El gran homenaje a Victoria de los Ángeles no lo fue tanto
El largo concierto programado por el Teatro de la Zarzuela para rendir homenaje a la histórica soprano española, al año siguiente de su centenario, no convence
El gran homenaje a una de las figuras más relevantes de la historia de la interpretación musical en España aún continúa pendiente. Lo que acaba de ofrecer ahora el Teatro de la Zarzuela pudo considerase como un apunte o ensayo, como tal, susceptible de cambios, mejoras y arreglos. El público asistente, con ganas tanto de rendirle imprescindible tributo a Victoria de los Ángeles como de disfrutar con las actuaciones programadas seguramente apreció la buena intención, respondió con calidez a las intervenciones de los artistas convocados (en unos casos más en que otros), disfrutó con algunas de las inocentes imágenes caseras que la propia soprano solía grabar durante sus viajes, pero terminó pidiendo la hora.
Al final, el comentario más extendido entre la concurrencia señalaba que a alguien se le había ido la mano con la duración del concierto. No opino lo mismo. En realidad, se quedó muy corto. Lo escribí el año pasado cuanto tocaba recordar a la cantante catalana, pues fue entonces cuando realmente se cumplió el centenario de su nacimiento. La artista de impecable y gloriosa trayectoria internacional, que llevó la música de su país por el ancho mundo, bien se merecía una gala como las que el Met neoyorquino (donde, por cierto, estos días le dedican una exposición con varios de los vestidos que lució en aquella casa) sabe poner en pie en ocasiones semejantes, pero no un remedo voluntarioso.
Otra gala habría sido posible
En realidad, todo el programa de esta velada hubiese servido como primera parte de un auténtica gala-homenaje, con ligeros ajustes en las obras escogidas y por qué no, también en varios de los intérpretes. Podía haberse organizado durante un fin de semana. Por ejemplo, un sábado, lo que además hubiera propiciado que acudiese público de otros lugares (sus admiradores aún son legión, no solo aquí; incluso casi más fuera).
De 11.00 am a 14.00 pm se llevaría a cabo la primera parte musical, centrada en la música española. La actividad concertística se reanudaría por la tarde, a las 17.00 pm, hasta las 21h. Durante esas tres horas de intervalo, el teatro no permanecería cerrado. En ese tiempo se podría visitar, en el interior de sus dependencias, una exposición de vestidos y programas de actuaciones (el propio coliseo tiene editado uno de un concierto suyo en compañía del gran Nicolai Gedda) de Victoria de los Ángeles, mientras en la propia sala se aprovecharía el tiempo proyectando imágenes de actuaciones de la cantante, junto con testimonios grabados para la ocasión de artistas (ayer todo se limitó únicamente a la lectura de una carta laudatoria del desaparecido Rafael Frühbeck de Burgos) que la conocieron y actuaron con ella.
De las escasas declaraciones que dejó en sus últimos años, llega a desprenderse que no se sentía suficientemente valorada en España, su tierra.
En la segunda parte, el programa ofrecería un catálogo lo más amplio posible del repertorio operístico de la diva discreta, conformado por arias y números de conjunto (dúos, tríos, cuartetos, …). Para ofrecerlo se invitaría a los principales cantantes españoles e internacionales de hoy, sin dejar de contar con los históricos. Se procuraría la asistencia de los Domingo, Aragall, Carreras, Pons, … , invitándose además a las familias de los ya desaparecidos: Kraus, Caballé, Berganza (ayer me pareció ver a Cecilia Lavilla entre el público).
¡Qué exageración, qué exceso!, me dirán… Bueno, eso es lo que humildemente creo que aún se merece una artista de la talla de Victoria de los Ángeles. Algunos apelarán a la discreción con la que la soprano desarrolló toda su inmensa carrera en los principales escenarios internacionales para señalar que ella quizá hubiese preferido algo más sencillo, menos sofisticado y glamuroso. De las escasas declaraciones que dejó en sus últimos años, teñidas de una cierta, apenas disimulada amargura, que iría más allá de sus propias miserias personales, de esa dureza con la cual la vida suele ensañarse en lo seres más delicados, nobles y bondadosos, llega a desprenderse que no se sentía suficientemente valorada en España, su tierra.
Una artista inmensa, casi ignorada en su país
Y razón no le faltaba. Aquí se le despidió casi como un fantasma, mientras su grandeza aún no ha sido del todo reivindicada como se merece, a la altura de sus enormes logros en una época en la que salir casi de la portería de la Universidad de Barcelona y convertirse en la primera española en actuar en Bayreuth por deseo expreso del nieto listo de Wagner, Wieland, significaba algo así como para un norteamericano llegar a poner un pie en la luna.
Y desde luego no ha ocurrido ahora como en aquel bochornoso homenaje que el Teatro Real dedicó a Alfredo Kraus tras su fallecimiento, concluido en un grotesco escándalo (este año se conmemora el 25 aniversario de la desaparición del tenor canario, una buena oportunidad para saldar la deuda con otro gigante), pero lo que ha ofrecido La Zarzuela (sin la presencia de ningún representante de las principales instituciones públicas, que se sepa) ha quedado un poco soso, escasamente preparado y, a ratos, hasta algo chapucero.
La denominada Orquesta Sinfónica Victoria de los Ángeles sonó muy pobre, falta de precisión y empaste
El precario programa consistía en una hoja volandera sin referencias biográficas, hubo problemas en la proyección de algunos vídeos, el atisbo de puesta en escena resultó desangelado, triste y errático en su conjunto, salvo en la idea inicial de la evocación del espíritu de la artista a través de su inconfundible voz prestada a uno de sus personajes de referencia, la Melisande de Debussy…
Quedaba la música… La denominada Orquesta Sinfónica Victoria de los Ángeles (otro error o agravio: no disponer para la ocasión del propio conjunto del teatro, al que se le supone afinidad con el repertorio escogido) sonó muy pobre, falta de precisión y empaste, además de descompensada, con una cuerda raquítica de afinación no siempre precisa. Su director, Pedro Pardo, dio lo mejor intentando evitar descuadres en la concertación con los cantantes, lo que no siempre se logró con algún final concluido en pifia. Su labor, en cualquier caso, resultó muy meritoria teniendo en cuenta la variedad de estilos, la profusión de obras, desde Mozart hasta Montsalvatge. En el raquítico programa no hubo mención alguna acerca de la autoría de algunos de los arreglos de varias de las piezas.
Lo mejor de todo, los cantantes
No parecía que el espectáculo se hubiera beneficiado de intensos ensayos, lo cual siempre resulta peligroso en un programa de esta extensión. Pero aquí hay que decir que los cantantes invitados, muy implicados, y en algunos casos podría decirse que hasta un poco cohibidos (los más jóvenes), como si se sintieran vigilados desde el más allá por la homenajeada, se entregaron a fondo. Hubo un poco de todo entre ellos, siendo lo más interesante el fraseo ardiente, matizado que aún retiene José Bros (aclamado en «No puede ser»), la musicalidad proverbial de Nancy Herrera, la expresividad y delicadeza al servicio del precioso instrumento de Carmen Solís, el arrojo de Miren Urbieta y Airam Hernández, la desenvoltura escénica de Mariola Cantarero y Mercedes Gancedo, el oficio de David Menéndez y la intención en el decir de María José Montiel. Todos fueron recompensados por el público, incluso con algún encendido bravo en los números más populares.