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Silvia Pérez Cruz: «Yo no canto ni mi alegría ni mi pena, sino la de todos»

La cantante y compositora catalana publica su nuevo álbum, Toda la vida, un día. «La memoria es importante para poder construir encima», reivindica

Dijo Bob Dylan de Joan Báez: «Parece que acaba de bajarse de un meteorito». Silvia Pérez Cruz no parece haber bajado de la luna, sino ser ella misma una estrella, pero nada fugaz: lleva cuarenta años cantando, con y sin público. Su voz es un bálsamo que cura el alma, especialmente en estos tiempos rotos. Empezó a cantar habaneras de niña con su padre y ha reinventado la música popular con una interpretación genuina de la música que escuchaban (y cantaban) nuestras abuelas. Ha ganado dos Goyas (por las canciones originales de Blancanieves y Cerca de tu casa) y no hay músico que no la adore (de Serrat a los flamencos o los del jazz).

Hay una emoción en la manera de cantar de Silvia Pérez Cruz que a quien toca le cala hondo. Pero también en su manera de hablar, de sonreír con timidez o concentrarse mucho cuando quiere ponerle palabras a esa emoción que le vibra dentro y le sale como un torrente, desarmando al que tiene delante. Su magnetismo es de otro mundo y, a la vez, inconsciente, inocente.

En la pandemia surgió en ella la necesidad de recrear la vida entera en un solo álbum. Se llama Toda la vida, un día, una obra en cinco movimientos que reflexiona sobre las etapas de la existencia. Será su séptimo trabajo en solitario: 21 canciones, 69 minutos, 90 músicos… Todo es grande en el álbum y todo se reduce al mismo tiempo a ese círculo que es la vida desde su mirada.

Silvia Pérez Cruz en la portada de su nuevo álbum, 'Toda la vida un día' (Sony)

–¿De dónde ha nacido un disco como este, tan lleno de todo, como una vida entera?

–Es el proceso de los últimos tres años de mi vida. Yo siempre compongo, es mi manera de expresarme, y estas canciones son muy personales, porque yo estaba muy fecunda, tenía muchas cosas que decir. Me di cuenta de que tenía sentido organizarlo como si fueran las etapas de la vida, y fui trabajando cada una a muchos niveles: la infancia, la juventud, la madurez, la vejez, el renacimiento. La composición, letras, la producción, los arreglos... Cada etapa es un movimiento, como en la música clásica, y cada movimiento lleva aparejado un color.

–¿El título, Toda la vida un día, significa que en el presente ya está todo?

–Nace de la primera idea, que tuve tras conocer a Liliana Herrero, que es quien canta conmigo la canción homónima. Ella vive mucho el presente y de una manera muy intensa. Hablo de ese momento en el que es como si pudiera entender la vida entera en un instante, esa relatividad del tiempo que de repente se hace inmenso y eterno y si lo cuentas, son apenas segundos. En el disco está la vida entera, están el día y el año, y los movimientos de la vida. Tenemos que estar presentes porque cada momento es como una vida entera.

Hablo de ese momento en el que entiendes la vida entera en un instante, esa relatividad del tiempo que de repente se hace inmenso y eterno

–Cada movimiento se asocia a un color, pero también a un color sonoro. ¿Qué significa esto a nivel compositivo?

–En el confinamiento estaba componiendo canciones para mis amigos (las personas están muy presentes en este disco), pero cuando conocí a Liliana entendí que era «toda la vida»: entonces se ordenó todo, y compuse el resto del disco. Por ejemplo, el cuarto movimiento está compuesto ya con la conciencia de la vejez: todo en Do mayor y las cuerdas que nacen de una canción se encuentran en la siguiente. El segundo movimiento ya lo había compuesto, pero no sabía cómo arreglar las canciones: al entender que era la juventud, supe que la producción tenía que ser más arriesgada, más moderna, y por eso hay sintetizadores y autotune. Hay mucho más riesgo sonoro, es más angular. En el quinto, el renacimiento, dominan las percusiones y las voces, que en realidad son los sonidos primeros, lo primero que apareció en la música. En este disco se combinan la soledad de la composición y un coro transversal que nos representa a todos: es una unión de soledades emocionando y cantándole a lo mismo.

El coro transversal nos representa a todos: es una unión de soledades emocionando y cantándole a lo mismo

–Son 21 canciones, un trabajo concienzudo, profundo. ¿Qué ha supuesto para ti este proceso, cómo te ha cambiado?

–Siempre que compongo hago este trabajo, pero ahora lo estoy contando. Me he dado cuenta de que si no, la gente da por supuesto que no lo haces. Aunque explico la parte creativa, yo quiero que la gente cierre los ojos y se emocione y no piense. Eso sí, hay contenido, porque también me gusta pensar, jugar, buscar... y luego no pensar nada y cantar y sentir. Esto es un cuento, no quiero que se vea como algo complejo; simplemente comparto otra parte de mí que también me representa. Me ha ayudado a valorarme más. Liliana siempre me decía: «¡Hacéte cargo de tu luz!». He aprendido que me encanta lo que hago, que lo necesito, que me hace feliz y que me siento muy afortunada de que haya gente que me pueda escuchar.

Me gusta pensar, jugar, buscar... y luego no pensar nada y cantar y sentir

–Dices que si tuvieras que elegir, te quedarías con la emoción, pero que también reivindicas tu capacidad de pensar. ¿Has tenido que reivindicar que eres también arreglista y productora de tus propias canciones?

–Sí, y es curioso. Ya hace muchos años mi madre me decía que tenía que hablar de la composición, los arreglos, la producción... pero yo no lo necesito. Me gusta que la gente se centre en escucharme, en la emoción. Pero si no lo cuento, quiere decir que no lo hago. Me gustaría que existiera la duda, que por lo menos se preguntara. Hay patrones por los que casi siempre se sobreentiende que es el hombre el que piensa y crea, y la mujer la que interpreta (y es lo que me interesa, el directo, esa parte mágica del ritual). Esta vez estoy compartiendo el proceso, porque esto es una manera de vivir y de entender y ordenar las emociones, más allá de lo que pasa sobre el escenario. Igual también en estos tiempos donde todo es tan fugaz viene bien hablar de la artesanía, del tiempo que necesitan las cosas, de encontrar el propio ritmo dentro de un ritmo trepidante y real. ¡Decirle a los jóvenes que las cosas necesitan un tiempo, que además es tu tiempo, no hay un tiempo universal! Hay cosas fugaces maravillosas, pero aquí reivindicamos el trabajo de todas las disciplinas artísticas.

–En el disco, con ilustraciones de Borja Cámara, predomina un árbol rodeado de estrellas. ¿Cómo se aúna en ti este tener presente la tradición y, a la vez, atreverte siempre a mirar hacia arriba, a soñar?

–Es lo que hacen los artistas que me inspiran, como Caetano Veloso y Enrique Morente, que son dos referentes fuertes: conocen mucho su tradición, pero siguen buscando una juventud eterna, una valentía. Hay valentía en cambiar para encontrar algo, pero a la vez cuidar lo que ya funciona. Esa imagen me inspira mucho. Yo he descubierto que mi voz es muy de la península Ibérica, muy familiar, y eso me permitió enraizar con toda una tradición. Sin embargo, en la composición y en los arreglos es donde están estas «ramas»: en el canto hay una raíz y en las sonoridades, en las propuestas, en las mezclas, están estas ramas buscando.

Mis referentes, Caetano Veloso y Enrique Morente, conocen mucho su tradición, pero siguen buscando una juventud eterna, una valentía

–El poema de William Carlos Williams Aterrados vertebra el disco. ¿Qué significa este «ordenar la inmensidad flor a flor»?

–En los directos de mi último disco, Farsa, trabajé la escenografía con la coreógrafa Elena Córdoba y la interpretación con el dramaturgo Pablo Messiez. Cuando les contaba mis emociones, me dijeron que existía un poema que les daba voz. ¡Qué milagro, la poesía! Me ayuda muchísimo a ordenar esa inmensidad, y hacerlo flor a flor. Por eso La Flor es el primer movimiento del disco, que representa la infancia, y la primera canción, Ell no vol que el món s'acabi, empieza con ese poema, aunque recitado en francés. El poema aparece cada vez en el inicio de los tres primeros movimientos, y dice: «Aterrados, buscan una flor familiar donde guarecerse, y les asusta la inmensidad del campo».

Silvia Pérez Cruz y la periodista María Serrano durante la entrevista para El DebatePaula Argüelles

–En el Premio Nacional de Músicas Actuales destacaron tu «inquebrantable compromiso con la belleza». ¿Esa es tu misión, perseguir la belleza?

–La belleza también es algo que muta mucho... Hay muchas cosas que considero bellas que no tienen que ver con la simetría ni con un estándar concreto, pero yo la entiendo como algo poético, como cuidar lo frágil. Es como un reconocimiento a todo un trabajo que quizá es más lento y vulnerable, pero que también es necesario dentro del arte. Me reconozco y me emocionan mucho esas palabras.

Yo canto a la tristeza universal. Si le cantara a mi pena me moriría, no podría cantar. Cantar me limpia

–Hay mucha pena, o mucha referencia a la pena, en tu música. ¿Las penas se curan cantando?

–Yo no canto ni mi alegría ni mi pena, sino la de todos. Yo canto a la tristeza universal. Si le cantara a mi pena me moriría, no podría cantar. Cantar me limpia. Un día una chica me dijo: «¿Quién te ha contado mi pena, que la has cantado?». Eso pasa con todas las emociones. Desde donde canto yo, no estoy yo como sujeto principal, sino como portavoz de algo colectivo. El viaje musical te permite llegar a sitios mucho más profundos, y la pena está ahí. No todo siempre es alegría.