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Teatro alla Scala de MilánTeatro alla Scala

La Scala propone un guiño a España en su nueva temporada

El gran templo de la ópera inaugurará el nuevo curso lírico con un título de tema español, el Don Carlo de Verdi, en una nueva producción que firmará el catalán Lluís Pasqual y con una joven soprano gallega en el reparto, Rosalía Cid

La nueva temporada de La Scala milanesa arrancará con indudable sabor español. Las representaciones comenzarán, como siempre, el día del santo Ambrosio, 7 de diciembre (habrá una previa para el público más joven, cuatro días antes), esta vez con Don Carlo. La ópera de Verdi representa uno de los monumentos más interesantes de cuantos el compositor consagró al análisis sobre asuntos tan actuales y trascendentes como las complejas relaciones entre padres e hijos (una turbulenta Succession), los precarios equilibrios que sostienen al poder (aquí nítidamente reflejados en los conflictos entre Iglesia y Estado) y la búsqueda de ese amor que para este autor se torna poco menos que inalcanzable en este mundo. «En el amor todas las cosas confluyen en unidad de gozo y alabanza. Pero no se unirían si antes no estuvieran separadas», apunta D. H. Lawrence. Para Verdi esa unión sólo puede verificarse en una instancia superior, más allá de las asperezas terrenales que únicamente presentan obstáculos insalvables.

En una pieza basada, aunque de manera algo sesgada, en episodios de la historia de nuestro país, a través del enfrentamiento entre Felipe II y el infante don Carlos, aparecen ahora en cartel un par de significativos nombres españoles. A Lluís Pasqual se le ha encargado la nueva producción, nada menos. El exresponsable del Odeón parisino ha estado muy vinculado a la institución milanesa sobre todo a través de su maestro, el recordado Giorgio Strehler, bajo cuya guía se formó en la Piccola Scala.

La otra aportación ibérica resulta especialmente estimulante por tratarse de una jovencísima soprano gallega, Rosalía Cid, que comienza a labrarse una incipiente, y rápida, carrera en Italia. Además de que se exhibirá por partida doble en la temporada scaligera (también participará en La Rondine), la chica canta estos días el rol de Nanetta en el Falstaff que Daniele Gatti dirige en Florencia. Cid, que ya se ha presentado con éxito en el Festival Dalle Valle D’Itria, bajo la batuta de Fabio Luisi, interpretará el breve pero relevante rol de La Voz del Cielo, que ya en su día Herbert von Karajan asignó a una jovencísima artista llamada a hacer historia, Edita Gruberova.

La soprano española Rosalía CidOpera Base

Cierto que si se compara con los repartos históricos que La Scala ha reunido para este título en otras épocas, con los Domingo, Carreras, Freni, Cappuccilli, Bruson, Ghiaurov, Cossotto… bajo batutas tan esclarecedoras como la de Claudio Abbado, el reflejo puede resultar algo pálido esta vez. Pero no puede negarse que el coliseo, al menos, ha echado el resto con varios de los mejores cantantes que pueden hallarse hoy en el circuito internacional: el duelo entre la soprano Anna Netrebko y la mezzo Elina Garanca, protagonistas femeninas, se presenta apasionante.

Y para el sustancial rol del monarca español, por el que Verdi mostraba algo más de simpatía que Schiller, se anuncia a uno de los más grandes bajos de nuestro tiempo, Renè Pape. Siguiendo los pasos de Arturo Toscanini o Riccardo Muti, el director musical será ahora el casi siempre interesante Riccardo Chailly, responsable musical de la casa.

Los grandes teatros, en crisis

No se puede aspirar a vivir eternamente de las rentas, al menos nunca si no eres descendiente directo de Amancio Ortega. La Scala aún mantiene el inmenso prestigio que lo consagró en el pasado como el principal teatro de ópera europeo (lo que equivale a decir del mundo). Pero como el resto de los coliseos internacionales, siguiendo una tendencia que ya se había iniciado antes, aunque empeorada a raíz de la pandemia, el Piermarini siente también en sus carnes el evidente descenso de espectadores que tanto preocupa a unas instituciones que hasta ahora jamás habían lidiado con los temidos números rojos.

La semana pasada, el Maggio Musicale Fiorentino tuvo que lanzar un SOS a las instituciones públicas italianas: o le inyectan en vena, ya de una vez, 12 millones de euros, o tendrá serios problemas para mantener su proyecto artístico. Mientras, el Met neoyorquino ha llegado a sopesar vender parte de sus activos y ha tenido que echar mano de su menguante fondo de reservas para no tener que bajar la persiana.

El próximo curso se presenta como toda una declaración de intenciones para el principal teatro de Italia. Si su fórmula, que seguramente será tildada de provinciana, regresiva, trasnochada por buena parte de la crítica más esnob, resulta ganadora o no, se verá en breve. Pero lo que los milaneses no están dispuestos a hacer es continuar poniéndose la venda, como tantos otras instituciones musicales, esperando a ver si escampa. Desde luego, a juzgar por las entusiastas respuestas de los aficionados en las redes, un termómetro interesante para calibrar a priori el alcance de la apuesta, esta aparente propuesta «conservadora», que en su cartelería apela al atractivo de algo tan «primitivo» como las emociones, puede llegar a funcionarles.

¿Y cuál es la receta para intentar sortear la tormenta que amenaza con hacer zozobrar, aunque sea a la larga, al buque insignia de la cultura de su país? La respuesta parecen haberla hallado en una de las más célebres frases del compositor que tantas noche de gloria vivió en ese escenario, su gloria nacional, el mismo Giuseppe Verdi con el que ahora inaugurarán su nuevo curso. «Torniamo all’antico, sarà un progreso» («Volvamos a lo antiguo, será un adelanto»). Al contrario que el Met, que se dispone a estrenar diecisiete nuevos títulos a lo largo de sus próximas cinco temporadas, o aquí mismo del propio Teatro Real, que ha decidido escorar su oferta hacia el siglo XX, La Scala confía ahora en volver a atraer al público con una receta que, al menos en los últimos cien años, siempre le dio provechosos resultados.

La nueva temporada 23/24 que se acaba de desvelar cuenta con el gran repertorio como base irrenunciable, confiado a varias de las mejores batutas y cantantes posibles del circuito internacional y producciones que, sin dejar de proponer interesantes lecturas (como ocurre siempre con las obras maestras, permiten alumbrar nuevas ideas iluminando insospechados recovecos), no insulten la inteligencia de los espectadores con provocaciones pueriles e innecesarias cápsulas de adoctrinamiento woke. Pagliacci/Cavalleria, Turandot, Werther, Don Pasquale, El caballero de la rosa o El oro del Rin sostienen el cartel.

Si algo llama la atención, para bien, en este nuevo curso milanés es la magnífica, en conjunto, selección de las batutas, sobre todo para los empeños más sustanciosos. Contar con Kirill Petrenko (titular de la Filarmónica de Berlín) para El caballero de la rosa, de Richard Strauss, y Christiann Thielemann, quizá el mayor director wagneriano de nuestro tiempo, en El Oro del Rin como parte del nuevo Anillo que se ofrecerá allí en estos próximos años, representa una exhibición de músculo que empequeñece a otros teatros mostrándoles el camino de la excelencia, como ya hacía La Scala en otras épocas cuando convocaba a Carlos Kleiber para un Otelo o Lorin Maazel dirigía La Fanciulla del West.

Tampoco desmerecen las incorporaciones de Giovanni Antonini, un experto en el barroco para el redescubrimiento de L’Orontea de Marco Cesti, o de Alain Altinoglu en el Werther. Y desde luego, será todo un lujo poder disfrutar del veterano Donato Renzetti en Il Capello di Paglia di Firenze de Nino Rota, aunque sea con los alumnos de la Accademia: esa estimulante mezcla de sabiduría y juventud siempre suele rendir magníficos resultados.

Otra intérprete española en La Scala

Si La Scala había recuperado ya L’Orontea en 1961, en una casi ya olvidada producción con la mítica Teresa Berganza, ahora, en este regreso moderno, se ha reclutado a otra intérprete española, la soprano Sara Blanch, que sustituirá en el primer reparto (de momento) de ese Turco in Italia que podrá verse estos días en Madrid a la previamente anunciada Lisette Oropesa. Se trata de un espaldarazo a la alentadora carrera de esta joven artista catalana que el año pasado triunfó en el Liceo, al lado del tenor Xabier Anduaga, en Don Pasquale.

El templo milanés también se abona a la moda del rescate de la Medea de Cherubini que ha creado tendencia en los teatros internacionales, mayormente a partir de su rescate por el Festival de Salzburgo, hace ya varias ediciones, y de que el Met recuperase este título históricamente asociado a Maria Callas para inaugurar su presente ciclo. Aquí se ofrecerá, como en el Real madrileño, la versión francesa, pero el reparto del Piermarini ofrece mucha más enjundia a partir de la protagonista elegida, Sonya Yoncheva.

Atención a la joven Martina Russomano como Dircé. De interés se presentan también las participaciones de Jessica Pratt y Peter Rose para el regreso de aquella maravilla de Rapto en el Serrallo que en su día firmó Strehler, y que en España pudo verse en el extinto Festival Mozart coruñés; la segunda aparición en la temporada de Elina Garanca como Santuzza en Cavalleria Rusticana; la presencia de la siempre elegante Krassimira Stoyanova como Mariscala de un Rosenkavalier que también cuenta con Sabine Devieilhe como Sophie (más adecuada que la Micaela que cantará en el Real), o el Wotan que destilará el siempre sólido Michael Volle.

La gran estrella sopranil, Anna Netrebko, se impone a los vetos por su supuesta afinidad hacia el tirano Putin haciendo ahora doblete en La Scala, como la Garanca. Cantará Turandot para honrar a Puccini en una nueva producción del siempre hábil Davide Livermore, que también firma un Don Pasquale. Aunque poco adecuado para el rol, se anuncia al célebre tenor Roberto Alagna, ahora ya reconciliado con el teatro del que un día se despidió con malos modos, como un Calaf más débil de la cuenta. Y Benjamin Bernheim, ungido por parte de la crítica como uno de los llamados a salvar la cuerda de tenores, será el primer Werther en pisar este teatro desde los tiempos del legendario Alfredo Kraus (si alguien se acuerda de lo que era un verdadero Werther, puede llegar a pasarlo mal). Un experto en desmenuzar dramas burgueses como el director Christof Loy se encargará de la nueva producción de esta joya de Massenet.

Del resto de lo anunciado, con títulos siempre bienvenidos por el gran público como I Pagliacci y, en menor medida, esa gema de Verdi que es su Simon Boccanegra, destaca el regreso de Guillaume Tell, aunque esta vez en su versión original en francés. Después de aquellas recordadas funciones a cargo de Riccardo Muti en los 90, la ópera más importante de Rossini retornará en manos de un pariente directo del gran maestro italiano. Esta vez será su propia hija, Chiara Muti, quien firme una producción con un reparto más aseado que dispuesto a despertar grandes entusiasmos. Lo más interesante puede aportarlo, quizá, la soprano Marina Rebeka. Y desde luego supone una garantía contar con un discípulo aventajado de Alberto Zedda, Michele Mariotti, en el foso. Tras la desaparición del humanista Zedda, ya no quedan prácticamente maestros capaces de encarnar con aquella mezcla de convicción, entusiasmo, sabiduría y modernidad el mensaje rossiniano, sobre todo ante un monumento como el Guillaume, con el que ningún gran teatro español parece atreverse. Con el eficaz Mariotti, al menos los muebles permanecen a salvo.

No parece que la hija de Muti se proponga soliviantar los ánimos de los aficionados, como tampoco lo hizo Lucca Ronconi con su algo descafeinada visión anterior del Guillaume Tell. No, las puestas en escena que se verán esta temporada han sido confiadas sobre todo a personalidades que conocen perfectamente, o conocían (caso de Harry Kupfer, del que se rescata su aclamado Caballero de la rosa), el terreno en el que se mueven, aceptando compromisos, respetuosos de los códigos propios del género lírico aunque sin renunciar de ningún modo a proponer sus propias ideas. Parecen los casos de Robert Carsen, responsable de L’Orontea; David McVivar, que se hará cargo del nuevo, esperado Anillo; Daniele Abbado, cuyo padre firmó un insuperable Boccanegra junto a Strehler, o incluso Damiano Micheletto, más ingenioso que profundo pero pocas veces insoportable. Al final quizá Verdi tenía razón.