxima atención, para que no quepan dudas. Pero una cosa es preparar el desembarco, y otra muy distinta que las expectativas se muestren, luego, a la altura del señuelo exhibido.

En este caso, muy raro últimamente, sobre todo en el exclusivo territorio reservado para los tenores, ahora no ha habido burdos engaños, brebajes de esos que prometen devolvernos la inocencia perdida, como los que el falso doctor Dulcamara despacha a los campesinos para remedio de todos sus males en la ópera señalada. A juzgar por los resultados, el Met no se ha servido de una publicidad engañosa para colocar su mercancía, como perpetra el bufo personaje donizettiano. El público ha aclamado sin reservas a una nueva estrella. Y luego la crítica, en lugar de llevarle la contraria, como en tantas ocasiones, le ha dado la razón por una vez.

El tenor español Xabier Anduaga, a punto de salir a escena

Tanto la reseña del vetusto Times, como otras que antes y después han ido apareciendo estos últimos días en otros medios menos prestigiosos pero igualmente relevantes, como Opera Wire, han destacado a la vez las cualidades excepcionales de Anduaga, que aquí ya conocíamos: desde la apostura y el aplomo escénico, que ha ido ganando enteros en los últimos tiempos gracias al trabajo desarrollado con su equipo, hasta lo que era principal hasta hace nada, y continuará siéndolo siempre a pesar de quienes vanamente se empeñan en convertir la ópera en un sucedáneo del cine o una infame y ridícula copia de los musicales: la voz.

Apostura, aplomo, voz y calidad

La suya, como acaban de descubrir los cronistas de ultramar, es de una calidad excepcional, muy pocas entre generaciones. Amplia, hasta correr por todos los rincones de un teatro de las extraordinarias dimensiones del neoyorquino sin problemas de volumen; dotada de un timbre típicamente mediterráneo, cálido, seductor; flexible, con facilidad para alcanzar el agudo sin perder empaque y notablemente expresiva. Aunque, y así también se ha señalado estos días, en esa búsqueda permanente de la excelencia que lleva aparejada su profesión (cuando se aspira realmente a entrar en la historia), precise seguir profundizando en la denodada búsqueda del matiz, hasta dotar a cada palabra de su sentido preciso a través de una paleta cromática más sutil, rica y variada. Justo lo que logró alcanzar en esa citada Furtiva lagrima subida a la web del teatro por el propio Met, de la que todos señalan la delicadeza de ese final casi susurrado, adelgazando el sonido al máximo pero sin perder el enfoque ni la potencia.

Xabier Anduaga no lo tenía fácil, en realidad no lo ha tenido nunca: de orígenes modestos, fue escalando peldaños entre los alevines del Orfeón Donostiarra hasta que con la ayuda de su maestra, consejera y leal escudera en todo trance, Elena Barbé, comenzó a pulir el diamante que ya está proporcionándole los frutos de una carrera que parece no tener techo, solo el que él mismo se quiera trazar. Para su primer aldabonazo neoyorquino le aguardaba una de esas arias que han cantado todos los grandes antes que él, y que por eso mismo son aguardadas por los verdaderos aficionados para calibrar inmediatamente el efecto y poder comprobar de ese modo si el intérprete escogido hace justicia a la historia, o no.

En el Met nadie olvida las numerosas funciones en las que Pavarotti, ya fuese bajo las batutas de Nicola Rescigno, Marcello Panni o James Levine, lograba hacer realidad aquel prodigio que Gurnemanz explica a Parsifal en la ópera de Wagner: convertir el tiempo en espacio. Ocurría siempre, cuando el orondo tenor se aproximaba hasta la boca del escenario para servir su inolvidable versión de la melancólica Una furtiva lagrima. El patio de butacas rugía al final como ante el triunfo del más reconocido de los gladiadores, que antes habían sido Caruso, Schipa, Gigli y Di Stefano. Algo parecido ha vuelto a ocurrir ahora. Cuando el tenor español la cantó en la función del pasado domingo, «el tiempo pareció detenerse», escribió hace un par de días Oussama Zahr en su reseña del NYT.

La reseña del 'New York Times' que destaca la interpretación de Xaier AnduagaMaría Serrano

Desde Kraus, Domingo o Carreras no había aparecido otro cantante ibérico que llegara a concitar tantas ilusiones a partir de sus ya esperanzadores inicios, o al menos, la certeza de que con un poco más de suerte (básica también en este oficio) un tenor español volvería a situarse entre la declinante élite mundial de hoy. Anduaga parece destinado a convertirse en el número uno en lo suyo. Alberto Zedda ya lo intuía, y todos los que asistimos a su breve masterclass con el recordado maestro, en 2015, en La Coruña, lo tuvimos muy claro desde que abrió la boca para cantar un primer Rossini que ya se le ha quedado algo pequeño para sus ambiciones y la materia prima que atesora: en el inmediato futuro le aguardan, ya, el Ducca de Mantua de Rigoletto, que cantará muy cerca de aquí; el Percy de Anna Bolena, que paseará por Nápoles o Berlín y, quién sabe, si quizá en el horizonte más lejano, alguna vez, el Rodolfo de La Bohème. Estos días, en algunos de los comentarios de los aficionados neoyorquinos, tan proclives a este tipo de comparaciones, flotaba el nombre de José Carreras para referirse a Anduaga como un posible modelo.

A lo mejor para entonces, el Met, que planea desvincularse progresivamente del bel canto y ofrecerá hasta diecisiete óperas contemporáneas en las próximas cinco temporadas para intentar atraer a nuevos públicos, aún conserva la inigualable producción de la ópera de Puccini que en su día firmó Franco Zefirelli. Y con la que el gran Carreras hizo historia en aquellas funciones junto a Teresa Stratas. El futuro está escrito en el viento, como también sabía Eduardo Chillida. Uno de San Sebastián, con futura casa no muy lejos de la Bahía de la Concha y los fieros acantilados del Monte Igeldo, lo conoce de sobra. Y se prepara para ello.