Elton John no quiere despedirse
El escenario del Palau Sant Jordi se convirtió en cualquiera de los escenarios de los años ochenta del artista británico como si el tiempo no hubiera pasado
Lleva despidiéndose 350 conciertos como 350 años. Y aún no ha acabado. Elton John no quiere despedirse y alarga y exprime su «gira» de despedida como si todo hubiera vuelto a empezar. Elton tiene 76 años, pero parece que empieza a sentirse mejor, más joven, como empezaba fantásticamente a sentirse Benjamin Button, el personaje de Scott Fitzgerald, a medida que iba pasando el tiempo. En este caso los conciertos. El lunes sucedió la primera de sus dos noches en Barcelona.
El hombre cohete
La voz de siempre, las canciones de siempre, la banda de siempre. Bennie and the Jets inauguró la velada y las palabras de un repaso monumental a su carrera, a su vida y a las vidas de los presentes. Rocket Man, Tiny Dancer o Candle in the Wind (con Marilyn Monroe y no Lady Di en las pantallas). Primero fue de oscuro (y de Gucci) y luego de blanco, las gafas perladas, como las del público. Navegar en el piano y luego bajarse, zambullirse, como ir en un barco y lanzarse a nadar, como siempre, en el Mediterráneo.
A Marilyn Monroe la sucedió el propio Elton cuando era joven, o viejo, que ya no se sabe. Sonaba Don’t Let The Sun Go Down N Me y luego llegó lo más movido: I'm Still Standing, Crocodile Rock... donde el público se despendoló a imagen y semejanza de su dios de brillos, que tocaba casi en un bar, como Goose, el de Top Gun, con su familia y amigos. Después del esfuerzo Elton se fue a sus habitaciones a prepararse para irse a la cama, y entonces apareció con la bata rosa (y los dientes lavados) para tocar un poco más y despedirse, pero no despedirse de verdad, sino de mentira.
Your Song para la nostalgia y Goodbye Yellow Brick Road para el final y vestido con chándal de lentejuelas después de la falsa bata. Falsa porque no era para dormir, sino para despistar, porque Elton John no quiere despedirse.