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El compositor Francisco Asenjo BarbieriReal Academia de la Historia

Dos siglos de Barbieri, el compositor que unió tradición y modernidad en sus zarzuelas

Francisco Asenjo Barbieri, autor de algunas de las joyas del teatro lírico español, como El barberillo de Lavapiés, impulsó además la vida sinfónica madrileña

Quién puede saber lo que un compositor como Francisco Asenjo Barbieri hubiera logrado en otro país, quizá más al norte, en un ambiente propicio para la creación musical. El autor de obras imperecederas del teatro lírico español como Jugar con fuego, Los diamantes de la corona y, sobre todo, Pan y toros y El barberillo de Lavapiés, al igual que otros de sus compañeros de profesión, tuvo que dedicar buena parte de sus esfuerzos, primero, a reivindicar su posición en una sociedad en la que ni siquiera los intelectuales más acreditados han mostrado nunca especial apego hacia el arte de Euterpe. Y casi al mismo tiempo, contribuir, a través de su empeño personal, a consolidar las bases de unas precarias instituciones que han logrado mantenerse vivas gracias al impulso inicial, el tesón y la paciencia de personas como este autor. El Teatro de la Zarzuela fue una de sus iniciativas más conocidas.

Adecuar la vida musical

«¡Paco, esta sinfonía dura más que un par de botas!». El comentario, referido a la «Séptima» de Beethoven, y destinado a Barbieri, que la dirigió por primera vez «entera», en 1896, en el Circo del Príncipe Alfonso de Madrid, no surgió de algún oyente despistado. Fue la expresión soez de uno de los músicos de la orquesta encargada de interpretarla. En ese contexto, el compositor nacido en Madrid, el 3 de agosto de 1873, había iniciado una de las tempranas propuestas para acercar la gran música sinfónica, de manera regular, al público capitalino. A través de la Sociedad de Conciertos que él mismo puso en pie con varios de sus compañeros, Barbieri pretendía de ese modo adecuar la vida musical de su país a las costumbres europeas, ofreciendo por primera vez la audición de piezas como la obertura de Tannhäuser de Wagner, un autor al que personalmente detestaba (decía de él que había convertido la música de «encantador lenguaje del alma en una especie de cálculo matemático»), pero al que había que convenía conocer para poder formarse una opinión cabal.

Estudió clarinete en el Conservatorio de María Cristina, un instrumento con el que comenzó a ganarse la vida

Tampoco es que apreciara demasiado a Verdi, el otro coloso lírico de su tiempo. Aunque en este caso, la animadversión se debía a estrictos asuntos personales, y no a la inequívoca consideración que él tenía de la grandeza del italiano como creador. De hecho, cuando Verdi pasó una temporada en Madrid para supervisar el estreno en esta ciudad de La forza del destino, Barbieri solicitó varias veces reunirse con él para testimoniarle su admiración e intercambiar juntos algunas ideas. El autor de Rigoletto, que solía mostrar escaso interés en las relaciones sociales, ni siquiera le contestó. Años más tarde, cuando Verdi componía la música para su Don Carlo, y sabiendo que Barbieri era un erudito conocedor de la historia musical ibérica, quiso consultarle por carta acerca de algunos aspectos relacionados con la caracterización de escenas de color local como la célebre Canción del velo. En venganza por su inicial desprecio, el orgulloso español se negó. «No me da la gana», fue su respuesta.

Bandas de música y coros en provincias

Barbieri mantuvo desde niño un contacto muy estrecho con la música. Además de un lejano parentesco con el famoso tonadillero Blas de Laserna, buena parte de su infancia transcurrió en el teatro de la Cruz, donde su abuelo ejercía como gerente. Estudió clarinete en el Conservatorio de María Cristina, un instrumento con el que comenzó a ganarse la vida cuando vio que ni la medicina ni la ingeniería, carreras por las que mostró inicial interés, eran para él. En esa misma institución tuvo como profesor de composición a Ramón Carnicer, el autor de Il disoluto punito, una suerte de vuelta de tuerca al Don Giovanni mozartiano, que le ayudó en sus inicios sirviéndole el libreto de Il Buontempone, su primera obra.

Barbieri vivió su época de galeras saltando de trabajo en trabajo, tocando en bandas de música y dirigiendo coros en provincias, hasta que tuvo claro que el triunfo que le permitiría dedicarse a construir su obra sólo puede alcanzarse en la metrópoli. En Madrid, además de ejercer como cronista musical para medios como La Ilustración, el futuro doble académico (de la RAE y de San Fernando), dio el salto a la dirección orquestal, aunque por poco tiempo. La Sociedad de Conciertos, de la que se ocupó en 1866, quiso eliminar el coro para así ahorrar, pero él no estaba dispuesto a comprometer la calidad ni la ambición de los programas de sus conciertos. Su contribución duró apenas dos años, muy intensos, con una actividad seria y rigurosa que sentaría las bases para los grandes ciclos que los melómanos podemos disfrutar hoy en la capital.

Con 'Pan y Toros' y 'El barberillo de Lavapiés' conjugó el estilo europeo de su tiempo con la rica tradición española

Por esa época comenzó a cosechar un cierto éxito en la escena lírica, dedicándose a componer hasta cincuenta y ocho zarzuelas, algunas con títulos como Gloria y peluca, Gracias a Dios que ya está puesta la mesa, Galanteos en Venecia y Aventuras de un cantante. Entre todas, dos merecen figurar seguramente en una categoría aparte, Pan y Toros y El barberillo de Lavapiés, obras en las que además de reivindicar los mejores valores de la España liberal, acierta a conjugar lo sofisticado, el estilo europeo de su tiempo, con la rica tradición española de tiranas, seguidillas, boleros, fandangos, …

Barbieri, un músico sobre todo intuitivo, dotado de un gran oído e ingenio, halló el modo de asegurarse el éxito rotundo al integrar lo mejor de la estructura de la ópera seria y cómica con su rica personalidad, nutrida de un hondo conocimiento de la música española: una de sus grandes contribuciones fue la publicación del cancionero musical de los siglos XV y XVI, conocido como Cancionero de Palacio, a través del cual se recuperaron obras de autores tan relevantes como Juan del Enzina.

Casticismo y delicadeza

Abordó hábilmente la síntesis entre la ciencia compositiva de su tiempo y un casticismo elevado, de raíz popular pero tratado con exquisita delicadeza y finura. En el fondo buscaba la sencillez para lograr conectar con el público que debía convertirse en el consumidor de un teatro lírico genuinamente español, aún en construcción. Ese que, en buena medida, es el mismo que aún hoy sigue llenando los teatros cada vez que se recuperan los títulos más conocidos de Barbieri, tal como sucedió en la pasada temporada de La Zarzuela con una estupenda producción de Pan y toros que vinculaba esta obra, censurada durante un tiempo, con el universo de otro autor inmortal, Goya, también firme partidario de esa España ideal soñada por Jovellanos, ilustrada, moderna y eficiente.