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El líder de Nirvana, Kurt Cobain

30 años sin Kurt Cobain, el joven acomplejado que se convirtió en el más popular del instituto para siempre

El 5 de abril de 1994 el líder de Nirvana, estrella absoluta de la música a su pesar, se disparó con una escopeta en la cabeza a los 27 años incapaz de convivir con el éxito

Todo el mundo adoraba a Nirvana. Fue desde el principio: a los tres jóvenes, sobre todo su líder, Kurt Cobain, que fueron el tiro de la carreta del grunge, aquel género musical apagado, la quintaesencia entonces del underground, a pesar de nacer en Seattle, la ciudad esmeralda. La voz esplendorosa de Chris Cornell (otro suicida posterior) ya se escuchaba por allí. Soundgarden, su banda, era una institución como aquellos pilotos de pruebas arraigados igual que cactus en la base aérea de Edwards, en pleno desierto de Mojave.

Esos pilotos iban a ir a la luna, pero al final no fueron del mismo modo que no fueron Soundgarden o Alice in Chains o incluso Pearl Jam. Quienes fueron a la luna fueron los Elegidos para la gloria, el título que le pusieron en español a The Right Stuff, la novela de Tom Wolfe, que también fue película, sobre los primeros astronautas estadounidenses. A la luna fue Nirvana por encima de todos los demás. El éxito de Nevermind, el segundo álbum de Nirvana, de 1991, hizo que Guy Picciotto, el líder de Fugazi, otra banda de Seattle, asegurara que fue como si su propio disco hubiera sido el meado de un vagabundo en el bosque.

Precisamente un vagabundo en el bosque es casi lo que parecía Kurt Cobain, el ídolo salido de la marginación que hizo de su rareza, de su vida difícil expresada en su música y sus letras una caja registradora que tintineaba sin cesar. Para entonces Cobain ya estaba hastiado y decía que la verdad estaba en el grunge primigenio de hacía tres o cuatro años antes del bombazo de Nevermind, antes incluso de que en 1989 Nirvana publicara su primer disco en la mítica discográfica Sub Pop (los estudios Sun del grunge), de nombre Bleach, que empezó a poner a aquel clásico raro, al clásico perdedor de las películas de instituto de los 80 en el candelero, sin que tuviera que recurrir a juntarse con los populares.

Eso fue una revolución cultural salida casi por sorpresa desde la entonces todopoderosa cadena de televisión MTV. Smells Like Teen Spirit, el primer sencillo, explotó y lo dejó todo perdido. No era heavy, no era punk, no era rock, pero se parecía. Y además era melódico. Se podía percibir una suavidad encantadora entre el ruido y los gritos: era el alma sensible y castigada del niño Cobain, de los suburbios de Aberdeen, que se hacía notar inevitablemente a pesar de la furia.

Todo eso llegó hasta la cima del rock construido por un joven acomplejado que se ocultaba de las miradas. El chico del instituto que comía en una mesa solo. Pero resultó que no estaba tan solo. Millones de jóvenes se identificaron con él y el mundo descubrió que la juventud estadounidense no era tan feliz como parecía, aunque tampoco tan infeliz como el desgraciado Kurt. Cobain puso Seattle en el mapa y también a toda su música. El grunge era el nuevo rock impulsado por un desarraigado, por un joven destruido que se convirtió en estrella a su pesar y que allí en el universo insondable donde le colocaron para brillar se sintió aún más solo en la insoportable atención mediática, en la destructiva relación con Courtney Love, madre de su hija, todo ello agravado por el consumo de drogas para paliar su sufrimiento.

Dos días antes de morir compartió un vuelo con Duff McKagan y el bajista de Guns N' Roses le vio tan deprimido que quiso invitarle a su casa. En cuanto llegaron a su destino, Seattle, Cobain aprovechó el revuelo de los fotógrafos para escabullirse como había hecho toda su vida. Esta vez fue la penúltima escapada antes de la definitiva, cuando se convirtió penosamente en el más popular del instituto. Y además para siempre.