Berlín no quiere a Anna Netrebko
Las redes reúnen hasta 30.000 firmas para que la diva de nuestro tiempo no pueda actuar, durante la próxima semana, en el Macbeth de Verdi que programa la Staatsoper
Anna Netrebko, la gran soprano rusa, demanda al Met Opera por despedirla tras la invasión de Ucrania
Berlín se alza en armas, de momento dialécticas, contra la diva por excelencia de la ópera mundial, la soprano rusa Anna Netrebko. La Staatsoper berlinesa, hasta hace nada feudo de Daniel Barenboim, inicia septiembre con un festival dedicado a Giuseppe Verdi en el que se ofrecerán tres de los monumentos líricos de este compositor, con repartos cuajados de estrellas. Para el segundo, Macbeth, cuyas representaciones arrancan ya el próximo día 15, está previsto que la cantante asuma un rol que hasta ahora había paseado, siempre con fortuna, desde Nueva York hasta Milán, la lady Macbeth.
Pero los tambores de guerra agitados por las redes han comenzado a sonar con fuerza, y ya no se sabe si el teatro de la capital germana resistirá el asalto. Una iniciativa de Change.org va por las 30.000 firmas de personas que en estos momentos reclaman la cancelación de la Netrebko por su supuesto apoyo a Vladimir Putin en la guerra de Ucrania.
Para la artista de San Petersburgo llueve sobre mojado con un asunto incómodo que la persigue desde el inicio mismo de la invasión, como a otros de sus compatriotas más o menos vinculados con Putin: el director Valery Gergiev, otrora mandamás del Marinskii, su descubridor, omnipresente en todas las grandes citas musicales, y gran amigo del presidente, se ha convertido en un paria.
A ella misma, su vinculación al régimen le ha ocasionado graves perjuicios, aunque esta mujer aguerrida, de armas tomar no solo en el escenario, ha procurado defenderse sacando a veces las uñas. El primero en tomar partido contra ella fue Peter Gelb, el mánager del Metropolitan de Nueva York, que decidió apartarla de todas sus actuaciones previstas allí, sustituyéndola en varias de las óperas para las que ya estaba contratada, como Don Carlo y Turandot. En este última, Gelb, que condenó su tibieza frente a la guerra, optó además por reemplazarla con la soprano ucraniana Liudmila Monastyrska, toda una declaración de intenciones. Pero la Netrebko nunca aceptó su despido y, como suele suceder en ese país cuando afloran las discrepancias, ha demandado a la institución.
Cancelada en todo el mundo
Otros festivales y teatros también han optado por no contar con Netrebko, sobre todo en Estados Unidos, Reino Unido y en algunos lugares de Alemania, donde bastantes de sus conciertos fueron suspendidos, al mismo tiempo que varios de los principales europeos han continuado manteniéndole su confianza, sobre todo después del comunicado en el que se mostró «en contra de la guerra».
«Soy rusa y amo a mi país, pero tengo muchos amigos en Ucrania, y el dolor y el sufrimiento de este momento me parten el corazón. Quiero que esta guerra termine», afirmó el año pasado a través de sus redes. A pesar de que Putin no soporta la disidencia, y podría habérsela tomado como una inexcusable falta de lealtad, para sus detractores esta declaración resultó demasiado ambigua al no condenar del todo explícitamente ni la invasión ni referirse al papel jugado en ella por su otrora benefactor, el primer mandatario ruso.
En cualquier caso, resultó suficiente para que La Scala o el Teatro Real madrileño siguieran colaborando con la diva. Su privilegiada voz y su carisma escénico representan el equivalente al petróleo ruso, imprescindible para unos coliseos que pierden aficionados a raudales desde antes de la pandemia, y necesitan a esas estrellas a las que nadie quiere perderse para mantener el prestigio de sus programaciones.
De hecho, las últimas actuaciones de la soprano en Madrid se saldaron con grandes éxitos, pese a las relativamente menores manifestaciones de ucranianos apostados con pancartas contrarias a la intérprete, en las mismas puertas del Real. En julio del año pasado, la Netrebko cosechó aquí un gran triunfo con un concierto en el que fue aclamada sin ninguna reserva, desde su misma aparición en el escenario, al menos por los asistentes al acto, que en algunos casos habían pagado casi 400 euros por disfrutar de su arte.
Y las escasas apariciones que tuvo en la Aida programada poco después, también en el Teatro Real, como parte de la pasada temporada, si generaron alguna crítica fue más bien por parte de los abonados que se sintieron ninguneados por el coliseo, ya que sus abonos nos les habían dado acceso a las pocas actuaciones de su favorita. Aquí, también, la artista resultó jaleada en casi todas sus intervenciones con una intensidad como pocas veces sucede en la capital, elevando el interés y el tono de un título que había pasado hasta ese momento sin mayor gloria desde su estreno, confiado a otra compañera con mucha menos fama.
El Liceo debió haber tomado buena nota, ya que pretende inaugurar su temporada 24/25, en Barcelona, con una gran producción de Aida protagonizada por ella, un acontecimiento que sin duda atraerá aficionados de todas partes.
Mientras, el próximo desafío contra los deseos de los melómanos a quienes poco les importan las opiniones políticas de la Netrebko se libra estos días en Berlín. La iniciativa popular para que la despidan de la producción de Macbeth, promovida por esos tribunales revolucionarios de las redes sociales, que lleva la firma del recordado director Harry Kupfer, y en la que también cantará uno de los bajos favoritos de Karajan, Ferruccio Furlanetto, va camino de alcanzar las 35.000 peticiones, una cifra estimable para una recogida que comenzó el 26 de agosto.
Los reproches son los ya conocidos: la falta de compromiso de la cantante para oponerse a Putin y su pasada afinidad con personajes como Oleg Tsariov, un político y hombre de negocios de Ucrania, pero con intereses favorables a Rusia, que ha medrado en territorios como Donetsk y Lugansk, repúblicas que reclamaron su independencia a la espera de anexionarse a eso que algunos denominan como la República Confederada de Nueva Rusia.
La Netrebko posó toda sonriente en una foto con el propio Tsariov y la bandera de la expansionista confederación. Fue en 2014, pero algunos no olvidan ese gesto y consideran que la ambigüedad de la artista es fruto del cálculo personal, una manera de «nadar y guardar la ropa», sin que el conflicto le salpique del todo y mientras pueda seguir actuando donde aún se lo permiten hasta que concluya el conflicto bélico. Sus seguidores españoles, que seguramente pretendían acompañarla estos días hasta Berlín para escucharla en la extraordinaria ópera de Verdi, con entradas a precios mucho más asequibles que en Madrid o Barcelona, aguardan ahora con el alma en vilo.