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Xoel López, en su entrevista con El Debate

Xoel López, en su entrevista con El DebateAlfonso Úcar

Entrevista con Xoel López

Xoel López: «Reivindico una vida más espiritual y cálida, un mundo menos superficial»

Uno de los mejores artistas españoles, completo y luminoso, no huye del desgarro al constatar la insuficiencia de la realidad en su último disco, Caldo Espírito: «Yo dudo todo el rato de todo», confiesa en esta conversación en profundidad con El Debate poco antes de emocionar en el madrileño WiZink Center

Es su mejor disco en cuanto a sonido. «Cien por cien Xoel», como le digo, y se ríe. Estamos en una cafetería debajo de su casa, en el centro de Madrid, y Xoel López (La Coruña, 1977) confirma que en Caldo espírito ha llegado a ese fin de viaje («al menos, de momento»), al sonido con el que se identifica plenamente, fruto de más de 20 años de investigación. Pero los que seguimos y admiramos a este gallego que nació como Deluxe sabemos que no es sólo melodía; que la gran carga es para sus letras, ese viaje emocional que en cada canción nos hace conocer mejor el mundo y, por ello, amarlo más.

En cada cosa que hace es él mismo. Y en este disco, publicado por Esmerarte, se percibe que ha sufrido. «Yo quise avanzar con todo y quise encender tu casa, pero mi cuerpo explotó de frío y un relámpago partió mi alma», dice en uno de los grandes temas del álbum, Salitre y humo. En once canciones que desgranamos con un café poco antes del final de su gira, una fiesta apoteósica en el WiZink Center de Madrid el 29 de noviembre, el coruñés le canta al desamor, pero siempre (siempre) hay un punto luminoso de esperanza.

Pero es verdad que si en el disco anterior bailábamos por la certeza de un amor encontrado, una alegría que te alcanza como un rayo y te devuelve la esperanza, que hace crecer las flores más altas, este disco profundiza en el dramatismo de la vida: de la certeza del cumplimiento a la sospecha de que, quizá, no era todo verdad. «Se inclina más del lado del reconocimiento del error que de la felicidad del acierto», confiesa Xoel López, mientras canta: «Y por un instante, mientras todo es cierto, todo yo te ofrezco. Y mientras todo arde, y dura el hechizo, todo es cielo abierto». Rezamos para que el hechizo dure aún mucho tiempo.

–Este disco introduce muchísimos sonidos nuevos. Hay muchos ritmos latinos, como hemos visto últimamente (México, Brasil, República Dominicana), y algo de funky. ¿Es ya la consecución de lo que siempre quisiste hacer?

–El sonido personal ha aparecido mezclándolo todo; es casi un oxímoron, una contradicción, pero creo que se llega al «sonido propio» después de haber pasado por el sonido de muchos. Nadie nace sabido, nadie nace aprendido. Y yo he tenido que estudiar mucho, a veces no tanto conscientemente, pero mis referentes han sido muchos, y están tan diluidos que eso ha configurado mi propio sonido.

Nadie nace sabido, nadie nace aprendido. Y yo he tenido que estudiar mucho

–Es difícil explicar un proceso creativo como el tuyo, pero ¿de dónde nace, dónde crees que radica tu impulso? Como dices en Faneca Brava: «Es más fuerte que yo mil veces...».

–El desarrollo de las canciones, aunque es difícil intelectualizar todo el proceso, es más fácil de explicar. Yo decido si quiero llevarlas hacia un ritmo más alegre, si lo bajo de tiempo, si le meto una armónica... Cuando compongo sí que hay una parte un poco mágica que no puedo explicar. Casi me sorprende a mí, y me pregunto: «¿Por qué hice esta canción? ¿Por qué escribí esta letra, por qué estos versos, qué quería decir?». Hay cosas dentro de las canciones que yo tengo dentro que incluso yo desconozco, o que intuyo pero de las que no soy plenamente consciente. Es como si mis letras fueran por delante de lo que yo sé de mí, o de lo que siento o pienso. Cuando compongo realmente me conecto con esa parte de mí un poco más abstracta o compleja: componer es como establecer un puente.

Cuando compongo hay una parte un poco mágica que no puedo explicar. Es como si mis letras fueran por delante de lo que yo sé de mí, o de lo que siento o pienso

–Hay una mezcla entre lo más orgánico y lo más aventurado o moderno: armónicas y sintetizadores, teclados y maracas...

–Yo no tengo prejuicios y al mismo tiempo me gusta toda la música, escucho de todo, así que ¿por qué no? Me doy cuenta de que tengo una gran paleta de colores, y cuando voy a pintar miro la paleta y mezclo piano clásico, guitarra acústica del año 65 y un sintetizador. Colores, guerra, luz. Ese es mi criterio, el tirarme siempre a la piscina con toda la paleta de colores que tengo, que es amplia pero no incluye todos los colores. Por ejemplo, no hay tecno.

–¿Esa falta de prejuicios es un signo de madurez?

–Yo creo que cuantos más discos llevas –en mi caso ya son 16 álbumes en total, casi 200 canciones compuestas– te vas permitiendo más cosas, porque ya has visto que no se acaba el mundo cuando pruebas algo. Tampoco pasa nada por equivocarse o por o por hacer algo que luego no crece. He aprendido a disfrutar de esa libertad que te da el paso del tiempo.

He aprendido a disfrutar de esa libertad que te da el paso del tiempo

–El sonido es muy cálido también. ¿Qué es ese «espíritu caliente» que da título al álbum?

–De hecho el disco casi nace del sonido. Lo primero que le pedí a Campi, el productor, y a Luque, el técnico de sonido, es un sonido cálido. Eso tiene que ver a veces con los graves, y con la madera, y a veces, por ejemplo, con tratar los agudos con la electrónica. Tiene que ver con cómo se graba, con las tesituras de ecualización. De ahí surge la idea del título, que tiene que ver con algo más emocional.

–De hecho hay un punto muy luminoso en lo melódico que contrasta con la crudeza de las letras...

–Hay un poco de todo, pero creo que hay mucha música, mucho ritmo, que levanta mucha letra. Hay letras que tiran más para abajo y ritmos que compensan, que es lo que yo hago de forma inconsciente. Cuando lo tengo que intelectualizar, como ahora, me doy cuenta de que es un mecanismo dentro de mí, porque como todo en la vida, hay que compensar, equilibrar; nada es blanco ni negro, tampoco las emociones. A veces de lo malo sale algo bueno, o para llegar a lo bueno has tenido que atravesar un desierto... Creo que mi música refleja eso, esa complejidad de las cosas. Alegre, triste, bailongo, calmado, profundo, incluso a veces también superficial: yo soy todo eso.

Alegre, triste, bailongo, calmado, profundo, incluso a veces también superficial: yo soy todo eso

–Después de todos estos años, ¿te sigue costando explicar tu música?

–Lo ideal sería que pudiera poner mi música y que ella hablara, pero es verdad que también a mí me interesa que otros músicos me expliquen su obra, el contexto en el que la hicieron... De hecho, yo aprendo a veces de las preguntas que me hacéis, me descubro al explicarme. Entiendo cosas de mí mismo cuando me «obligáis» a preguntarme por qué hago lo que hago. También es importante que se entienda que una canción la escribes en un momento dado, y es reflejo de ese momento; no es un manifiesto. No me define de forma rígida, sino todo lo contrario: un día siento que no pertenezco a este tiempo, pero eso no significa que no quiera formar parte de la sociedad, sino que ese día me sentí distinto.

–Precisamente es lo que cantas en Albatros, la canción que da inicio al disco: «Si ya sé que yo no pertenezco a este tiempo»...

–Es curioso porque se grabó en sitios aislados, en casas rurales, en el monte... Tiene que ver con escapar del ruido de la sociedad, de la sensación de liberación cuando estás en una casa, en medio de la montaña, sin cobertura; cuando sales de la dinámica acelerada, de este ritmo y estas prisas, y puede enfocarte en lo importante. Sólo desde ahí puedes llegar a ese punto de intimidad y conexión, sin distracciones: es importante para para la composición, para la creación, para desarrollar una idea artística. Mis propias letras buscan calma.

Xoel López, en una imagen promocional de 'Caldo Espírito'

Xoel López, en una imagen promocional de 'Caldo Espírito'

–Un tema que se repite es el de tratar de salir de tu propia cabeza, tus sufrimientos, tus pensamientos negativos. ¿Hasta qué punto es catártica para ti la creación?

–La parte terapéutica en la creación es lo que me motivó desde los 13 años, cuando empecé a hacer canciones. Es una forma de sacar sentimientos, de desanudar cosas al verbalizarlas, como se hace en terapia. Es ponerle palabras y música a sentimientos que, si no, no sabría cómo canalizar: es trascender, elevarte (y caer). A veces tengo que cantar las cosas para poder trascenderlas.

La parte terapéutica en la creación es lo que me motivó desde los 13 años, cuando empecé a hacer canciones

–En este disco sí se percibe un punto pesimista, o por lo menos desencantado. Después de haber encontrado el amor como un rayo que te alcanza, después de haber creído que «del lodo crecen las flores más altas», parece que todo se escurre entre los dedos.

–Sí, es así. Hay una crudeza que no estaba en discos anteriores. Me he resistido muchos años en mi vida a explicitar según qué cosas, y en este disco no me he cortado. No es oro todo lo que reluce, las cosas no son siempre como uno quiere, y está bien. Es la vida. Puede que me defienda diciendo que no es pesimista, porque creo que lo que es es realista: yo no veo lo malo donde no lo hay, pero sí que tendía a verlas más positivas de lo que eran.

–Sin embargo, como cantas en Faneca brava, siempre hay algo que te rescata: «Pero lo que siento me empuja más que el fuerte viento, más que mil cascadas a la vez». A pesar de que la vida te golpea, aunque te griten que «vas a volver a caer», hay en ti una espera.

–Sí... pero creo que el idealismo puede llevarte a la desilusión, porque la vida es lo que es, pero también puedes hacerte una idea falsa de las cosas. Hay que lidiar con la vida como es, y es importante posicionarse desde esa verdad. Sin fantasías. Tanto esa canción como Salitre y humo son centrales, especialmente por sonido, por atmósfera; por eso creo que hay a quien le recuerda a mis inicios con Deluxe. Soy más yo que nunca.

–Es desgarrador cuando cantas cosas como «qué pena que no fuera verdad. Yo quise creer. Yo me quise quedar» o «Quise encender tu casa, pero mi cuerpo explotó de frío». Pero tú has conocido el amor. ¿Ya no crees?

–«Porque algo muy dentro de mí quería llegar...». Quiero decir que yo de verdad quise y quiero creer, pero la verdad me aplastó. ¿Qué pasa si no coincide lo que crees con lo que es? ¡Lo importante es lo que es! ¡Te das de bruces con la realidad! Por eso «mi cuerpo explotó de frío».

–En el orden del disco, después llega Esto no es amor (la confirmación de lo que es, frente a lo que crees, como dices), y entonces aparece Glaciar, el frío total, pero con una pregunta frontal: «¿Me querrías igual? ¿Me verías igual?».

Glaciar habla de algo muy importante en las relaciones humanas, que tiene que ver con la fidelidad, con el sentimiento real de amistad, de hermandad, de amor: estar en las buenas y en las malas. ¿Hasta qué punto permaneces, sabes quién es el otro? Es algo que tardas en descubrir; esa inteligencia emocional suele llegar demasiado tarde. Creo que hay pruebas que definen si las relaciones se terminan o se afianzan.

–Hay muchas referencias intertextuales, como a Turnedo de Iván Ferreiro, o cuando hablas de la espina en tu costado, en el que haces referencia al disco anterior.

–Quería ser sutil, que no fuera muy evidente, pero que sí lo captara el que está habituado al imaginario. Si escuchas Mágica y eterna, que tiene un ritmo de merengue, sabes mi relación con República Dominicana y mi gusto por Juan Luis Guerra. Algo evidente es la armónica, que suena folk, el folk de toda la vida que me ha encantado siempre. Son referencias a las que recurro con naturalidad y con alma de fan; una especie de homenaje. Bob Dylan, a quien tanto le debo, es perenne; es casi un agradecimiento.

–El uso de los coros, que en este caso son muy masculinos, parecen representar esa voz de la conciencia que te avisa, que te advierte, que te «endereza».

–Llevo muchos años trabajando con mujeres, y es lo que más escucho (de Janis Joplin a Violeta Parra), pero me apetecía cambiar, y al introducir las voces masculinas en el coro he dejado las femeninas sólo en dos canciones muy potentes. Me gusta mucho lo teatral, y efectivamente el coro me habla y ahí me reconozco. Ha quedado muy bien.

–Introduces el tema de la espiritualidad, en el título y atravesando el disco. Criticas una sociedad alejada de lo espiritual, de la introspección… ¿Es autocrítica? ¿En qué punto te encuentras tú?

–Yo estoy poniendo en duda todo el rato todo. ¿Cómo es la vida hoy en día? Nos ha tocado vivir muchos cambios muy rápidos. Todavía no sabemos muy bien qué queremos y qué no. Yo estoy todo el rato planteándome hasta qué punto quiero tener tantos canales de televisión, utilizar tanto el móvil, tener tantos recursos (incluso musicales), porque estamos hipercomunicados y tenemos mil opciones. Eso es positivo, pero también estamos borrachos de opciones. No estoy convencido de que lo que se va haciendo por inercia sea lo que yo personalmente quiero para mí. Dentro de diez años quizá lo veamos con más claridad; ahora que acabamos de integrar Internet y los móviles aparece la inteligencia artificial, y no nos da tiempo a procesarlo, a decidir si la queremos o no: ¡ya está aquí! Quizá tenemos que tirar el móvil a la basura. Reivindico una vida más espiritual y cálida, un mundo menos superficial.

Estamos borrachos de opciones

–Ese silencio, ese descanso, ese pararse... ¿también le va a llegar a la música? Llevas años muy intensos, enlazando discos, festivales, conciertos...

–Siempre me pasa lo mismo. Terminé el disco justo en junio y me quedé a hacer pequeños retoques, y me di cuenta de lo que me pasaba: cuando acabo un trabajo me siento vacío y siento que nunca más voy a volver a hacer un disco. Casi me parece ridículo que haya sido yo el que ha hecho ese disco. Soy como un monte quemado, y toca empezar la reforestación, como si agotase todos mis recursos y sintiera luego un vacío, una cierta melancolía, una especie de tristeza por haber muerto, por haber puesto toda la carne en el asador, haber sido todo tan intenso, tan emocionante y bonito. Es como si llegara el domingo. Ahora hay que recomenzar.

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