Fundado en 1910

Carlos Segarra, durante su concierto en Atardeceres Larios

Carlos Segarra, de Los Rebeldes: «El rock en España no tiene que rendir pleitesía a nadie»

Pioneros del rock and roll de los 80, Los Rebeldes debutaron con un disco, Cervezas, chicas… y rockabilly!, que el fundador del grupo recuerda como un revulsivo en los primeros años de la transición

En la Barcelona de 1979, tras dos años compaginando actuaciones en solitario y con su primer grupo, Chocopolvo, y algunos escarceos con Loquillo y sus amigos, Carlos Segarra fundó Los Rebeldes junto con Aurelio Morata y Moisés Sorolla. Su irrupción en el panorama musical barcelonés cogió por sorpresa a un público acostumbrado al jazz layetano y la salsa.

La escena musical hippie bebía todavía de las guitarras de Jimi Hendrix y adoraba el sonido de Pink Floyd, pero muy pronto la fuerza de su directo llevó a Los Rebeldes a telonear a figuras como Chuck Berry, Los Ramones y Mike Olfield, para fichar poco después por la discográfica que editaba a los Beatles y grabar su primer disco, el histórico Cervezas, chicas… y rockabilly!

45 años después, Carlos Segarra y su banda siguen en primera fila del rock en español, y lo han demostrado con un concierto veraniego en Málaga, tras el que hablaron con El Debate de aquellos años, y sobre todo del presente: «Yo no toco 'música de los 80', yo toco rock 'n' roll».

Los Rebeldes telonearon a Mike Olfield, Los Ramones o Chuck Berry en los años 80

–Los Rebeldes nacen inmersos en la Barcelona del 79, y rápidamente os tachan de «marcianos retrógrados». ¿Retrógrados, a finales de los setenta?

–Acababa de morir Franco, nosotros teníamos 17 años y los que iban por delante, la generación anterior, sentían que habían luchado contra la dictadura, habían sufrido represalias, palizas de la policía... y llegamos nosotros a recoger lo sembrado por ellos, a «tocar la guitarrita», especialmente en Barcelona. Nos tenían manía. Además, nuestra estética americana les asqueaba: todavía se llevaba el estilo hippie a lo Jimi Hendrix, y nosotros les parecíamos agentes de la CIA. Nos miraban con desconfianza. Con el tiempo se fue suavizando, pero al principio chocamos tanto como el movimiento punk.

–Lo de que los jóvenes creen que lo tienen todo hecho por el trabajo de la esforzada generación anterior es un clásico...

–Es verdad, pero en ese momento histórico concreto los que nos sacaban diez años veían con mucho reproche que nos fijásemos tanto en lo americano, que era algo que ellos consideraban rancio, en plan «que vienen los yanquis».

–¿Qué os hizo a vosotros decantaros por el rockabilly? En España no existía, y prácticamente lo «creasteis» de cero.

–Yo nací en el año 61. En mi familia hay muchos músicos, y los discos no llegaban o llegaban muy tarde a España. En Barcelona al final por tener puerto teníamos acceso a discos que no encontrabas en las tiendas, y con 4 o 5 años escuchaba a los Beatles. Me fijé en que hacían versiones de Chuck Berry, R. Penniman (que era Little Richard), Buddy Holly, Carl Perkins... Fue sobre todo a través de los Beatles –también de los Rolling Stones o de Roger Waters–, a través de sus versiones, por lo que conocí a esa generación que nos habíamos perdido, porque no había llegado a España debido a la dictadura cultural. El rock n'roll a España llegó con Elvis Presley, se saltó a toda esta generación: no llegaron Little Richard, Chuck Berry, Eddie Cochran, Gene Vincent...

Cuando descubrí a Little Richard, Chuck Berry, Eddie Cochran, Gene Vincent, en quienes se inspiraban los Beatles, fue una revolución

–Los Beatles, siempre en el origen de todo.

–Saber en quiénes se habían inspirado los Beatles nos abrió los ojos. Fue una revolución. ¿Cómo nos habíamos perdido a toda esa generación de músicos, a los que precisamente los de Liverpool emulaban e idolatraban? Nosotros hicimos el camino a la inversa: empezamos a viajar a Londres y a París para descubrir el origen de ese sonido. Y queríamos escuchar el rock que se hacía en toda Europa, en todo el mundo, en tiempo real. Y así descubrimos a los pioneros de la música que se llama rock and roll, aunque también americana, rythm and blues, rockabilly... Y era una música que nos encantaba, americana pero con muchas raíces españolas (Buddy Holly, o Ritchie Valens con la bamba), así que la empleamos para lanzar nuestros propios mensajes.

Los Rebeldes

–Vuestro primer disco, Cervezas, chicas… y rockabilly!, ¿pretendía ser un homenaje al género, o más bien una primera exploración?

–Queríamos rendirle pleitesía al género, hablar de aquello con lo que soñábamos pero que pensábamos que no íbamos a ver en la vida, porque estaba fuera de nuestro alcance. Nos llamaban retrógrados, porque estaba de moda la música progresiva y nosotros soñábamos con los años 50, los coches Lincoln, Buick y Cadillac... Mientras sonaban Tangerine Dream, de Pink Floyd, Yes y Genesis, que a nosotros nos aburrían, rescatábamos el rockabilly, que viene a ser el punk de los años cincuenta: en el fondo, nacen de la misma actitud, era un revulsivo. Todo está inventado. En Barcelona, los punkers y los rockers nos llevábamos de maravilla.

El rockabilly es el punk de los años cincuenta: en el fondo, ambos nacen de la misma actitud

–Incluso antes de todo eso, con sólo 16 años tú ya estabas dando conciertos y haciendo versiones de rock clásico en el Raval...

–Lo cuento en una canción, El chico de la guitarra, de nuestro último disco de estudio. Yo tocaba en locales en los que por ley estaba prohibida la entrada a menores de 18 años. «¿Dónde vas, chico de la guitarra, con tus botas y tu vieja zamarra?»...

–Eras un chaval pero tenías clarísimo lo que querías. ¿Cómo encontraste a tus compañeros de camino?

–Miraba anuncios de grupos y de bandas que buscaran vocalista. Eso se hacía mucho cuando había tiendas de discos, donde había tablón de anuncios. Vi uno de un grupo de Moncada, lejos de mi casa, pero cuando tienes 15 años y quieres formar una banda de rock te da igual irte a Andorra o a Alaska. Ese fue mi primer contacto ya con una banda, más allá de tocar en el colegio con con mi hermano con dos guitarras acústicas.

–¿Fueron años en los que sucedía todo a la vez? ¿Formaste los grupos Chocopolvo, Correo Viejo y empezaste a formar los Rebeldes?

–Eso es cosa de la edad. Ahora todo pasa volando pero entonces un mes te parecía una vida entera. A veces hablo con Loquillo, o con gente de mi generación, y discutimos, y me dice: «¡Todo eso pasó en apenas dos meses!». Pero la vorágine de aquel momento político e histórico de España, unida a nuestra sed de vida... ¡Lo queríamos todo para ayer! Se hacían muchas cosas en muy poca tiempo. Yo hice de telonero de Chuck Berry sin tener un disco en el mercado, y como Los Rebeldes tuve un contrato firmado con la sacrosanta EMI Odeon, que es quien editaba los discos de los Beatles.

Hice de telonero de Chuck Berry sin tener un disco, y como Los Rebeldes firmé con EMI Odeon, discográfica de los Beatles

–Un contrato que tuvo que firmar tu madre porque eras menor de edad... Pero eso tampoco fue impedimento en una época de efervescencia total.

–Eran tiempos de mucha reivindicación en Cataluña, de mucha agitación política, de que el arte dejara atrás la represión y comenzaron a surgir y alzar la voz los actores, los músicos, los dibujantes de tebeos, los directores de cine... Luego conocí la Movida, pero Barcelona era un poco más «elitista», quizá por la proximidad con Francia, que había eludido el aislamiento. De hecho, la nueva canción catalana bebía de la canción francesa

–En ese contexto, ¿cómo empieza entonces Los Rebeldes?

–Estuve primero con La Granja Azul, un grupo que hacía fiestas mayores, pero no verbeneras del tipo Tengo un tractor amarillo, sino versiones de rock. El cantante se fue a hacer la mili y yo le sustituí, y les propuse pasarnos al rockabilly (que viene del hillbilly, la música country blanca, mezclada con rock), y siendo el más crío «llevé» la dirección del grupo. Le cambiamos el nombre, porque a mí me sonaba muy hippie, y nos convertimos en Los Rebeldes, empezamos a componer, entraron los miembros de la primera formación –con Aurelio Morata al bajo y Moisés Sorolla en la batería–... y ahora vamos a celebrar el 45 aniversario.

Carlos Segarra y Loquillo formaron el grupo Teddy Loquillo y sus amigos, convirtiéndose en los primeros rockers de Barcelona

–De hecho, por el 40 aniversario ibais a grabar un disco en directo en la discoteca Joy Eslava, pero se truncó por la pandemia. ¿Habrá algo parecido esta vez?

–Vamos a hacer un mini LP, que es lo que estaba de moda en los 80, con la formación original. Saldrá en septiembre y se llamará El honor y la gloria: un disco del 40 aniversario que empalmará con el del 45... ¡Quién sabe si llegaremos a los 50 años!

–Ser un roquero toda la vida tiene sus consecuencias y los 80 fueron duros... ¿Mantenéis la energía?

–Yo doy saltos en el escenario durante dos horas con una guitarra que pesa bastante, así que no estoy mal. Los temas de Rebeldes son muy rápidos... Pero sarna con gusto no pica. A mí nadie me ha puesto una pistola en la cabeza para tocar rock and roll, y cuando me he quejado mi madre me ha dicho: «Haber estudiado, como tu hermano». Pero para mí, dedicarme a lo que me llena, me llena de energía. Volvería a hacerlo todo otra vez.

–¿Sientes nostalgia de aquellos años en lo musical? ¿Te descubres con una mirada cínica sobre el tiempo presente?

–Los locales de ensayo que conozco están llenos de chavales jovencísimos que tocan la guitarra mucho mejor que nosotros, porque han tenido profesores o tienen acceso a miles de tutoriales (nosotros aprendimos de oído) y a instrumentos muy buenos (nosotros comprábamos guitarras muy malas). El problema que tienen ahora los grupos es que quienes programan sólo buscan grupos tributo. Si estos chavales no sacan su propia música, ¿a quién vamos a rendir tributo dentro de 20 años?

Carlos Segarra, en su concierto en Atardeceres Larios, en Málaga

–A ti mismo te costó pasarte a la composición...

–Bueno, a lo mejor tardé dos meses en decidirme, ¡no dos años! Con 15, 17 años, decides rápido lo que quieres hacer, y cuando lo sabes, no es negociable: esta es mi música y así va a sonar. Por eso admiro tanto a los jóvenes. Algunos se pagan el local de ensayo y no tienen más remedio que disfrazarse para tocar en un grupo tributo, y por eso creo que tienen más mérito los que apuestan por tocar sus propias canciones. Hay 200 grupos rulando por ahí y todos hacen canciones de Mecano. ¡Y ninguno de Los Rebeldes!

–¿Y cuántos hay de tributo a Rebeldes?

–¡Ninguno! Por algo será (risas). Tengo un tono muy parecido a Little Richard, a Paul McCartney, John Fogerty, con una tesitura muy alta, de muchos agudos. La única persona a la que he escuchado cantar mis canciones ha sido una chica; mis amigos siempre me piden que baje el tono pero así es la música, si no puedes cantarla, no la cantas.

Esta es mi generación dice: «No tenemos miedo a nada porque no tenemos nada que perder» o «Abrimos puertas cerradas a patadas o a base de imaginación». ¿No ves una diferencia generacional?

–Hay de todo. Voy a decir una cosa que va a enfadar a alguna gente: puedes educar a tus hijos o sobornarlos. Hemos vivido una época de padres sobornadores, que no han premiado el esfuerzo, y eso ha dado lugar a jóvenes quejicas, perezosos o que creen que tienen derecho a todo.

–¿Cómo ha cambiado tu público desde aquellas cocheras de Sants? ¿Qué has visto en el concierto de Atardeceres Larios este verano?

–Ha sido más que un concierto, ha sido una experiencia. Eso son palabras mayores. Una pareja me dijo que había sido una de las noches más bonitas de su vida: llevan muchos años juntos y habían vuelto a sus años de juventud. Y eso que la media de edad de nuestro público ha bajado mucho, precisamente porque esos padres han traído a sus hijos a nuestros conciertos, y ahora son ellos los fans. Pero esa generación intermedia ha sido muy ninguneada: somos muy amantes de la música y cuando vamos a buscarla nos miran como si no encajáramos. Por eso Atardeceres Larios es necesario, porque les da nuestro sitio. Es un público que necesita ser querido, ¡y que se lo ha ganado! Esta experiencia devuelve la esperanza, la ilusión de salir, de escuchar música de su gusto. Y no hablo de los 80 (que, por otro lado, no es un género musical, ni un estilo de música, por el amor de Dios), sino de todo lo que han programado: nosotros tocando rock, el flamenco de Carmona, José Mercé, Jaime Urrutia...

Los 80 no son un género musical, ni un estilo de música, por el amor de Dios

–¿Tú qué espacio ves que tiene el rock ahora que ha perdido su hegemonía?

–Por suerte, el rock español hace tiempo que dejó de rendir pleitesía al rock americano. Aunque sigue estando en el origen, igual que si un músico noruego hace jazz rendirá cierta pleitesía a Nueva Orleans y al origen del jazz, o un músico francés de blues a Memphis. Pero el rock en España no tiene que rendir pleitesía a nadie.