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Mario de las Heras

Taylor Swift retumba en Madrid: el cuento de las princesas (y de los príncipes) de todos los colores

Para conducir el gran espectáculo fluyeron como riachuelos adolescentes unas pequeñas canciones poderosas en el espíritu de los «swifties»

Madrid Actualizada 01:32

Taylor Swiift durante su concierto en Madrid el miércoles 29 de mayoEFE

En el Santiago Bernabéu hasta el escenario de The Eras Tour parece pequeño, aunque depende desde donde se mire. Desde arriba no parecía gran cosa, y menos con la luz del día. Por la noche todos los gatos son pardos, pero no este espectáculo: una vía intravenosa de suero para el «swiftie» y una explosión extendida durante casi cuatro horas que deben tener a Bruce Springsteen pensando mientras se recupera de su afonía.

Sobre todo pensando que Taylor Swift entró al escenario metida en una caja empujada por un grupo de operarios como por las cocinas entraba Ray Liotta en Uno de los nuestros al restaurante, directamente a una mesa en primera fila. Realmente iba vestida como para ir del brazo de Ray Liotta: el body de pedrería para Miss Americana.

Todas las adolescencias

Dijo «hola» y «encantada de conoceros» y hubo un terremoto. Y luego dijo: «¡Madrid, bienvenidos a The Eras Tour!» y hubo socavones íntimos. No podía creerse que hubiera tanta gente y tan arriba. Se arrepentía de haber estado 13 años sin venir a España. Y luego ya aparecieron los bailarines, como desplegándose, muy coloridos. Media hora después ya se había cambiado. Eran las eras de Taylor Swift, Fearless, 2008, qué tiempos. Solo tenía entonces 18 años.

You Belong with Me, por ejemplo, es esa melodía conocida (aunque no se conozca) de toda adolescencia. Es como si Taylor Swift hubiera estado en todas las adolescencias de las últimas cinco generaciones. Cuando se volvió a cambiar y se puso la camiseta de la era Red, el sol declinante de Madrid se filtraba entre las lamas del Bernabéu como el mismo sol se ha filtrado siempre entre los rectángulos de las persianas de las habitaciones para anunciar un nuevo día. Pero casi lo que empezaba era el concierto, que siguió comenzando hasta el final.

Un momento de la actuación de Taylor Swift en el Santiago BernabéuEFE

Uno de los bailarines (de un cuerpo de una diversidad perfecta, no faltaba ninguna raza, ningún «género», ni ninguna complexión física) dijo «ni de coña» cuando tenía que haber dicho «never ever». Fue durante We Are Never Getting Back Together, otro canto a la nostalgia y al desamor de una mujer de 34 años que le dio su famoso sombrero a una niña antes de aparecer como Frozen en Speak Now, la siguiente era o la siguiente película de Disney con su voz de cantante de película de Disney.

Una película de Disney espectacular para el parroquiano y para el profano, todo sea dicho, a pesar o a propósito de la normalidad de la esencia de la artista. Una cantante íntima que insufla casi silenciosamente sus recuerdos en los recuerdos de sus fans y que aquí los hace estallar en fuegos artificiales. Era también asombrosa la rapidez con la que se cambiaba, casi imposible. Y los silencios de la artista, llenos de griterío contagioso y apabullante hacían hasta sonrojar a la cantante incrédula, como después de Champagne Problems, por las pasiones desatadas.

Llamas, poetas y canciones sorpresa

Vestida de motera para Reputation y de azul de la niña Brave para Folkmore, en ese bosque de abetos, en la cabaña y en el campo en medio de un escenario fotoeléctrico-LED. Los 10 minutos de All too Well habían contrastado antes con un chocante «¡Fuck the Patriarchy!», el guiño woke (en realidad hay muchos) que no podía faltar para contentar a todo el mundo, el gran objetivo del espectáculo. Ya había sonado Ready for It? y Delicate...

Luego se vistió de rojo y amarillo: «...por España, todo por España, ¡viva España, viva el Rey!«, dijo una vez don Juan ante la mirada acuosa de su hijo don Juan Carlos. Hubo llamas y también sitio para el último disco, The Tortured Poets Department. Llamas, poetas, las canciones sorpresa que son lo único sorpresa de un espectáculo conocido para el »swiftie», que aún así se extasía porque va con la intención de hacerlo, de recordarlo, de vivirlo. Es inexplicable. 45 canciones a un ritmo vertiginoso de emociones sin demasiados excesos vocales. Lo último fue Midnights en la casi media noche. Karma fue la última canción que se escuchó, y llevaba una liga. De Frozen al cabaret: son las eras.

Taylor Swift durante su concierto en MadridEFE

Taylor Swift no es Madonna, ni Lady Gaga, ni Beyoncé. Es la estrella de una suerte de US-pop que vino de Nashville. Es una niña que sueña en pijama por la noche y también una adolescente que va a la discoteca, y una cantante que toca el piano en su intimidad multitudinaria, y la guitarra y todo lo demás porque toca todo lo imaginable sin ser nada grandioso en realidad, casi solo tentacular en su mohín contagioso adolescente remozado y rediseñado y lanzado para gustar a todas las masas y a todas las almas humanas.