Veintiuno: «En un mundo de individualismo, reivindicamos la amistad»
Más de una década sobre los escenarios les colocan como una de las bandas nacionales más importantes de nuestro país y, situados en el mejor momento de su carrera, siguen volando alto. Veintiuno lanza nuevo disco, El arte de perder, y comparte en El Debate una forma nueva de hacer música
En los Premios Odeón 2022, el grupo musical Veintiuno se llevó el galardón Artista Revelación Rock. Pero la realidad de Diego Arroyo (vocalista), Yago Banet (bajo), Pepe Narváez (batería) y Rafa Pachón (guitarra) es que de músicos recién descubiertos tienen poco. La historia de la banda con nombre de número se remonta a principios de la segunda década de los 2000. Cuentan con numerosos EP y tres álbumes de estudio en su discografía, y acaban de sumar uno más con El arte de perder, su cuarto disco, en el que hay colaboraciones icónicas, como Love of Lesbian o Silvestre y la Naranja.
–Lanzáis El arte de perder. ¿Habéis perdido más de lo que habéis ganado en estos años?
–Es meramente objetivo. Tú ves las veces que gano, pero no sabes las veces que he perdido antes de empezar a ganar. Y es importante darle visibilidad a eso. Hay un meme que nos gusta que es un iceberg en el que se explica que debajo de la superficie hay muchas cosas; para empezar, un equipo. Y eso es precioso. Hay que darle peso e importancia a todos los años que llevamos con este proyecto y a toda la gente que nos ha acompañado y apoyado en este proceso.
–En el primer tema, que es recitado, decís que os han robado, que tuvisteis que vender vuestros instrumentos para pagar las grabaciones…
–De hecho, nos han vuelto a robar, la semana pasada. En esta ocasión, el equipo de música, aunque hemos podido recuperar una parte gracias a que Pepe, nuestro batería, le había puesto un tag al maletín. Los otros robos tenían más que ver con recaudaciones de conciertos y con otro tipo de cosas...
–¿Consideráis que habéis tenido mala suerte?
–No sabemos si es mala suerte, pero es verdad que a lo largo de la vida, lo que más le va a tocar a una persona es perder. Con lo que más convivimos es con el fracaso, ya sea en relación a tus propias expectativas o a lo que creas que va a pasar. El título del disco, El arte de perder, toma referencia de un poema de Elisabeth Bishop, One Art, que lo explica perfectamente: empieza diciendo que el de perder es un arte que se domina fácilmente. «Prueba a perder algo todos los días y verás que en el fondo no era nada complicado».
–Ella escribe casi como orden, «Lose something every day». ¿Tenemos que aprender no sólo a perder, que parece algo negativo, sino a dejar ir, a ser desprendidos? ¿Casi ascéticos?
–Hay algo catártico en saber dejar ir y en aprenderlo. De hecho, hay una canción del disco, A la orilla, que tiene que ver exactamente con la idea de dejar ir, en este caso la ira o el enfado. Igual de importante es pasar el proceso de estar enfadado con algo o con alguien y lidiar con ello que entender que hay un momento en el que se pasa: se disuelve como lo hace la nieve cuando llega la primavera. Se pasa y ya está.
–«Seguiremos en esto juntos. Porque somos una banda». ¿Qué significa para vosotros hacer música juntos?
–Tiene todo el sentido del mundo, porque realmente tampoco sabemos hacerlo de otra manera. La música para nosotros es estar en el local de ensayo juntos, hacerlo todo juntos. También hemos vivido el proceso antitético, trabajando en procesos colectivos de composición y de producción, y viendo la diferencia preferimos lo que hacemos, porque la pulsión creativa que tenemos tiene que ver estrictamente con la amistad y con las ganas de crear algo en conjunto. En los procesos industriales que tiene la música la composición nunca es tan pura, porque es casi imposible, poco probable o poco frecuente que el motivo por el que entras en la sala de grabación sea la ilusión de crear. La industria quiere que crees rápido y saques un nuevo single dentro de un mes y medio, aunque seas un artista que no ha compuesta una canción en su vida.
La pulsión creativa que tenemos tiene que ver estrictamente con la amistad y con las ganas de crear algo en conjunto
–¿Es revolucionario apostar por la unidad en un mundo individualista?
–Es que en medio de un mundo individualista, nosotros reivindicamos la amistad. El hecho de que se considere «revolucionario» ya dice mucho... Nosotros defendemos que es lo que haría cualquiera: es algo que nos estimula a hacer cosas juntos, dure lo que dure y el tiempo que dure. Y lo único que podemos hacer es mimarlo, porque es un tesoro. Tenemos la oportunidad y la suerte de que la gente pague por consumir algo que creamos y que nos divierte crear, y lo único que podemos desear es la supervivencia de esa idea. En la era que vivimos, de autodeterminación personal y de autorrealización en la que nos creemos el centro del universo (algo que ha atomizado las relaciones personales), parece que nos importa más mirar nuestras pantallas que atender a la persona que tenemos delante.
–Es algo que refleja vuestra música. ¿Cómo se combina esta tendencia del autocuidado con esta certeza de que necesitamos a los otros para ser nosotros mismos?
–Precisamente este disco tiene mucho de responsabilidad afectiva en diferentes estratos. Es el disco de los cuidados.
–Habláis de mala suerte, pero ¿también os han tratado mal en la industria musical?
–Estamos aquí porque nos han tratado bien. Nosotros somos el resultado de todo, lo bueno y lo malo. Y aunque nos hayan pasado cosas malas, la gente que nos rodea ahora mismo cree en nuestro proyecto. Podríamos centrarnos en hacer canción romántica básica ahora que todo nos va bien, pero elegimos hablar de cosas que nos han pasado de verdad y que es importante exponer. La industria musical es abiertamente caníbal. Y por eso mismo nosotros nos debemos a la gratitud: gratitud de muy poca gente, pero en grandes cantidades. Hay muy poca gente que se ha portado muy bien con esta banda, y por eso seguimos aquí. Nos han dado muy buenos consejos. Porque esta industria tiende a fagocitarte, y aunque es una conversación muy larga, es en la única en la que todos los papeles están firmados para que el último al que le llegue un solo euro (y es pueril, pero es cierto) sea el músico.
La industria musical es caníbal, y nosotros nos debemos a la gratitud: gratitud de muy poca gente, pero en grandes cantidades
–Y después de tantos golpes, ¿cómo no cerrarse?
–Preferimos el estoicismo al cinismo. Saber ver en qué punto estás con cierta distancia y no ilusionarte en exceso o no tener expectativas es sano, pero estar todo el día fijándote sólo en lo negativo te envilece, y tampoco es bueno. Hay algo precioso en ilusionarte con las cosas.
–Una de las colaboraciones del disco, La vida moderna, es con un grupo icónico de nuestro país, Love of Lesbian. ¿Cómo surgió?
–Estamos agradecidos porque era uno de los artistas con los que soñábamos. De hecho la canción ya la teníamos grabada, pero les propusimos (en el Interstellar de Sevilla en 2018) que la grabáramos juntos, y fueron extremamente generosos. Nosotros somos hiper fans de Love of Lesbian como banda, pero también de lo que ellos representan, porque llevan 25 años juntos. Eso es una lección de vida, no solo musical. De ellos hemos aprendido mucho sobre cómo llevarse tan bien, entenderse y conocer cuál es el hueco y el rol de cada uno. Son un ejemplo de dinámica interpersonal.
–En esta canción decís: «Llamáis poliamor a los cuernos de siempre», que entronca con el egoísmo individualista del que hablábamos antes.
–Cada 20 años cambiamos la sociedad para que vuelva a exactamente lo mismo, y puedes o llevarte algo y aprender en el proceso o volver a caer. Pero si el poliamor es una excusa, es una relación «callejón sin salida», que sólo es abierta para una de las partes... Entonces es egoísmo y falta de honestidad.
–El tema de La Toscana, ¿es un viaje literal o metafórico?
–Es al mismo tiempo una idealización y un viaje real en coche, utilizando ese viaje como pretexto para hablar de ciertas cosas. Estábamos muy contagiados de Sorrentino y de la segunda temporada de White Lotus, de esas imágenes... Y en el sonido miramos a The Killers, al primer disco, y a Publishers. Lo que nos alucina es que parece la típica canción feliz, pero no es nada feliz, es totalmente lo contrario. Y esa yuxtaposición es dificilísima, ¡y hemos conseguido sonar en la radio!
–Hay una mezcla entre un sonido muy pop, alegre, y letras muy profundas.
–Sí, eso es parte también del proceso que hemos seguido de crear el disco juntos y tener un poco el concepto de banda, de local de ensayo. Pero luego las letras que hace Diego tienen mucha profundidad y es un contraste bastante bonito entre la música y la letra. Porque si lo que cuentan las letras lo hacemos más oscuro con la banda, hay un punto en el que cortocircuitamos inevitablemente: sería algo muy nicho, muy agónico. La contraposición de la música feliz y la lírica oscura, igual que a la inversa, la letra más o menos sencilla y complaciente con música oscura, es más interesante que llevarlo todo al negro o todo al blanco. El contraste entre los niveles de información es lo que hace que algo sea interesante.
La contraposición de la música feliz y la lírica oscura, igual que a la inversa, la letra más o menos sencilla y complaciente con música oscura, es muy interesante
–¿Hay influencia musical de lo que escuchabais en vuestra adolescencia?
–Sí, lo hemos comentado mucho, que es el disco que no nos atrevíamos a hacer con 17 años. En otros discos había un ejercicio más cerebral de querer ser cool, estábamos muy centrados en molar. Pero en este disco hay mucho más de nuestros recuerdos, la música que nos influyó: Soda Stereo, Los Rodríguez, Mecano... Quizá era la música que escuchaban nuestros primos o hermanos mayores, pero nos parece interesante recuperarlas ahora, más que cuando tengamos 40 años y sea un ejercicio de nostalgia. Porque ahora está vivo en nosotros.
–¿Es un disco pensado para tocarlo en directo?
–Sí, de hecho hemos grabado gran parte del disco en directo, lo que es la base. Después hemos arreglado con sintetizadores, pero queríamos mantener esa esencia. De hecho, muchos arreglos no los hemos hecho, en el sentido de que no le hemos dado muchísimas vueltas para mantener la simpleza de lo prime, de la primera idea que ya te convence y que se termina quedando. Está menos analizado.
–Como muy intuitivo...
–Exacto. Somos maníacos del control y ha costado muchísimo dejar ir, pero hemos querido pegarnos a esa primera intuición. Hemos dejado que las canciones fueran a sitios que probablemente antes no hubiéramos permitido, entre otras cosas por un vértigo personal de Diego. Pero esto es una democracia [risas].
–Si el alma pesa «veintiún gramos» (de ahí vuestro nombre), ¿tras este disco la vuestra pesa más o menos?
–Un poco menos, porque es lo que te lleva al cielo, como decían los egipcios. Ellos ponían en una balanza tu alma y una pluma. Y si tu alma pesaba más que la pluma... ibas al infierno.