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Concierto de Año Nuevo

La Orquesta Filarmónica de Viena ofrece este lunes su célebre Concierto de Año NuevoEFE

Sonrisas matizadas en el Concierto de Año Nuevo

El director berlinés Christian Thielemann, en su segunda comparecencia en la célebre cita musical, se atuvo a su particular código expresivo: exploración de las profundidades frente al mero brillo exterior

Los austriacos son los que mejor saben hacerlo. Cada año nos venden la misma postal sobre los innegables encantos de su país, envolviendo en melodías perfumadas y ritmos danzables su convincente mensaje: venid a vernos, acudid a nosotros, tenemos tanto para ofreceros… Esta vez el pretexto ha sido Anton Bruckner, un compositor del que a lo largo de 2024 se conmemorará su bicentenario en todo el mundo civilizado.

La orquesta y su director, Christian Thielemann, durante el concierto de Año Nuevo

La orquesta y su director, Christian Thielemann, durante el concierto de Año NuevoEFE

El antiguo organista del monasterio de san Florián dista mucho de encandilar a las masas, incluso espanta a algunos melómanos, que lo consideran algo indigesto. Sus sinfonías son como recios acantilados que se elevan hasta el infinito en busca de la luz que provee ese Creador al que consagró toda su obra, con humilde, paciente y serena entrega. La rocosa solidez de su estructura, a través de esas poderosas líneas arquitectónicas a veces inabarcables, largamente sostenidas en compases elaborados sin premura, puede resultar espesa a los paladares que eligen asomarse a la vida solo con las efímeras burbujas de un Aperol Spritz.

Thielemann, acreditado «bruckneriano»

Tratándose de Bruckner, y sobre todo de fomentar el turismo cultural, los filarmónicos vieneses, que no se atienen a ninguna sugerencia más que a la autoridad que emana del genuino talento, sin atender a perentorios reclamos de las modas (pongan ya a una directora en su esperada cita para poder ir con los tiempos, les critican), eligieron al más acreditado bruckneriano de nuestros días, Christian Thielemannn, para el que los habituales cultivadores de la hipérbole denominan como «el concierto de los conciertos».

Imagen de los espectadores en el patio de butacas

Imagen de los espectadores en el patio de butacas

Volvía Thielemannn al Musikverein (ya casi como una salita de casa a fuerza de presentir el aroma de sus profusos arreglos florales), donde en los últimos años, con la misma orquesta, había culminado la grabación de una espléndida integral de las sinfonías brucknerianas que precisamente acaba de salir al mercado. (Oh casualidad, los filarmónicos no dan puntada sin hilo). Fruto de sus asiduas colaboraciones, donde se tejen este tipo de serios compromisos que nada tienen que ver con las cuotas, la agrupación ya le había confiado la dirección del concierto de Año Nuevo en 2019, saldado en aquella ocasión con éxito relativo, puesto que el alemán suele anteponer la profundidad a la brillantez.

Un momento del Concierto de Año Nuevo 2024

Un momento del Concierto de Año Nuevo 2024EFE

¿Aprendió algo Thielemannn de aquella primera experiencia? Eso pertenece a su fuero interno, en lo exterior, en los gestos y los detalles, en esta nueva, segunda aparición no se apreciaron cambios significativos: quizá en algún momento pudiera aparecer algo más suelto y sonriente para la tele (en el ensayo general dicen que apenas ensayó una mueca, manteniéndose fiel a su carácter imperturbable), pero en general, genio y figura, ejerció de «kapellmeister». Maestro de capilla se solía denominar a antiguos directores, formales y rigurosos, adquiriendo esta denominación, a veces, un cierto sentido peyorativo. Funcionarial, soso, precavido, austero… quizá rutinario. A Thielemannn no sólo parece molestarle, orgulloso, reclama para sí mismo el título. «Soy el kapellmesiter de la Filarmónica vienesa», ha dicho.

Nadia Calviño entre el público

Nadia Calviño entre el público

La primera parte del concierto transcurrió como un leve soplo, más parecido a un trío de Haydn que a alguna de las caudalosas codas bruckerianas. Sin gran entusiasmo por parte del público (entre los asistentes nos pareció apreciar la sonrisa de la liberada sindical Nadia Calviño), la cita arrancó algo mustia: el programa contenía pocas de las auténticas delicias vienesas, y los «bombones» resultaron quizá demasiado cargados de un licor espeso, escasamente vigorizante. Por contra, en las polcas, el maestro aceleró los tiempos, mostrándose a galope tendido en un preciso ejercicio de virtuosismo orquestal. Quienes se temían un «hämchen» en lugar de un «schniztel», se quedaron con las ganas.

Dulzura y melancolía en los valses

Después del descanso con ideales estampas campestres sostenidas por la solemnidad de la música bruckneriana, Thielemann logró recrear esa sutil mezcla de dulzura y melancolía que contienen los valses, y que, en ciertos casos, con una batuta atenta pueden fácilmente adquirir la reveladora talla de poemas sinfónicos en miniatura. No en vano el más dotado de los Strauss, Johann, fue admirado por todos los grandes compositores de su época como genial orquestador.

Imagen de la orquesta

Imagen de la orquestaEFE

Recordando ahora su presencia de 2019, lo que se pierde en elasticidad, exuberancia y fantasía se gana con este director en hondura expresiva. Es cierto que el sobrio maestro berlinés no posee quizá el fraseo, el secreto de la cantabilidad de un Muti; la sugestiva transparencia del añorado Jansons, ni la gracia alada o la elegancia gestual de los insuperables Kleiber y Maazel. Pero en cambio, sus lecturas de las obras más enjundiosas desde un punto de vista musical, como Delirios, de Josef Strauss, o el Vals de Ischl, de su hermano Johann, obra póstuma incluida aquí por primera vez, fueron recreados maravillosamente, con un sonido cálido y sedoso, ejemplar empleo del rubato y notables efectos dinámicos. Todo ello se reiteró en la suntuosidad de El Danubio azul, expuesto con profusión de matices, paladeado con auténtica delectación. La respuesta de la orquesta fue, como siempre, apabullante.

El año próximo regresará el octogenario Riccardo Muti, en su sexta comparecencia, todo un récord. En Viena no parecen gustar demasiado los experimentos.

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