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Alicia de Larrocha

Alicia de Larrocha, la cima del piano ibérico cumple su primer siglo

La intérprete catalana alcanzó la gloria destinada a los más grandes intérpretes de su instrumento y divulgó como nadie la música española para piano

«Alicia de Larrocha, adorable criaturita, da media vuelta y se coloca de espaldas al piano (…) sentada ante el instrumento, toca pulcramente con sus diminutas manos, que no alcanzan la octava, dos obras de Granados: La campana de la tarde y El hada y el niño. La música se desliza entre sus dedos dulcemente, con lógica musicalidad, sin que falten los matices expresivos. No hay en su interpretación nada de premiosidad, ni tampoco apresuramiento; toca con el aplomo de una persona mayor. Decididamente, Frank Marshall es el maestro de los prodigios». La primera crítica de un concierto de Alicia de Larrocha se publicó en este mismo periódico, El Debate, el 7 de enero de 1929. La escribió Joaquín Turina, nada menos. En su reseña, el compositor hacía referencia tanto a la niña de seis años que tan buena impresión le había causado como a su mentor, el hijo de un ingeniero inglés establecido en Mataró, alumno a su vez de Enrique Granados.

Turina supo apreciar desde el primer momento el talento singular de aquella niña que con el tiempo habría de convertirse en una de las pianistas más justamente célebres de su generación, posiblemente la principal intérprete de este instrumento en la historia de la música española. Su vocación precoz, heredada del interés familiar por el piano, la unió al teclado casi desde su nacimiento, hace hoy justamente un siglo. «Sentí verdadero entusiasmo por la música cuando solo contaba año y medio y todas las circunstancias parecían presentarse propicias para que yo fuese pianista», declaró en una ocasión. A la edad de los primeros juegos, ella ya había sorprendido a los suyos tocando de memoria La primavera de Grieg, y cuando se portaba mal el mayor castigo de su tía consistía en cerrarle el instrumento.

Deslumbró a Rubinstein

Aquel inicial comentario periodístico desvelaba también ya algunas de las características que con el tiempo terminarían germinando en la sólida personalidad de la intérprete, que solo unos meses más tarde ofrecería un recital con motivo de la Exposición Universal, celebrada en Barcelona. Por esa época alcanzó a escucharla por primera vez el legendario Arthur Rubinstein, su ídolo. «Su forma de sentir la música es algo que ni se enseña ni se aprende. Tenga usted cien millones de dólares y no conseguirá hacerlo como ella lo hizo entonces», declaró años más tarde. El singular aplomo que había deslumbrado a Turina se convirtió en una de la señas de identidad de una mujer menuda pero firme y resuelta de carácter, discreta, enemiga acérrima de la pompa, concentrada básicamente en lo esencial para ella, el amor por la música, que identificaba con una auténtica vocación, «como la del monje en la ermita o la de la enfermera en el hospital».

Lo cual no quiere decir que no persiguiera el éxito. Si durante sus años de galeras, después de aquella presentación en el Liceo barcelonés, el 26 de marzo de 1941, en su primer concierto sinfónico (donde realizó su inicial interpretación de las Noches en los jardines de España de Falla), consagró todos los esfuerzos a peinar la piel de toro y sus islas presentándose ante los públicos de Madrid, Bilbao, La Coruña, Valencia, Palma de Mallorca, …, sus íntimas ambiciones estaban ya centradas en la conquista de las principales plazas internacionales. En el elitista mercado musical, ayer como hoy, triunfar solo en España era predicar en el desierto.

Fernando Vizcaíno Casas medió para liberarla de la discográfica Hispavox para firmar por Decca

Europa se le resistió un poco al principio, sobre todo después de que no lograra hacerse con el primer premio del Concierto Internacional de Ginebra, en la edición de 1947, la misma en la que su buena amiga la soprano Victoria de los Ángeles alcanzó, en cambio, la máxima gloria en la categoría reservada a las voces. El triunfo en forma de actuaciones periódicas en las principales plazas (Londres, París Berlín…) le llegó en los 50, aunque bastante antes que el ansiado reconocimiento en Norteamérica. Allí hubo de aguardar hasta que Herbert Breslin, el avispado publicista que más tarde se haría famoso forjando la leyenda de Luciano Pavarotti en USA, tuviese una corazonada con la pianista, a la que conocía de escuchar fervorosamente sus LP.

Alicia de Larrocha había firmado un primer contrato para grabar con Hispavox, cuyos registros distribuía Epic al otro lado del Atlántico. Más tarde, el escritor y abogado Fernando Vizcaíno Casas se encargaría de mediar para que la compañía española la liberase de aquella vinculación comercial, y poder firmar de ese modo con la mucho más potente Decca internacional. Pero antes de que eso sucediera, Breslin ya había caído rendido ante su versión de la Iberia de Albéniz. Como escribió más tarde, «era espectacular», pero en EE UU muy pocos la conocían, y solo por sus discos, a pesar de su muy bien acogido debut con la Filarmónica de Los Ángeles, en 1954.

Cuando salía al escenario, andaba ligeramente cabizbaja, para no tener que mirar al público

Que la pianista, más allá de su reconocida modestia, deseaba una mayor proyección internacional se advierte tanto en la búsqueda de una empresa discográfica importante, de carácter mundial, como en su dedicación a la causa: desde 1935 hasta su retirada en 2003 llegó a efectuar casi doscientas grabaciones, a pesar de que el medio no le gustaba nada según sus propias confesiones. «Me horroriza porque la personalidad de un artista, a mi modo de ver, está precisamente en el sonido, el sonido es su personalidad, y en cuanto entra uno en un estudio, el sonido se acaba, porque es el sonido del técnico, el sonido de la acústica de la sala, y del gusto que hacen ellos, de la época y la gente (…) en cuanto a la interpretación, se pierde la espontaneidad con los micrófonos, y esa especie de pesadilla de las notas falsas, de las notas rozadas, todo esto elimina por completo la espontaneidad. Para mí, queda nulo».

Herbert Breslin, según cuenta en su libro dedicado a Pavarotti, The King and I, creía que las causas de la escasa difusión de Alicia de Larrocha en la patria de Washington, aunque «tocase divinamente», eran fundamentalmente dos. El género: «La creencia general decía que era difícil para una mujer pianista hacer una carrera más grande. En aquellos años, las estrellas femeninas del teclado eran pocas y muy distanciadas en el tiempo. Había algunas muy famosas, pero eran aceptadas muy raramente al mismo nivel que los hombres». Y su consciente falta de glamour: «Cuando salía al escenario, andaba ligeramente cabizbaja, para no tener que mirar al público. La gente no pensaba que, por decirlo de alguna manera, tuviera madera de estrella».

Mi única vocación ha sido la música, lo único que me ha interesado es hacer músicaAlicia de Larrocha

Lo cual podría llevarnos a proponer la siguiente reflexión. ¿Cuándo hoy vemos a una de las pianistas más célebres de estos días, como Yuja Wang, salir a escena vestida con una de esas minifaldas que cortan el aliento dejando poco espacio a la imaginación, podemos asegurar que ese modo de presentarse ante el público representa una conquista o un avance frente a los tiempos en que De Larrocha casi parecía hacerse perdonar su presencia en el escenario?

Curiosamente, cuando a la intérprete española le preguntaron, en una ocasión, si el hecho de ser mujer había llegado a perjudicarle o todo lo contrario a la hora de desarrollar su carrera, la respuesta fue casi tan genial como su modo de interpretar a Granados: «Nunca se me ocurrió pararme a pensarlo, porque mi única vocación ha sido la música, lo único que me ha interesado es hacer música. Luego, cuando vino este momento adulto de hacer cosas, sí que quizás, en ciertos países, me he dado cuenta de que las mujeres han tenido alguna dificultad. Una de las dificultades para mí no es el hecho de ser mujer, sino la posición de la mujer, o sea, el hecho de que la mujer se casa, tiene familia, tiene un marido, tiene un hogar… Ésa es la dificultad, no que la acepten o no la acepten, sino todo lo que le rodea, lo que es difícil. Sin embargo, por otro lado, a veces puede ser una ventaja, porque hay concesiones, pequeñas amabilidades, que a veces no se tienen con los hombres».

Pianísticamente no se le conocen defectos (…) toca con la fuerza de cualquiera de sus colegas masculinosHarold Schönberg

Breslin se dedicó a perseguir a Alicia de Larrocha hasta que finalmente logró hacerle debutar en el Lincoln Center de Nueva York el 29 de diciembre de 1965, una década después de su primera actuación en la misma ciudad, pero en el Town Hall. Esta vez se presentó con la Filarmónica de Nueva York en el Concierto para piano número 23 de W.A. Mozart. El crítico del New York Times, Howard Klein, escribió: «Es una ‘pianista de pianistas’ y un ‘músico de músicos’ que llegó a lo íntimo de las frases musicales con una destreza y aplomo llenos a la vez de virilidad y poesía». A lo que Harold Schönberg añadiría más tarde en el mismo diario, a propósito de un recital en el Hunter College al que asistirían Rubinstein y Claudio Arrau entre el público: «Pianísticamente no se le conocen defectos (…) toca con la fuerza de cualquiera de sus colegas masculinos».

A partir de entonces, la artista, erigida por la publicidad discográfica en «La reina de los virtuosos», tuvo ya que encajar en su apretada agenda dos giras anuales por distintas ciudades norteamericanas, convirtiéndose además en uno de los pilares del «Mostly Mozart» de Nueva York, el encuentro musical más importante consagrado exclusivamente a la figura del compositor de La Flauta Mágica junto con el Festival de Salzburgo. Sus numerosas actuaciones en esta cita le otorgaron el título de «First Lady of the Mostly Mozart», acompañadas de un buen catálogo de grabaciones que cimentaron una popularidad que aceptó con resignación pero sin que modificara un ápice ni su carácter, desentendido de las vanidades, ni sus formas. «De Larrocha se ocupa de su negocio con tanta teatralidad y glamour personal como una maestra de provincias (…) su popularidad viene de que toca el piano mejor que la mayoría», escribió un crítico.

Mi profesor decía que Mozart es para los genios o para los niños (…) cuando descubrí lo difícil que era tocarlo me daba miedoAlicia de Larrocha

Su unión con Mozart surgió como un flechazo desde que en 1935, con 13 años, tocó por primera vez su Concierto de la coronación. «Mi profesor decía que Mozart es para los genios o para los niños (…) cuando descubrí lo difícil que era tocarlo me daba miedo». Pero con el tiempo pudo espantar cualquier temor para grabar, más de una vez, con las mejores orquestas y directores más prestigiosos, los principales conciertos para piano, además de distintas versiones de las sonatas. «Lo que intento hacer, cuando toco Mozart, es sugerir en sus conciertos o sonatas lo que oigo en sus sinfonías y óperas», dijo. Aunque su repertorio fue mucho más amplio, y cuando en septiembre de 2009 le llegó la hora definitiva, al depositar sus cenizas en el Mediterráneo, la música elegida para acompañarla durante el último tránsito fue el adagio del Segundo concierto para piano de Brahms.

Brilló con luz propia en todo lo que hizo, ya fuese Scarlatti, Haydn, Debussy o Rachmaninov, pero sentó especial cátedra en la música española, elevándola al máximo nivel de excelencia y rigor mientras la interpretó, y enseñó, por todo el mundo. En 1971 ofreció su primer concierto con su paisana Victoria de los Ángeles, nacida el mismo año, y a la que había conocido cuando de niñas ambas grabaron en la radio de su ciudad un par de arias de Puccini como galardón por haber triunfado en el concurso «Coñac de Tres Cosacos». El programa de aquella primera actuación conjunta en América constituyó un viaje desde Antonio Literes hasta Granados y Falla, coherente con sus intereses y leal hacia la herencia recibida de sus maestros. De Mozart llegó a grabar 52 piezas, pero de Granados fueron 82, el que más entre todos. «La gente asocia la música española solo con la música andaluza y en España tenemos una gran variedad de música popular, también en el norte, en el oeste, en el este…», solía afirmar.

'Pecados de juventud'

Ella misma compuso algunas piezas durante aquel parón de su incipiente carrera forzado por la Guerra Civil. Emulando quizá a Rossini, las tituló Pecados de juventud; su modestia le impedía imponerlas en sus propios programas, siempre de la máxima exigencia. Quizá ahora que se encuentra de aniversario se puedan apreciar con mayor detalle para llegar a conocerla mejor, como se proponen también algunas de las exposiciones, conferencias y recitales que se ofrecerán en su memoria a lo largo del año, en algunos casos de sus discípulos y seguidores como Marta Zabaleta, Alba Ventura o Javier Perianes. El próximo domingo, en el Ateneo madrileño, se proyectará el documental Las manos de Alicia, que Yolanda Olmos estrenó en 2017, un complemento valioso para la biografía de la artista, Alicia de Larrocha. Notas para un genio, que hace unos años escribió María Pagès. Aunque el mejor acercamiento en estas circunstancias quizá lo propicie seguir escuchando las grabaciones (por más que le repelieran) de aquella «señora tímida y callada con una intensa lealtad a sus amigos y a la música».