Las sevillanas bíblicas: un género insólito
En vísperas de la Feria de Abril, quiero comentar un género que me parece realmente singular, las sevillanas bíblicas
Muy poca gente desconoce, en España, lo que son las sevillanas: un cante y baile popularísimo, alegre, festivo. Según Tomás Andrade de Silva, en la clásica Antología del cante flamenco (1958) de Hispavox, su música coincide, en el ritmo ternario, con las seguidillas manchegas, que se remontan al siglo XVI. Coinciden también en la métrica de las coplas, de 4 versos: de 7 sílabas, 1º y 3º; de 5 (pie quebrado), 2º y 4º.
Algo menos conocidas, fuera de Sevilla, son las sevillanas corraleras (o, simplemente, corraleras), nacidas en las corralas de vecinos, especialmente las de Triana. Se caracterizan por su ritmo, mucho más rápido: mantienen viva la raíz popular, frente a la estilización de las sevillanas «de academia», que corre el riesgo de derivar en cierto amaneramiento. Los temas de las corraleras son los lógicos, en esas reuniones populares: amoríos, piques, bromas. Muchas veces se acompañaban con instrumentos muy sencillos, como el almirez, la pandereta y los palillos.
Hasta hace poco, no me había fijado yo en otra variedad de sevillanas que me parece curiosísima, las bíblicas: tratan de temas de la Biblia, desde una óptica popular, que incluye el paralelismo con la vida cotidiana (los noviazgos, por ejemplo) y, muchas veces, una moraleja, que comienza así: «Sirva de aviso…».
He podido escuchar varias de estas sevillanas bíblicas, grabadas por Paco Toronjo, uno de los pioneros del género, y por la refinadísima Niña de la Puebla, la misma que popularizó también los campanilleros. Señalo algunos ejemplos de sus letras.
La historia de Sansón y Dalila, que cuenta el Libro de los Jueces, ha dado lugar, en la música culta, a versiones de Rameau (con texto de Voltaire), un oratorio de Haendel (basado en Milton), Telemann y la muy popular ópera de Saint-Saëns (1877). Tengamos en cuenta que Sansón puede ser visto como un personaje negativo o positivo (para San Agustín, incluso, una prefiguración de Cristo).
Una sevillana bíblica condena a la seductora: «Dalila infame, – Dalila infame, – mientras Sansón dormía, – los hilos de la fuerza – supo cortarle. – Sirva de aviso, – sirva de aviso–, que, a mayor confianza, – mayor peligro».
Cuenta el Antiguo Testamento que Judit seduce y mata al malvado Holofernes. Lutero lo consideraba un tema muy apropiado para las tragedias. Sobre él escribió un oratorio juvenil Mozart, La Betulia liberata.
Utiliza el nombre de ese lugar, para uno de sus graciosísimos ripios, La Biblia en verso, de José María Carulla: «Con traje de tertulia – salió Judit del pueblo de Betulia». Se entiende que se engalanó así para seducir y luego degollar al temible Holofernes.
La sevillana bíblica deduce de esta historia una sabia reflexión, aplicable a cualquier pareja de enamorados: «Cuando la hermosa – Judit mató a Holofernes, – lo hizo con caricias, – no con desdenes. – Que las mujeres – dominan a los hombres – cuando ellas quieren».
Cuenta el Libro de Samuel que el joven David mató al gigante Goliat, convirtiéndose en un héroe, inmortalizado por Miguel Ángel, Donatello y Verrocchio.
Un sevillana bíblica usa su ejemplo para un piropo algo rebuscado: «Mató a un gigante, – mató a un gigante. – David, con una piedra, – mató a un gigante – y tú me estás matando – con tu semblante. – Que tu semblante – mata a cuantos te miran – que están delante».
Pero David, el sabio salmista, el profeta, cayó luego en el pecado, al contemplar la belleza de Betsabé y enviar a la muerte a Urías, su marido. Una sevillana bíblica lo presenta como ejemplo de enamorado: «La vio el rey David, – la vio el rey David. – A Betsabé, en el baño, – la vio el rey David. – No quedó tan prendado – como yo de ti».
Este pecado acarreó la venganza divina: Amnón, hijo de David, abusó de su hermana Tamar. Dio lugar esta historia a un romance que se hizo muy popular (también, entre los sefardíes): «Grandes males finge Amnón – por amores de Tamar. – ¡Harto mal tiene quien ama –, no ha menester fingir más!» Se detiene el poema en algunos detalles sensuales: «Como era veranito – subía en enaguas blancas».
En este romance se basa un precioso poema de García Lorca, incluido en el Romancero gitano, que lo transforma así: «Tamar estaba cantando, – desnuda por la terraza». Y concluye con rotunda teatralidad: «Y cuando los cuatro cascos – eran cuatro resonancias. – David, con unas tijeras, – cortó las cuerdas del arpa».
La historia trágica continúa: Absalón, el tercero de los hijos de David, decide vengar a Tamar, encarga a sus servidores que maten a Amnón, durante un banquete. Luego, como la sucesión parece reservada a Salomón, conspira contra la vida de su padre (es el tema de una obra de Tirso de Molina: La venganza de Tamar). Cuando Absalón huye de la batalla, es su hermosa cabellera, de la que presume, la causa de su perdición, al quedar enredada en las ramas de un árbol. Lo cuenta Calderón de la Barca, en Los cabellos de Absalón.
También, una sevillana bíblica: «De sus cabellos, – Absalón presumía – de sus cabellos, – que no le competían – ángeles bellos. – Sirva de aviso: – que sus cabellos fueron – su precipicio. – ¿Qué tuvo Absalón? – Por la mucha soberbia – de la rama del árbol – colgado quedó–. Le sucedió así – por haber destronao – a su padre David».
También se asoman las sevillanas bíblicas al Nuevo Testamento. Por ejemplo, al milagro de la resurrección de Cristo: «Voy preguntando, – voy preguntando–, por el sepulcro, – donde entierran a un hombre – que murió amando».
La pregunta que se plantea es cómo conocía estas historias de la Biblia un autor de letras de sevillanas. Llegan algunos a suponer que influyó en esto la cultura de los judíos, que, al ser expulsados de Sevilla, marcharon a Huelva y, de allí, a Portugal.
No conozco yo la respuesta pero me parece más probable atribuir este conocimiento a la gran tradición de nuestro romancero, una de las joyas de la cultura hispánica. A eso pudieron unirse la influencia de los sermones y de la enseñanza de la historia sagrada.
Me temo que, hoy en día, con la decadencia absoluta de nuestra educación, la inmensa mayoría de los jóvenes españoles no tienen ni idea de quiénes son Dalila, Judit, Holofernes, Absalón, Tamar y Amnón… ni de otras muchas cosas, más importantes, que estudiábamos, en el colegio, en la Historia sagrada y en La Biblia contada para los niños.
Además de tratarse de un género realmente insólito, las sevillanas bíblicas confirman dos cosas. Ante todo, la profunda compenetración que ha habido en toda la historia de nuestra poesía entre lo culto y lo popular. (Dámaso Alonso, mi maestro, lo ha subrayado muchas veces).
Por otro lado, la importancia decisiva que han tenido las raíces cristianas en la cultura española, por mucho que algunos ignorantes y sectarios pretendan ahora negarlas.