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Bruce Springsteen en 2022 y en 1985GTRES

Bruce Springsteen, Bono y el triste rejuvenecimiento físico e ideológico de las «viejas» estrellas del rock

¿Dónde está el mínimo recuerdo de la tez blanquecina de los primeros tiempos de Nueva Jersey, el pelo desastrado, la «suciedad» camionera intrínseca que era el futuro del rock?

No se sabe muy bien que ha pasado con las ya viejas estrellas del rock. Que Julio Iglesias siga luciendo moreno terso y peinado disecado es casi un hecho que le corresponde por justicia, pero Julio no es una estrella del rock sino de la canción, que es otra cosa. Elvis ya dejó, como Pulgarcito, el camino lleno de piedrecitas: la aluminosis rockera por la que solo a los 42 años era la sombra abotargada de uno de los hombres más atractivos de la historia. Muchos otros después trataron de superar (y lo consiguieron) tan dudosa y nada recomendable hazaña: véase a la desgraciada Amy Winehouse convertida en un pre-cadáver sobre los escenarios a causa de las drogas.

Los rockeros muertos jóvenes y mal parecía casi una estirpe maldita hecha romanticismo por el mito, pero la cosa ha cambiado, como casi todo. La enésima sublimación de Bruce Springsteen casi ha terminado de conformar el cambio de paradigma: del rockero que vivía como escribió Hunter S. Thompson: «La vida no debería ser un viaje a la tumba con la intención de llegar a salvo en un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Wow! ! ¡Qué viaje!», al rockero eco- healthy que no come nada ¡desde las 4 de la tarde!

Sin Levi's, ni sudor

No se sabe qué opinará un viejo noble, envejecido como un vino perdido en una bodega oculta o como un whisky escocés enterrado en las mazmorras de un castillo abandonado de las Highlands, como Clint Eastwood, del rockero eco-healthy del siglo XXI en el que, de algún modo tristemente, se ha convertido Bruce Springsteen, al que además resulta que no le gusta que le llamen el Boss. Nunca se sabe, pero es posible que a Elvis sí le gustara que le llamaran El Rey. El caso es que Bruce Springsteen lleva quizá ya dos décadas afinándose y rejuveneciéndose de tal modo que parece un fresco espárrago bronceado (como si fuera una sustancia ácida, o un sonido chirriante, a pesar de cantar y tocar ¡y moverse! mejor que en sus inicios) al contemplarle.

¿Dónde está el mínimo recuerdo de la tez blanquecina de los primeros tiempos de Nueva Jersey, el pelo desastrado, la «suciedad» camionera intrínseca que era el futuro del rock? Al final ha resultado que más que del futuro era del futurismo. Springsteen parece pasado por la paleta o más bien por las manos del artista futurista Umberto Boccioni. Incluso parece su obra (es del mismo color y relieve) Formas únicas de continuidad en el espacio, sin Levi's ni camiseta rotos, ni pañuelo en la cabeza que valgan para aguantar el sudor de la carretera. Y no es que aquí se esté diciendo que haya que ser un despojo, ni mucho menos, pero ¿cuántas veces en la dignidad del despojo hay más elegancia que en la trampa de la woke-estética?

Formas únicas de continuidad en el espacio (1913) de Umberto Boccioni

El asunto, además, parece funcionar en paralelo al adelgazamiento mental, tendente a lo woke, que también es una dieta espiritual e intelectual. Un adelgazamiento del que, más que Springsteen (viejos compañeros de la vida), son U2, representados en la inevitablemente cargante figura de Bono, esculpida en la pseudo ideología del izquierdismo multimillonario y feliz. Este escribiente adoraba hace 30 años a los dublineses y especialmente a su líder hasta el punto de que quería llevar el pelo en los noventa (y lo llevaba) como él en el 85 y el Unforgettable Fire. Pero de aquello no queda nada. Ni en Bono ni en uno mismo, como si el antiguo ídolo hubiera ido chupando a fuerza de progresía insoportable, colegueos cursis con el poder y buenismo del malo, malo, toda la admiración adolescente, dejándola tan seca como el propio tiempo y apagando el fuego sin solución.

U2 junto al primer ministro turco Tayyip Erdogan©GTRESONLINE

¿Acaso Springsteen y Bono (lucidores de cabelleras abundantes por obra de la ciencia y como diseñadas por Marinetti) no tuvieron el espejo de Mick Jagger, envejecedor de arruga profunda, como simas en cuyo interior aún corre la vida que quedó atrás? Con la desaparición de las arrugas del rostro de Springsteen es como si hubiera desaparecido también la existencia anterior, como en la delgadez que el Boss (esta vez sí) parece haber impuesto a su E Street Band donde hasta Steven Van Zandt, el mismísimo Silvio de Los Soprano, parece Kate Moss en los noventa con la cara de Jep Gambardella.

Ay, pero qué poca belleza encuentra uno en este afinamiento insultante que tiene escuela en los inefables Coldplay, quienes dejaron de ser lo que fueron y prometían cuando el globalismo físico y mundial se les metió dentro para dejarles el talento frito, como las cosas prohibidas hoy que seguramente comían antes de esta debacle con tan buen aspecto que siempre culmina más allá de él, igual que Bono arrodillándose ante Penélope Cruz después de haberse arrodillado ante el Amor Supremo de John Coltrane, o con Michelle Obama haciéndole los coros a la triste, por potente que siga siendo, Eco-Healthy Street Band.