Una soberbia 'Creación' para recordar al fundador del Auditorio Nacional
La Orquesta y Coro Nacionales se lucieron en el encantador oratorio de Haydn como celebración del centenario de García de Paredes, su arquitecto
'La Creación' para honrar la memoria de un arquitecto, José María García de Paredes, en su centenario. No parecía una mala idea, y el público abarrotó este pasado fin de semana el Auditorio Nacional, uno de sus trabajos más conocidos, con esta obra maestra de F. J. Haydn interpretada en la temporada de abono de la Orquesta y el Coro Nacionales.
Ya se sabe lo que suele ocurrir con estos espacios, nunca llueve a gusto de todos. Del auditorio de Príncipe de Vergara se dijo en un principio que, en realidad, debería denominarse el Tanatorio Nacional por lo austero de sus líneas. De manera no menos maliciosa, cuando García de Paredes abordó el Palau de la Música valenciano a este recinto se le bautizó popularmente como el «Microondas»: la bóveda acristalada del foyer tiene indudable encanto, pero el inclemente sol levantino se beneficia de su estructura acristalada para achicharrar a los presentes en los días más cálidos, casi siempre. La polémica animó en su día tertulias culturales, cultivada por los medios, durante un época larga.
¿A gusto de todos?
No es nada extraño, pasa a menudo con casi todos los grandes nombres de la arquitectura en la actualidad. Algunos consideraron despectivamente como «escarabajos» las tres imponentes salas que convergen en el Parco della musica que Renzo Piano edificó a las afueras de Roma. Y Jean Nouvel decidió no asistir a la inauguración de su nueva Philarmonie de París porque, al parecer, no se habían respetado del todo sus indicaciones a la hora de materializarla. En cambio, de la Ópera de Abu Dhabi que proyectó Zaha Hadid, a principios de este siglo, no se conocen críticas internas, y si las hubo el responsable seguramente pasará el resto de sus días en alguna oscura mazmorra: la ventaja de trabajar para regímenes totalitarios.
Referencia cultural
En cualquier caso, y como señala Óscar Tusquets en su ameno libro Sin figuración, poca diversión, «en estas artes el apoyo de la representación viene sustituido por el de la función». Y los aficionados madrileños (como los parisinos y romanos), han logrado convertir a su Auditorio Nacional en una de las principales referencias de la vida cultural capitalina, un auténtico oasis en estos tiempos, con su rica y variada y oferta que lo mantiene abierto y vivo durante casi todos los días del año. Por eso ahora nos alegramos al recordar su fundación, en 1988, y lo celebramos casi con idéntico fervor y entusiasmo que el que Adán y Eva muestran ante el responsable de su recién estrenada dicha amorosa en el último tramo de 'La Creación'. El compositor decidió deliberadamente obviar la otra parte de su historia.
Este oratorio, cuya idea, Haydn tomó prestada del arrollador éxito que entre los ingleses disfrutaban los que allí presentó durante una larga temporada su colega Händel, es una de las obras más luminosas y geniales de este autor. Con el mismo, no sólo aspiraba a conectar con el público de un modo parecido al del responsable del 'Mesías' (lo logró con creces), si no que buscó congraciarse al tiempo con el Altísimo en una época por un lado feliz, puesto que su talento le había proporcionado una seguridad económica que le permitía componer sin agobios ni tutelas, aunque al mismo tiempo amarga: presentía que, poco a poco, pero con total seguridad, sus pasos comenzaban el imparable ascenso hacia la última morada. «Nunca fui tan devoto como cuando trabajaba en ‘La Creación’», dejó escrito.
¿por qué casi siempre se recurre a los de fuera en estas ocasiones?
Pasan los siglos y sigue asombrando la audacia de Haydn, fruto del extraordinario dominio adquirido por este músico acerca de los recursos de la orquesta, y de la depuración formal de su propio estilo, capaz de adaptarse a cualquier reto a la hora de plantear el tránsito que va desde el caos inicial de las tinieblas hasta ese fogonazo divino que desencadena la vida. El efecto resplandeciente de la luz («Und es war Licht!»), ese latigazo que nos inunda y transforma, aún resulta conmovedor. Su autor es capaz de plantearlo sin grandes rupturas ni efectos espurios, basándose únicamente en sus propios, sólidos conocimientos de la forma sonata, que él contribuyó a perfeccionar hasta su más elevada expresión a lo largo de toda una vida consagrada al estudio y la resolución de los problemas propios de visión de la música que aspiraba a la mayor sencillez (aunque por debajo las costuras revelasen una profunda concepción, todo lo contrario de la llaneza).
A Madrid volvía, ahora, un director de esos que no suelen concitar grandes titulares, pero cuya ejemplar trayectoria, siempre vinculada a conjuntos e instituciones del mayor prestigio (ahora mismo es responsable musical de la Ópera Estatal de Hamburgo), garantizan lecturas inteligentes, refinadas, magníficamente resueltas de un repertorio extenso y muy variado, que en su caso le acredita como uno de los esenciales divulgadores de los pentagramas de Oliver Messiaen, por ejemplo, a partir de sus interpretaciones de la monumental 'San Francisco de Asís'. Kent Nagano planteó aquí una versión equilibrada, sin soslayar algunas de las aportaciones del historicismo, pero sin renunciar tampoco a un sonido más caudaloso, acorde con las posibilidades de una gran sala sinfónica, y al frente de unos conjuntos modernos.
Fue una lectura solar que, a partir del esencial contraste del inicio, ese tránsito desde la nebulosa perdida en el infinito de los tiempos hasta el despertar terrenal donde se agota todo el posible el dramatismo de una obra esencialmente positiva, transcurrió serenamente hasta su conclusión. Con pulso firme pero flexible, que fue cobrando vida a partir de la prevista lentitud de la misteriosa introducción, puso de relieve la ingenuidad que la recorre, ese deseo de subrayar el inesperado despertar a todo cuanto es bello, con capítulos tan destacados como las descripciones del reino animal (magníficamente delineadas por los solistas de la orquesta), y las vigorosas exaltaciones de gratitud ante el Creador.
Haydn se sirvió fundamentalmente de Milton (autor de El paraíso perdido), sin meterse en abstrusas veredas: huyó de tentaciones, pecados y castigos para ensalzar, con esa gracia casi divina que, al parecer, según sus contemporáneos, emanaba naturalmente de su propia personalidad, el milagro de la existencia y su primordial hallazgo, el amor. Aquel impenitente, cultivado viajero que fue Charles Burney escribió acerca de él: «He tenido al gran Haydn, al que considero tan buena criatura como buen músico». Ambas cosas pueden claramente apreciarse en su 'Creación'. Una música que encanta, seduce y conmueve por la perfección de su factura al servicio de un mensaje sencillo, explícito, hondamente positivo, el agradecimiento por poder gozar del milagro de la existencia.
Estallido de aclamaciones
Nagano contó en su amable viaje con las alforjas adecuadas. La ONE se encuentra disfrutando de un excelente momento artístico, y volvió a acreditarlo con creces durante estas tres jornadas, resueltas con enorme éxito El público estalló en aclamaciones durante los saludos. Todo sonó ajustado para expresar el mensaje del autor: una cuerda tersa con el vibrato preciso; las notables contribuciones de la madera, con episodios aislados en los que brillaron varios de los solistas, y un metal que solventó los escollos que a veces entraña lograr siempre la afinación precisa empleando instrumentos naturales (hubo alguna pifia puntual que no empañó la labor del conjunto).
El coro estuvo muy bien empastado y con la debida presencia en los pasajes más contundentes, como los finales de cada parte. Buen trío de solistas, con un sobresaliente Christoph Pregardien (algo ya comprometido en las alturas, pero cuya clase tenoril se impone siempre por la calidad del fraseo); Marie-Sophie Pollack, que aportó la frescura de su ligera voz y la sensibilidad de la intérprete a los momentos más inspirados de la soprano, mayormente en sus encantadores dúos con el bajo, un Simon Bailey de instrumento sonoro, rotundo y expresivo, dueño de una estupenda dicción.
Aunque aquí cabe hacerle un pequeño reparo a los responsables de esta institución. Ahora mismo, tenemos magníficos cantantes, incluso jóvenes, en España, ¿por qué casi siempre se recurre a los de fuera en estas ocasiones? No es chauvinismo, si no una simple cuestión de eficacia: cuestan menos y sobre todo, en igualdad de calidades, resulta una obligación apoyar siempre que sea posible a los de casa. Hablamos de la Orquesta Nacional, sufragada entre todos.