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César Wonenburger
Historias de la música

Angelina Jolie indaga en el último misterio de la Callas

El director Pablo Larraín, como antes Franco Zeffirelli, se asoma al precipicio por el que se despeñó la cantante más célebre del siglo XX

Angelina Jolie, en su prima imagen encarnando a Maria Callas en el cine

A Maria Callas parece que nunca vayan a dejarla tranquila. Su filón se encuentra aún lejos de agotarse. A la enésima puesta al día de su catálogo de grabaciones (la labor de pulido del material original poco más puede hacer por enriquecer su sonido) se unen las recientes giras de conciertos basadas en la exhibición del holograma de esta mujer, que sigue cosechando triunfos como el Cid campeador.

Esta misma semana acaba de anunciarse un nuevo proyecto sobre el último tramo de su vida, seguramente el más desgraciado. Después de convertir a Pinochet en un vampiro, y de sus interesantes biopics consagrados a Jackie Kennedy (con Natalie Portman) y Diana de Gales (Kristen Stewart), el director chileno Pablo Larraín ha reclutado a Angelina Jolie para meterse en la piel de una de las artistas mayores del siglo XX.

De momento se sabe poco de lo que pretende contar; el lanzamiento publicitario de este tipo de producciones suele obedecer últimamente a un perfil idéntico. Igual que ya ocurriese con Maestro, la película que el mes que viene se estrenará en los cines tras su tibio paso por Venecia, sobre la vida y milagros del director de orquesta y compositor Leonard Bernstein, el cebo ha consistido ahora en filtrar un par de fotografías de la ex de Brad Pitt caracterizada como la Callas. Aunque aquí hay que decir que el parecido entre Bradley Cooper y Lenny se antoja «a priori» bastante más conseguido: cuestión de narices…

Hasta que se materialice, no podremos conocer si el realizador chileno ha tenido mejor suerte que el buen amigo, y colaborador en varias ocasiones relevantes, de la legendaria soprano, Franco Zeffirelli. Si la Callas hubiera confiado en él cuando al inicio de su carrera cinematográfica le propuso que rodasen juntos una Traviata, quizá habría podido convertirse en su mayor logro artístico: preservar, para el futuro, la esencia de la intérprete en uno de sus roles más justamente aclamados, la desventurada protagonista de la ópera de Verdi.

Entre las escasas imágenes que han quedado de la cantante en su medio natural se encuentra el segundo acto de una Tosca con puesta en escena, precisamente, de Zeffirelli, un testimonio sin duda muy valioso pero incompleto, que siempre ha alumbrado las elucubraciones y fantasías sobre cintas perdidas que algún día aparecerán en algún olvidado desván (Karajan también quiso grabar con ella una Traviata televisada, aunque tampoco se llevó a cabo).

Angelina Jolie, en otra de las imágenes encarnando a Maria Callas en la película que dirigirá Pablo Larraín

La oferta de rodar Traviata se la hizo Zefirelli justamente después de unas exitosas funciones de ese título celebradas conjuntamente en Dallas. Con la promesa de un millonario texano, que estaba dispuesto a poner de su bolsillo hasta dos millones de dólares para financiar el proyecto, Zeffirelli le escribió una sentida carta para intentar seducirla. «¡Las generaciones futuras podrán disponer de aquello que ni Eleonora Duse ni Sarah Bernhardt estuvieron en capacidad de dejar: la conservación en película de esta maravillosa interpretación, gracias a la cual has sacudido, conmovido, ennoblecido y fascinado a individuos y públicos enteros, en esta afligida mitad del siglo XX!».

No a Zefirelli, sí a Pasolini

Sin embargo su plegaria trufada de elogios jamás resultó atendida. Sólo años después de aquella propuesta, la Divina se sometería a los rigores de un rodaje, pero para otro italiano, Pier Paolo Pasolini, en Medea, y únicamente como actriz, sin cantar ni una sola nota, pues se trataba de una libre adaptación de Eurípides: nada que ver con la obra de Luigi Cherubini que estos días se ha podido disfrutar en el Teatro Real.

Zeffirelli cuenta en sus jugosas memorias que su buena amiga seguramente recelaba de su bisoñez, ya que en ese momento aún no había dirigido nada en la gran pantalla, al tiempo que le lanza uno de esos dados que sustentan las autobiografías: Richard Burton y Liz Taylor, en cambio, no tuvieron ningún inconveniente en ponerse a sus órdenes en La fierecilla domada, pese a su acreditada inexperiencia. Bastante tiempo más tarde, el realizador se tendría que contentar con la posibilidad de recrear en un filme la decadencia de la intérprete. Con Fanny Ardant como protagonista –lo mejor de aquella fallida Callas Forever–, pretendía indagar en el misterio de los años transcurridos en la penumbra de su apartamento parisino, donde un día fue hallada sin vida a los 53 años.

Maria Callas, en la película 'Medea', de Pier Paolo Pasolini

Ese último periodo resumiría lo que en buena medida fue su vida con la letra de aquella canción de Jobim y Luiz Bonfá («tristeza nao tem fim, felicidade sim»), incluso mejor que el tópico pucciniano («sola, perduta, abbandonata»). Decidida a alejarse del mundo para lamerse las heridas de sus fracasos más íntimos, en soledad, posiblemente sea el capítulo menos fértil e interesante de su azarosa biografía. Hay mucha más enjundia en los dos primeros actos, marcados por la dureza de aquella infancia traumática por la ausencia del progenitor, la complicada relación con su madre y hermana, la lenta pero decidida ascensión al estrellato, su conversión en una artista y mujer exitosa y sofisticada que, teniendo el mundo a sus pies, en cambio, nunca pudo realizar el deseo de formar una familia, que en el triste desenlace. Pero habrá que esperar a ver qué ofrece realmente Larraín para saber si su propuesta vale la pena.

Desde luego, se trata de un realizador estimulante, acostumbrado a trabajar con actrices de refinada, rica y poderosa paleta interpretativa, como las ya citadas Portman y Jolie o la siempre deslumbrante Julianne Moore, con la que realizó su única serie televisiva, Lisey’s Story, basada en una novela de Stephen King. No es garantía de nada (Zefirelli conocía todos los secretos del oficio operístico como pocos y la suya le salió un «churro»), pero Larraín cuenta además con una temprana experiencia en los escenarios líricos. En 2014, se presentó en la temporada del Municipal de Chile, uno de los contados teatros que ofrecen ópera con garantía de calidad en Latinoamérica, y dirigiendo nada menos que la Katia Kabanova de Leos Janacek, que la Callas nunca abordó (no se olvide que en sus inicios cantó un par de títulos de Wagner y la Leonora de Fidelio), pero que desde luego formaba parte de sus propias coordenadas expresivas, por intensidad y hondura dramática.