Bruce Springsteen entona su penúltima despedida y vuelve a hacer historia en Madrid
A sus 74 años, Springsteen cantó a la vida y a la nostalgia, ya consciente de que es The Last Man Standing, el último superviviente de todo lo que ya fue
Tejanos, camisa blanca, corbata y chaleco. Así volvió The Boss a Madrid ocho años después y así le recordarán las más de 50.000 personas que hicieron temblar el Civitas Metropolitano la noche de ayer. Una banda incombustible, la E Street Band, parecía que había conseguido detener el tiempo. Nils Lofgren se endosó un sombrero y una camiseta de los Knocks y aporreó con fuerza su guitarra. Steve Van Zandt, ataviado con su característico pañuelo en la cabeza y unas gafas al más puro estilo John Lennon, se mostró cómplice con su gran amigo Springsteen, a quien la voz se le resistió durante las primeras canciones. Van Zandt se lanzó al micrófono central en varias ocasiones y, mirando con dulzura a Bruce, le echó un cable en las notas más agudas.
El aire apretaba en el Metropolitano y Bruce cerraba con fuerza los ojos al entonar, fruncía el ceño y tanteaba su voz más de lo habitual. Cantó No Surrender como un himno desesperado a su vicio por seguir llenando estadios, como un salmo de resistencia. «Hicimos una promesa que juramos recordar siempre/ No nos retiramos, baby, no nos rendimos», pronunció, mirando al Cielo, quizá ya consciente de que es The Last Man Standing, el último superviviente de todo lo que ya fue.
Springsteen ya no se deja caer de rodillas en el escenario como antaño, pero mantiene intacta su vitalidad. Los años no pasan en vano y la nostalgia rodeó el recital del de Nueva Jersey casi desde los primeros momentos, con canciones como No Surrender, Nightshift o Letter to You. Esta última pertenece a su último álbum, lleno de matices y repleto de una sensibilidad que habla precisamente de la vejez, de la cercanía de la muerte.
Recordó a sus amigos en Ghost, aquellos que ya se fueron: Danny Federici, teclista de la banda, y el saxofonista Clarence Clemons, sustituido ahora por su sobrino, que toca el instrumento que le legó su tío como un amuleto, una piedra preciosa a la que mima en el escenario.
«Una tarde seguí a George hasta una fábrica». Allí, en una casita azul, Bruce Springsteen y George Theiss formaron su primera banda con tan solo 15 años. «Duramos tres años, que es toda una vida para un adolescente», recordó. Cincuenta años después de esa tarde, un cáncer de pulmón se llevó a Theiss de un plumazo. Esta muerte convirtió a Bruce Springsteen en el último miembro de aquella banda original, el último superviviente, The Last Man Standing, cuyos acordes sonaron ante la visible emoción del grupo y de las miles de personas que veneraban al rockero, solo en la oscuridad del escenario, acariciando con firmeza las cuerdas. Al finalizar los últimos acordes de este himno a la amistad, levanto la guitarra al cielo, como una especie de brindis a su amigo George.
«Cuenta la banda y luego acelera al máximo / Al final del concierto no dejamos a nadie vivo». Springsteen no podía fallar a sus amigos, y tal y como relata Ghost, al final del concierto solo sobrevivió la E Street Band. Y él, por supuesto. Los himnos se sucedieron poco a poco, todos enlazados, mientras la energía aumentaba en el estadio. Because the Night, She's The One, Wrecking Ball –con Soozie Tyrell al violín– o The Rising calentaron el ambiente para un final de fiesta épico.
Temblaron tierra y cielo en Born To Run, se encendieron todas las luces del recinto y chilló Madrid como nunca. «Tengo que salir mientras somos jóvenes / Porque vagabundos como nosotros nacimos para correr», reza la canción, y la juventud de espíritu se palpó desde cada rincón del estadio. De tanto en tanto, Springsteen dejaba caer la guitarra a su espalda, uno de sus gestos estrella.
El de Nueva Jersey se mostró cercano y cómplice con el público y, lejos de endiosarse en el altar de la tarima, bajó al barro de un Madrid que lo alababa a su paso. Es más, aunque sin poder contar con exactitud los minutos, se podría afirmar que pasó más tiempo bajo el escenario que sobre él.
Bobby Jean y Dancing in the Dark dieron paso a un Twist and Shout en el que Madrid bailó hasta hacer temblar la grada. «A mi casa no», gritó en castellano Max Weinberg desde la batería. La fiesta terminó al ritmo lento de I'll See You in My Dreams, himno melancólico que entonó con un único foco que apuntaba hacia él, el broche final del mito del rock que recitó su penúltima despedida a Madrid. «Gracias, Madrid. La E-Street Band os ama».