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El director de orquesta Wilhelm Furtwängler

Cinco versiones de la 'Novena' de Beethoven para celebrar sus primeros dos siglos

La obra inmortal del compositor alemán, «una Marsellesa para la humanidad», mantiene intactas sus aspiraciones de una sociedad ideal, iluminada por la libertad y el amor

Un día como hoy, hace dos siglos, se estrenó en Viena la Novena sinfonía en re menor, opus 125 de Ludwig van Beethoven. Concebida bajo el influjo de una nueva época que aspiraba a dejar los liderazgos providenciales para abrazar el ideal de una sociedad fundada sobre el consenso de las mayorías, que contribuyera a una paz sólida y permanente, el compositor quiso despedirse de la gran forma sinfónica (cuyos límites él había contribuido a ensanchar con su audaz pensamiento musical), prestando su voz a las más nobles aspiraciones del hombre.

Los pilares de la nueva sociedad debían fundarse sobre la libertad y el amor, el entendimiento entre las personas. Empleada desde su puesta de largo con los más variados fines políticos, el mensaje de su autor, sin manipulaciones groseras, se mantiene incólume hasta nuestros días con idéntica hondura y fuerza en su idealismo.

La tecnología nos permite actualizar su mensaje con cada nueva escucha, siempre distinta siguiendo a Heráclito

Incluso allí donde no existen las condiciones materiales para su interpretación (requiere de una orquesta, un coro y cuatro excelentes solistas), la tecnología nos permite actualizar su mensaje con cada nueva escucha, siempre distinta siguiendo a Heráclito.

Aquí les proponemos cinco aproximaciones, por fuerza un empeño caprichoso, pero que seguramente proporcionará a quien se decida a escucharlas sin prejuicios, atentamente, un instante de dicha en medio de la zozobra de los días. Hay muchas más, por supuesto. Iguales e incluso mejores. Se trata de sugerir, jamás imponer. Buena escucha a todos.

Una ocasión para el resurgimiento del nuevo Bayreuth

Orquesta y Coro del Festival de Bayreuth. Wilhelm Furtwängler, director (1951)

Orquesta y Coro del Festival de Bayreuth. Wilhelm Furtwängler, director (1951)

Wilhelm Furtwängler dirigió la «Novena» casi un centenar de veces a lo largo de su carrera. Y al menos nos han quedado tres grabaciones. Solía reservarla para ocasiones muy especiales. Ninguna quizá tan relevante como la reapertura del Festival de Bayreuth, en 1951, tras los horrores del nazismo. En lugar de Wagner, se eligió a uno de esos grandes creadores del pasado más glorioso de su extraordinaria nación, cuyo espíritu, el compositor reivindica en «Los maestros cantores». Al director le costó aceptar la invitación familiar, y solo lo hizo cuando le aseguraron que el nuevo Bayreuth sería únicamente «de Wagner», y no el feudo exclusivo de Herbert von Karajan, su odiado antagonista y heredero en la Filarmónica de Berlín. Puede que en sus otros registros, Furtwängler lograra moldear mejor el sonido de acuerdo con sus intenciones y los recursos disponibles. Pero todavía hoy resulta imposible escuchar esta versión y no sentir ese escalofrío que supone saber que de haber triunfado el mal absoluto, la música escogida seguramente sería la misma.

Bernstein celebra la caída del muro

Varias orquestas y coros. Leonard Bernstein, director (1989).

Unos días después de la caída del muro se produjo otra interpretación de indudable calado simbólico. «Beethoven hubiera dado su bendición», afirmó Leonard Bernstein de aquel concierto celebrado primero en Berlín oeste, y luego en la otra parte recién redimida de sus captores. El evento se retransmitió por televisión a todo el mundo, incluidas las más de seis mil personas que, desafiando a las gélidas temperaturas de aquel diciembre optimista, se congregaron ante las pantallas gigantes situadas en la Puerta de Brandenburgo.

Para enfatizar aún más el sentido de aquel acto victorioso contra el totalitarismo, el director norteamericano decidió cambiar la palabra alemana «freude» (alegría), que Schiller empleó en su célebre Oda, por «freiheit» (libertad). La orquesta convocada reunió a músicos de conjuntos de EE UU, Reino Unido, Francia y Rusia, tocando juntos por primera vez. Un Bernstein ya enfermo (moriría casi un año más tarde), pero visiblemente emocionado, escribía para sí mismo a través de la música el más bello de los epitafios de una vida plena, consagrada a defender los valores liberales.

Karl Böhm se despide con un monumento a la belleza

El director de orquesta Karl Böhm

Filarmónica de Viena, Coro de la Staatsoper vienesa. Karl Böhm, director (1980)

También aquí queda reflejado el carácter testamentario de una obra en la que algunos compositores, incluido Richard Strauss, creyeron apreciar el final de la sinfonía como género musical, de la «música absoluta», afirmaba el autor de Salomé. ¿Qué más se podía decir ya…? El venerable Karl Böhm moriría apenas nueve meses después de ofrecer su última grabación.

Seguramente intuía su final y quiso legarnos su definitiva visión acerca de una obra que, con su himno universal, representa el anhelo de una sociedad ideal en la que el hombre es capaz de llegar a satisfacer plenamente todas sus inquietudes y esperanzas. Böhm parece no tener demasiada prisa por dejar este mundo, y al frente de una Filarmónica de Viena que responde fielmente a cada una de sus intenciones sin desmayo, respirando con él, ofrece una lectura demorada hasta el infinito, como si intuyendo la proximidad del desenlace se dispusiera a paladear cada nota y silencio para erigir, sin prisas, un ensoñador monumento a la belleza absoluta. A la grandeza del conjunto contribuye el lujoso cuarteto vocal: Jessye Norman, Brigitte Fassbaender, Plácido Domingo y Walter Berry.

Los dos perfiles del gran humanista Giulini

Filarmónica de Berlín, Coro Ernst Senff. Carlo Maria Giulini, director (1990)

Del humanista Carlo María Giulini cabría esperar quizá una lectura más mediterránea, pero en materia sinfónica no hay que olvidar que los directores italianos siempre suelen hacerse perdonar el pertenecer al país más hermoso del mundo, apuntando hacia el más sobrio norte. Como si la cuna del pensamiento profundo no hubiese tenido su origen, algo más cálido, precisamente en la sabiduría meridional, donde siempre aflora la ironía.

En esta versión, a ratos luminosa (el tercer movimiento compite en hondura y líricos destellos solares con las tres versiones antes comentadas), pero teñida de un general tono sombrío, palpitan precisamente las dos almas del maestro.

  1. Aún recuerdo la única vez que estreché su mano, la sincera amabilidad de sus palabras y puedo percibir, a través de la música, la bondad que emanaba del hombre, una suerte de santo laico de la música, dotado de una espiritualidad que confería a sus interpretaciones esa cierta dimensión trascendente.

El Beethoven despojado de poesía del fiero Szell

Orquesta de Cleveland y Coro. George Szell, director (1964)

Y ahora una interpretación que casi se da de bruces contra las anteriores. Frente al idealismo ascético de Furtwängler, la exuberancia de Bernstein, la placidez envuelta en volutas de delicado algodón de Böhm o esa mezcla de fuego y lirismo que caracteriza a Giulini, cruzamos hacia otra orilla en la que no hay espacio para la melancolía. El húngaro George Szell tenía un carácter de mil demonios, sus músicos le temían más que respetarlo, pero los resultados que logró al frente de la Orquesta de Cleveland durante los años de esplendor de la formación norteamericana fueron formidables.

George Szell

Con la perfecta maquinaria engrasada a su completa satisfacción, Szell ofrecía un sonido apabullante al servicio de un concepto de la música directo, esencial, objetivo, sin almíbares ni discursos elaborados. Su Beethoven resulta así como el retrato que tantas veces se ha ofrecido de este compositor, fiero, desmañado, huraño… y al mismo tiempo vertiginoso, natural, implacable.

El maestro te zarandea desde la exposición misma del caos para conducirte sin apenas un respiro (la intimidad poética del tercer movimiento casi prefiere saltársela) hasta la explosión del final, casi un reclamo, una arenga, en lugar de una celebración. Podrá gustar más o menos, pero la experiencia a nadie resultará indiferente.