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"La niña de los peines" por Julio Romero de Torres

«La niña de los peines» por Julio Romero de TorresGTRES

'La niña de los peines', la gran cantaora analfabeta, ídolo de Lorca y de Falla olvidada por las «feministas»

La obra de «la emperatriz del cante», adorada del mismo modo sentido por el pueblo y por los intelectuales, fue declarada Bien de Interés Cultural por la Junta de Andalucía

Pastora María Pavón Cruz fue cantaora por destino o, como ella dijo: «por delegación», luego de tener que sustituir a su hermano Arturo, borracho (no una ni dos veces), en sus actuaciones en una caseta de la Feria de Sevilla. Entonces, dijo, decidió hacerse famosa. No tenía ni 10 años. Arturo era un hermano y Tomás el otro, los dos cantaores buenos, buenos. Pero la buena de los tres era ella.

Ni leer, ni escribir

Después de aquella caseta iba por todas partes en el jondo ambiente sevillano donde tocó todos los palos y triunfó con todos ellos, un prodigio verdadero: tangos, peteneras, seguiriyas... y de Sevilla a Málaga, donde se hizo un nombre definitivo en España en los albores del XX. Madrid fue la culminación nacional (antes de la internacional) donde conoció y fascinó a los grandes poetas, artistas e intelectuales de su tiempo.

Entonces tenía 20 años, no sabía leer, ni escribir, pero iba dejando sin palabras a las plumas más virtuosas y a las mentes más cultivadas con su arte primigenio. Dijo ella que inventó las bulerías, la soberbia que contrastó poniéndose a la sombra de su marido, Pepe Pinto (con quien se casó a los 43 y quien era 13 años menor, como menor era él como artista), primero, y como miembro de la compañía de Concha Piquer después de la guerra para ir apagándose por decisión propia como los genios mejores.

"La niña de los peines" y su marido Pepe Pinto

«La niña de los peines» y su marido Pepe PintoGTRES

Para entonces ya lo había hecho todo, el mito, se quiere decir, que iba a ir descubriéndose (mejor) con el paso del tiempo. Suyo fue el compás y el color. La ejecución poderosa, sobrada, connatural. Lorca dijo que su voz rompía todos los moldes de la música construida. La llamaron «La niña de los peines» por un tango que oyó cantar a un ciego y que ella interpretó: «Péinate tú con mis peines/ Que mis peines son de azúcar/ Que quien con mis peines se peina/ Hasta los dedos se chupa».

Estatua de "La niña de los peines" en la Alameda de Hércules de Sevilla

Estatua de «La niña de los peines» en la Alameda de Hércules de Sevilla

En su época los hombres eran cantaores y las mujeres bailaoras. Pero ella tenía su voz, que se le salía sola, como para ser solo bailaora. Prodigio así, también del feminismo natural, a Pastora la pintaron Zuloaga y Romero de Torres y la llamaba Alfonso XIII (y la reina Victoria) para escucharla. Fueron dos décadas de vida libre, la de los 20 y los 30, después de las cuales ya no se sintió la misma y no se reconocía en la antigua «niña».

La de la voz de doce tonos de la que Lorca también escribió (escribió de ella muchos versos) que «podía hacer con ella cualquier cosa» y que «era de sombra» y que «se le enredaba en la cabellera/ O se le mojaba en manzanilla/ O la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos» como en los que se murió al filo de los 80 inviernos un 26 de noviembre, lejos de su cante por gusto (o por disgusto), pero al comienzo de su leyenda.

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