Nacha Pop: «Antonio Vega era mi primo, mi amigo y mi compañero de banda. Echo de menos a 'todos los antonios'»
Nacho García Vega, primo del fallecido Antonio Vega y, junto a él, alma máter del grupo que lleva su mote, relata a El Debate los años de plomo de La Movida madrileña, sus sueños y una libertad que no conocía fronteras: «Todo lo que nos importaba era estar encima de un escenario»
De golpe, un viaje a los primeros ochenta, a pesar de que nunca los viví. Dice siempre Nacho García Vega (Madrid, 27 de abril de 1961) que esa es la magia de La Movida: que sienten nostalgia de ella incluso los que no estuvieron allí. Gracias a esa magia, la educación sentimental (y también social) que se forjó debido, en gran medida, a las expresiones culturales que estallaron con la llegada de la democracia, llegan hasta nuestros días.
Gracias a esa magia pero también al tesón de nombres como Duncan Dhu, Gabinete Caligari o La Unión, que mantienen vivo aquel espíritu invencible y aquel sonido inconfundible de toda una generación. Hoy hablamos con uno de los fundadores de un grupo que estuvo en el mismo pistoletazo de salida de una década mágica: Nacha Pop eran entonces cuatro cachorros abriéndose al mundo, imberbes y arrogantes, informales pero pulcros.
Nacho García Vega fundó, junto a su primo Antonio Vega, uno de esos grupos que ha sobrevivido a su propia historia y al mito justificado que la sobrevoló tras la muerte del intérprete de La chica de ayer en 2009. Ambos escribieron, e interpretaron, las canciones que configuraron aquello en lo que había que creer, todo lo que había que defender. Especialmente en el plano sentimental.
El Pentagrama, El Sol, Rock-Ola, La Vía Láctea… Todo sucedió aquí al lado, cruzando el paraíso. Nacho García Vega responde a las preguntas de El Debate desde Atardeceres Larios, donde sigue regalando, incombustible, su repertorio de entonces y de ahora a los que vivieron La Movida... y a los que soñamos con haberla vivido.
–Eres incombustible y has hecho doblete en los Atardeceres Larios: estuviste en la presentación en Málaga, te subiste al escenario con Antonio Carmona y ahora has tocado en Alicante. ¿Este es tu sitio?
–Es mi sitio, sí. Estoy cómodo, y más cuando me reencuentro con amigos y compañeros, muchos de mi generación. Yo soy un infiltrado entre las superestrellas, porque ellos tienen mucho tirón en España, y son muy queridos, pero espero que mi concierto estuviera a la altura.
–Mikel Erentxun, Jaime Urrutia, Rafa Sánchez... Los que triunfasteis en los 80 seguís sobre el escenario 40 años después. ¿Cómo sienta eso?
–La música de los 80 tiene mucho magnetismo. Por eso después de tanto tiempo se sigue escuchando. Viene público de todas las generaciones: hay gente muy joven en las primeras filas, con los ojos muy abiertos, con mucha curiosidad. Es muy emocionante: las lágrimas y los ojos cerrados de los mayores, que escuchan los conciertos mientras se transportan al pasado. Y los ojos abiertos de los jóvenes para vivir, de alguna forma, lo que no pudieron vivir. Pero en realidad a nuestro público le pasa como a nosotros, que nos sentimos con energía, con fuerza, como si el tiempo no hubiera pasado. A la vez, queremos que los conciertos de Nacha Pop no sean sólo un revival, y también hay sonido del siglo XXI, aunque homogéneo.
En los conciertos, los jóvenes tienen los ojos muy abiertos para vivir lo que no pudieron vivir en los 80
–Lo que pasa con La Movida es que sentimos nostalgia de ella incluso los que no la vivimos.
–Justo a eso me refería. En muchos conciertos lo veo: los de mi quinta están llorando, los chavales de 19, 20 años se beben lo que ven en el escenario, quieren entender lo que sucedía en los 80. Las rarezas atraen mucho y aquella época está llena... Éramos unos raros, unos roqueros que nos salíamos de lo establecido, y los jóvenes conectan en seguida con eso. Es lo que me pasaba a mí con 15 años: escuchaba a los músicos de los 50 y lo hacía con los ojos muy abiertos.
–¿A quién escuchabas tú en aquella época?
–Con 16 años me fui con mi hermano a ver a los Doobie Brothers a Inglaterra en un festival. Me atraía mucho la rareza de esos artistas, con el pelo los hombros, hippies, en una época en que ya no había hippies.
–Vosotros lanzáis el primer disco, Nacha Pop, en el 80, y dos años después grabáis Buena Disposición y teloneáis a los Ramones o Siouxsie and The Banshees. ¿Teníais tan claro lo que queríais hacer que no había vértigo?
–Lo más importante para nosotros era estar sobre el escenario. Nuestro desparpajo era una cuestión existencial, vivencial, más que artística. Necesitas el escenario, necesitas ser un espectáculo andante. Todos le echábamos mucho morro, y eso tiene mucho encanto: del morro salen cosas muy auténticas, que se unen al talento. Pero esa intención, ese no poder frenarte, ese impulso del espectáculo... tiene muchísima fuerza. Y eso define la música de los 80. Decíamos las cosas de forma muy directa, casi vomitándolas. Hemos dejado huella, tanto nosotros con La Movida como la New Wave inglesa. Pero en España, especialmente por el cambio político, la gente tenía ganas de estallar, de expresarse más allá de sus capacidades y de sus talentos.
–¿Cómo vives tú el contraste entre la libertad de expresión de aquellos años y censura (y autocensura) que se vive hoy, cuando para vosotros la necesidad de expresaros era una cuestión vital?
–Yo soy una persona optimista por naturaleza, y creo que esto es pasajero. La libertad se va a seguir defendiendo con la capa y con los dientes y no va a haber un retroceso. De todas formas, mi generación venía de una dictadura, pero no la habíamos vivido. Éramos demasiado jóvenes para haberla sufrido. Los mayores querían pasar página; para nosotros era un cuaderno nuevo, y en ese sentido no teníamos limitación, aunque luego hubo gente que se estampó contra la pared. En cualquier caso, la libertad tiene siempre más fuerza que cualquier opresión o censura.
Mi generación venía de una dictadura, pero no la habíamos vivido. Éramos demasiado jóvenes para haberla sufrido
–Tus compañeros generacionales dicen que a algunos les sentaba mal tanta libertad, especialmente a la generación anterior, que había luchado por ella. «Estos vienen a disfrutar lo que nosotros nos hemos currado», decían.
–Es comprensible. A veces nos pasa a nosotros ahora también, cuando hay quien menosprecia la transición. Nosotros sabemos que cambiaron mucho las cosas, aunque haya quien no quiera darle valor. Las personas reciben una herencia en el momento en que empiezan a desarrollarse como personas, y hay que saber aprovechar ese momento y esa herencia sin menospreciar los esfuerzos que hayan hecho otros antes.
–Aunque no estuviera articulada políticamente, la cultura jugaba un papel fundamental. Siempre dices que la libertad se reflejó no sólo en una vida mejor, sino en una capacidad de preguntarse por la propia identidad.
–La cultura es el motor de un país. Y en concreto, la música es un gran dinamizador social: puede ayudar a la gente a ser más libre, porque es transformadora, curativa. Cuando se despierta la curiosidad por las nuevas expresiones culturales una sociedad está viva, está despierta, y tiene más capacidad para avanzar... y para aguantar los reveses también. La cultura tira de la sociedad y la hace avanzar.
La cultura es el motor de un país: tira de la sociedad y la hace avanzar
–Después de vuestro recorrido, en el 88 llega la disolución de Nacha Pop. ¿Qué sucedió en aquellos años?
–Nos separamos porque tanto mi primo Antonio Vega como Carlos Brooking como yo queríamos hacer carrera en solitario, probar otras cosas, pero en 2007 volvimos, y fue algo imparable. La pregunta no es por qué volvimos, sino por qué no lo hicimos antes. Cuando nos separamos en el 88 dijimos que era temporal, y lo decíamos en serio, aunque la gente no se lo creía. Nos queríamos, nos llevábamos muy bien y no habíamos tenido ninguna ruptura personal irreconciliable, por lo que volver a trabajar juntos era cuestión de tiempo, y pasó mucho más de lo que pensábamos. Siempre hacíamos alusión a la canción de Puertas abiertas, porque así las habíamos dejado.
–¿Cómo se fraguó aquella reunión?
–Manolo Villalta, que era el teclista que teníamos cuando hicimos el documental 80-88, decía: «El ambiente que tenemos en este concierto, que en teoría es el del adiós del grupo, es más de una reunificación que de una separación». Antonio y yo empezamos a hacer cosas juntas, yo actué en su cumpleaños y él en el mío. Alguna vez tocamos La chica de ayer y yo produje con Carlos Martos el disco de La edad de oro del pop español, con la Orquesta Sinfónica Española. Con esos antecedentes, en 2007 nos juntamos e hicimos el concierto. La idea era grabar un disco nuevo, pero se truncó un poco después de dos años de gira y con la enfermedad de Antonio. Se quedó ese gran solo de guitarra de Antonio Vega grabado en una maqueta...
Cuando nos separamos en el 88 nos queríamos y nos llevábamos muy bien, no hubo ninguna ruptura personal irreconciliable
–¿Volvieron, 16 años después, los años de la locura?
–Fue algo increíble, para nosotros y para el público. Empezamos a enganchar también al público más joven. Nos hacía mucha ilusión generar algo nuevo. Ahora, con la perspectiva del tiempo, me da pena no haber actuado un poco más rápido, haber intentado trabajar en el álbum juntos. No sabíamos que nos quedaba tan poco tiempo... Antonio murió en 2009, aunque aquellos pocos años de reunión fueron geniales, y se notaba e bagaje que habíamos acumulado por separado. Éramos Nacha Pop, pero con 20 años más de conocimiento.
–Antonio fue tu primo, tu amigo, tu compañero de grupo y de vocación vital. ¿A qué Antonio echas más de menos?
–Es una pelota muy compacta todo ello. Ya en nuestra relación como amigos había mucho del hecho de ser primos, y cuando ya fuimos compañeros había mucho de la amistad. Es imposible separarlo. Cuando le echo de menos y cuando en el grupo hablamos de él, que es muy a menudo, yo siempre añado anécdotas personales. Hubo una época en que además de primos y amigos éramos cómplices, y eso coincide justo con el principio de Nacha Pop. Esa complicidad se desarrolló y se convirtió en una amistad entre adultos. Echo de menos a todos los Antonios, a la «santísima trinidad».
–Cuando se presentó el libro Una vida entre las cuerdas , su hermano me explicó que había quedado una imagen de Antonio como alguien triste y melancólico, esa «imagen maldita» que le persigue. ¿Cómo era él en distancias cortas?
–Es normal que sucediera eso, porque Antonio era más extrovertido en las distancias cortas. La gente que más le conocía es la que más puede defender esa parte suya, no tan oscura, pero es normal también que diera esa impresión al «gran público», al margen de su de su nivel artístico y talento. Yo conocí a un Antonio más vibrante, más alegre, más cómico... era maravilloso.
–Carlos Vega me decía también que la familia se había sentido traicionada por cómo se había tratado su memoria. ¿Es tu caso?
–Sí, y tanto es así que yo desde el primer momento renegué de cualquier visión oscura de Antonio. No he querido participar ni formar parte de la promoción de trabajos en los que se daba esa imagen de él. Esa indignación de la familia es una reacción a la denigración de su figura. Cuando he visto un enfoque más completo, lo he abrazado, pero cuando se centran sólo en determinados aspectos, me parece absolutamente falso y erróneo. Si das todos los datos, con eso Antonio va que chuta, porque no necesita ningún ingrediente extra ni hay que inventarse nada: en él está todo. Es una de las cosas más importantes que le han pasado a este país.
La indignación de la familia es una reacción a la denigración de la figura de Antonio Vega
–Los temas que hicisteis juntos son universales, tocan el corazón de varias generaciones. ¿Cómo convives con ello?
–Intentaré compensar la modestia con la falsa modestia, y te diré que lo sigo viendo en el camerino, después de los conciertos: la gente está muy agradecida y muy emocionada. Antes del concierto de Alicante entró una chica con no sé cuántos vinilos del grupo y casi se desmaya. Me dio un abrazo y se puso a llorar y a tiritar. Cuando se recompuso nos dijo que nuestra música le había cambiado la vida. Eso es fortísimo. El problema es creértelo: hay que saber que tienes ese poder, y esa responsabilidad, pero no se te puede subir a la cabeza. Pero a mí también me ha pasado el identificarme con gente a la que admiro, y hace muy feliz. Me encanta saber que hay gente que siente eso por nuestra música: es el valor transformador de la música, su efecto terapéutico.
–Y en contraste, ¿qué piensas de la creación musical actual? En los 80 podías hacer cualquier cosa en la música mientras te lo pudieras permitir comercialmente... ahora es mucho más democrático.
–Comparando los 80 con ahora, con la forma de consumir música, hay una variación enorme, sin entrar en los tópicos nostálgicos de lo bonito que era ir a la tienda y comprarte el disco para el que habías ahorrado. Es una visión muy romántica: eso ha desaparecido por completo. Ahora hay otros medios y otros hábitos de consumo totalmente diferentes, puedes escuchar cualquier música de cualquier artista del mundo, en muchos casos completamente gratis. Eso es lo que verdaderamente ha cambiado la forma de plantear la música, el negocio. Para nosotros es muy difícil ganar una cantidad significativa de dinero a través del streaming. No lo hacen casi ni los más grandes, y más si piensas en lo que podrías haber ganado si el consumo fuera físico... Ahora hay más competencia y la gente está más preparada técnicamente que en los 80. Hay mucho talento y muchos artistas, aunque falte el desparpajo, la «chispa outsider» y el rollo existencial,
–¿La democratización de la música es un avance?
–Lo que ha democratizado la música es la grabación. Lo que verdaderamente se ha democratizado es la posibilidad de estar en casa y grabar unas maquetas. Pero en sí mismo esa grabación se encuentra contra el muro de la competencia y el océano de las redes sociales. ¿Cómo destacar dentro de un océano? Yo tengo amigos en la música con muchísima calidad que no pueden vivir de ello.