Masaaki Suzuki descifra el mensaje universal del 'Paulus' con la Orquesta y Coro Nacionales
El gran especialista japonés de la música barroca dirige a la OCNE, este fin de semana, en el oratorio que Felix Mendelssohn consagró a Saulo de Tarso
¿En qué podrían parecerse uno de los principales representantes del romanticismo musical europeo y el gurú de la música barroca en Japón? El hilo de Ariadna que los uniría bien podría ser su devoción compartida por J. S. Bach y, a partir de ahí, la similar entrega a la hora de difundir el mensaje universal contenido en la obra del cantor de Santo Tomás. Por eso no resulta ninguna sorpresa que en su segunda comparecencia en las recientes temporadas de la Orquesta y Coro Nacionales de España, Masaaki Suzuki haya elegido presentarse este fin de semana, en Madrid, con el Paulus, el primero de los oratorios de Felix Mendelssohn (en su anterior cita, de 2018, había debutado con el otro, el Elías). Los tres conciertos previstos de esta pieza para viernes, sábado (19.30h) y domingo (11.30h) en el Auditorio Nacional, contarán además con la participación de la soprano Camilla Tilling, el tenor Benjamin Bruns y el bajo-barítono Christian Immler como solistas.
La «gran causa bachiana»
A Mendelsshon se debe en buena parte el renacimiento de Bach en el siglo XIX, que sirvió para volver a poner el foco esencial sobre la imperecedera genialidad de obras como sus pasiones, que el joven compositor alemán contribuyó a rescatar como nadie de un injusto olvido. Aunque a Barenboim le guste afirmar que sin él la historia de la música apenas sufriría, lo cierto es que resulta suficiente su entrega y fidelidad a la gran causa bachiana para justificar su importancia (más allá de que el aserto del director bonaerense suponga un exabrupto). La histórica interpretación que ofreció de la Pasión según Mateo en Berlín (fueron dos conciertos, el 11 y el 21 de marzo de 1829), con apenas veinte años, sirvió como impulso necesario para que la música de su admirado compositor volviera a interpretarse con más asiduidad y atención.
Su creciente influencia en los medios musicales sirvió además para que las grandes creaciones del cantor se escuchasen más allá del ámbito reducido de los recintos reservados al culto. Desde luego, los 400 efectivos sólo de coro que el también director (de los primeros y de los mejores, según las crónicas) requirió para la ocasión del reestreno de aquella Pasión reclamaban ya una amplia sala de conciertos. Y ese fue uno de los principales propósitos de tan eficaz paladín, descubrirle a su amado ídolo al gran público, aunque para ello fuera preciso hacer algunos «pequeños» arreglos en sus partituras, esos mismos que los cultivadores del historicismo musical ya se encargarían luego de expurgar convenientemente.
Suzuki, el mar y su descubrimiento de Bach
Con uno de estos expertos, entre los más reconocidos, practicantes de las corrientes empeñadas en limpiar el polvo tantas veces acumulado en las partituras de los primeros grandes compositores, Ton Koopman, estudió Masaaki Suzuki. Hasta su aula holandesa se desplazó cuando tuvo claro que deseaba dedicarse a profundizar en la interpretación de la música barroca, y de Bach en particular. Por algo el entonces clavecinista y organista japonés había nacido en Kobe que, como ciudad japonesa portuaria, siempre había permanecido atenta a las ideas, corrientes y creencias de lugares remotos llegadas hasta allí por mar. Aquella estimulante apertura había sentado las bases de un exiguo cristianismo en el país, discreto pero relevante por su influencia.
El conocido Bach Collegium Japan sale todos los años en peregrinación a recorrer el mundo
Como creencia religiosa más extendida nunca llegaría a cuajar (sólo concierne al 3% de la población total de ese país), pero entre los escasos cristianos de origen nipón se encontraba la familia de Suzuki. De ahí que, frecuentando la iglesia desde niño, en el futuro director comenzase a cristalizar su profundo amor por Bach, al tocar él mismo algunas de sus obras en el desvencijado órgano que allí había. Como todos los grandes idilios, al principio aquel encuentro resultó un deslumbramiento inicial que luego iría desarrollándose a fuego lento hasta convertirse en la primordial razón de su vida. Después de su imprescindible periplo europeo, con la férrea voluntad del misionero, comprendió que debía regresar a su país para enrolar a cuantas más personas pudiese en la difusión del mensaje fundamental de Bach; así como en la interpretación de la música barroca, que entonces aún debía interesar poco por allí.
Primordial fruto de ese empeño ha sido el conocido Bach Collegium Japan, institución que desde 1990 integra un coro y una orquesta con los que este hombre enjuto y melenudo, de sonrisa tan amplia como acogedora, sale todos los años en peregrinación a recorrer el mundo, cuando no lo reclaman también, pero él solo, orquestas como la Filarmónica de Los Ángeles (con la que acaba de debutar), o los propios conjuntos españoles. En una de estas salidas que en parte financia el propio estado japonés, la pasada temporada visitó con sus huestes el Auditorio Nacional, donde ofreció una memorable lectura de ese monumento de la cultura occidental que es la Misa en si menor de J. S. Bach.
Imbuido de su propia admiración por Bach, pero también por su profundo conocimiento de las obras de Händel, hacia 1832, Mendelssohn se propuso componer un oratorio. Nunca en su vida sintió inclinación por la ópera, aunque dejó algunos apuntes sobre la creación de un posible título lírico que no llegaría a cuajar. En cambio, sí le interesó el género que tanto provecho, fama y reconocimiento le había proporcionado a Händel en Inglaterra, una suerte de ópera sin puesta en escena, ni vestuario ni decorados sobre un tema religioso que, además de la orquesta, se sirve ampliamente del coro y de varios cantantes como solistas, e incluso hasta de un narrador.
La creación de 'Paulus' y sus detractores
En 1836 estrenó en Leipzig, la ciudad de su creador de cabecera, el Paulus, que como el mismo título parece indicar recorre la vida de Saulo de Tarso, luego San Pablo. Durante cuarenta y cinco números que superan las dos horas, se explaya en los episodios fundamentales de la vida del llamado Apóstol de los gentiles, desde el martirio del diácono Esteban o su conversión en Damasco hasta situarlo como uno de los primeros artífices de la expansión del cristianismo. Wagner lo tachó de superficial. Aunque es de sobra conocida la tirria que le tenía a su colega: por sus orígenes burgueses (pertenecía a una influyente, acaudalada familia de banqueros), su esmerada educación y la influencia que llegó a ejercer en las principales instituciones musicales alemanas (a cuyo desarrollo contribuyó en gran medida con sus novedosas iniciativas).
A partir de ahí, el Paulus, como buena parte su música, sufrió de toda suerte de ataques. Los peores surgirían de un nada oculto antisemitismo. La familia de Mendelssohn, de origen judío, decidió convertirse cuando sus principales integrantes se dieron cuenta de que en Alemania no eran muy bien vistos. Por ello el crítico norteamericano Paul Ronsefled, entre otros ilustres como Bernard Shaw, llegó a sugerir que el compositor no era más que «un esnob judío que intentaba introducirse en la sociedad cristiana utilizando como pasaporte partituras religiosas».
Un romántico que se sentía a gusto en el molde del clasicismo
Bueno es conocer la historia, de lo contrario los musicólogos verían peligrar su influencia. Pero lo realmente positivo de volver sobre una obra como este oratorio ahora, casi dos siglos más tarde de su creación, es que todas estas polémicas han remitido ya, al menos en lo que respecta a sus protagonistas (el antisemitismo continúa aún vivo entre nosotros, y hay quien hasta quiere prohibir que Israel compita este año en el Festival de Eurovisión, una cita «musical»). Por encima de cualquier otra cuestión, el escuchar hoy el Paulus sin prejuicios, si no permite asegurar aquello que Listz pronunció refiriéndose a Mendelssohn, «Bach redivivo» (ni falta que hace), nos acerca en cambio a la afirmación de Paul Casals sobre este autor: «Un romántico que se sentía a gusto en el molde del clasicismo». Eso en lo puramente musical, la estructura.
El mensaje espiritual que une a un japonés y a un alemán
Y sí, aunque haya quien pueda juzgarlo insincero o interesado, consecuencia quizá de ese deseo de integrarse en una sociedad intolerante e hipócrita que rechazaba sus orígenes, si se hace realmente el esfuerzo, en esta partitura puede llegar a percibirse algo que prevalece sobre el resto de esas otras posibles implicaciones. En sus dos oratorios, también en este primero, se aprecia la íntima voluntad de Mendelssohn de promover el posible encuentro de sus oyentes en una instancia superior capaz de fomentar la armonía, la convivencia, el entendimiento universales. Una idea que puede asimilarse con la experiencia religiosa. Ese mismo mensaje con el que Suzuki también ha procurado, durante su vida de admirable consagración a la difusión del claro y directo mensaje de Bach (en su propio país pero también en el mundo), elevar a las personas, hacerlas mejores. La conexión entre el compositor alemán y el director japonés, más allá de Bach, parece evidente.