El Marquina ensaya soluciones para el problema de la ópera en Madrid
El teatro de Chueca propone un festival veraniego con versiones reducidas, y precios populares, de óperas como Rigoletto, Lucia di Lamermoor o La Bohème frente a la limitada oferta lírica de la capital
Que Madrid tiene un problema con la ópera ya lo habíamos comentado aquí mismo, en alguna ocasión anterior. Si realmente es cierto (y todo parece indicar que así está ocurriendo), que la capital se ha convertido en uno de los destinos predilectos de ese turismo que no repara en gastos, apreciando, más allá de la gastronomía, la hospitalidad o el clima, una rica y diversa oferta cultural, es preciso que esta última procure asimilarse a las de las grandes urbes internacionales para seguir atrayendo a esos turistas que desean poder disfrutar de un ocio de calidad.
La misma variedad y excelencia que se aprecia en las propuestas de los museos se echa en falta en las programaciones líricas, cuya atención recae de manera exclusiva, y solamente parcial, en los dos principales teatros de la ciudad, que no son ni mucho menos los únicos: el Real y la Zarzuela. Pero su modelo de programación, basado en un discreto número de producciones al año, de las que se ofrecen un cierto número de funciones repartidas, con suerte, en algunas semanas de cada mes, los sitúa muy lejos de poder competir con lo que ocurre al mismo tiempo en ciudades como Londres, París, Munich, Berlín, Nueva York o Viena.
Cuatro óperas de repertorio, en Viena, la próxima semana
Baste un ejemplo. Si un turista con una buena cartera, aficionado a la ópera, decidiera darse una vuelta por Viena la próxima semana, tendría la posibilidad de elegir (solo en la venerable Ópera Estatal, ya no hablamos de los otros recintos que también ofrecen este tipo espectáculos, como el coqueto An der Wien) entre los siguientes títulos: Salomé, Nabucco, Così fan tute y Falstaff, aparte de un par de funciones de danza.
Pero si, en cambio, la opción de disfrutar de uno de los grandes títulos de repertorio, servido con esa mínima calidad exigible que se le supone a los coliseos de referencia (y en Viena no todas las funciones resultan memorables, pero en el foso toca siempre la gloriosa Filarmónica de la ciudad), pasara por Madrid, el mismo turista tendría que hacer eso mismo… pasar de largo.
El Teatro Real se encuentra empeñado la próxima semana en una serie de citas destinadas al flamenco (lo cual puede resultar muy interesante, pero no tanto como disfrutar de este arte en el ambiente más propicio de un tablao). La Zarzuela, en cambio, si que acogerá el estreno de la reposición de una protestada producción de una de las obras maestras del repertorio ibérico, Doña Francisquita, debida a Lluís Pasqual.
Pero volvemos a lo mismo, es solo una opción (y de zarzuela, un género no muy conocido fuera de nuestras fronteras, a pesar del empeño de artistas como el hoy vilipendiado en su propia tierra, Plácido Domingo, por promoverlo), frente a cuatro títulos referenciales, si nos atenemos tan solo a lo que sucede por estos mismos días en la capital austriaca. El ejecutivo norteamericano, asiduo al Met, que se encuentre este próximo lunes en Madrid, a buen seguro conocedor de la sólida tradición de cantantes líricos españoles (desde la familia García hasta los Kraus, Caballé, Berganza, De los Ángeles…), se asombrará al comprobar que la única ópera en el horizonte del Teatro Real es Madama Butterfly…. prevista a partir del 30 de junio. Otra vez será, «my friend».
Una curiosa iniciativa para todos los bolsillos, en el Marquina
Por eso no deja de tener cierto interés, y valorar como se merece, la iniciativa que el Teatro Marquina está desarrollando en estas mismas fechas. El pasado miércoles, el pequeño coliseo, emplazado casi en los límites de Chueca, puso en marcha el denominado «Primer Festival de Ópera de Verano». Dicho así, el título puede resultar demasiado ambicioso, teniendo en cuenta la naturaleza y hasta el alcance de su oferta, pero desde luego resulta una idea que apunta claramente a las necesidades actuales de una gran ciudad volcada hacia la cultura. Más títulos, en menos tiempo.
Hasta el 7 de julio, el Marquina tiene previsto acoger varias funciones de tres obras con gancho más que evidente: Rigoletto, Lucia di Lammermoor y La Bohème. Y no, no se trata de las piezas completas: ni hay coro, ni orquesta en el foso, ni producciones rutilantes como las que pueden ofrecer otros recintos más adecuados a estos fines. Pero lo que allí se sirve bien pudiera valer como punto de partida para quien desee acercarse por primera vez al mundo de la ópera.
Porque, sobre todo, lo que se ha programado es fruto de una cierta ingenuidad revestida de audacia; mayormente del indiscutible amor por el género de un declarado operófilo, incapaz de traicionar sus esencias. Los montajes obedecen al empeño del hoy metido en tareas de director escénico, y conocido animador cultural, Emiliano Suárez, que en su día parió ese singular invento conocido como «Opera Garage», con el que ya ha logrado dar la vuelta a casi toda España, ofreciendo en espacios singulares, alternativos (almacenes, párkings, entornos industriales), esta especie de «óperas de bolsillo» realizadas siempre con una efectiva, habilidosa mezcla de pasión, pundonor y audaz administración de los recursos disponibles.
La familia de Plácido Domingo entre el público asistente
En la cita inaugural del Marquina, el público, entre el que se encontraban, mostrándole su apoyo a la iniciativa, desde algún miembro de la familia de Plácido Domingo hasta el actor y director Juan Echanove (puesto en pie al final de la función), pareció recibir con gran entusiasmo la propuesta de un Rigoletto reducido: noventa minutos de música, sin pausas, en los que se echa a faltar el primer cuadro, desencadenante de la acción, con la crucial escena entre el protagonista y el ultrajado Monterone.
Pero si se obvia este detalle esencial, seguramente fruto de la imposibilidad de contar con el coro, el resto de la obra fluye con naturalidad, permitiendo seguir la tremenda historia del bufón y su hija, Gilda, que aún continúa emocionando aunque el rostro del bufón se oculte ahora bajo el maquillaje grotesco del Joker (la caracterización tiene cierto tiene sentido, ambos son desubicados).
Salvo alguna inoportuna licencia que parece rendirle pleitesía a esa «nueva tradición» de los directores de escena por aportar detalles de su propia cosecha que casi siempre chocan con el sentido de la pieza original (aquí Gilda mata a Maddalena antes de ser asesinada, ella misma, por el Sparafucile), se impone de modo general el respeto a la creación verdiana, privilegiando el canto y resaltando esa intimidad que permite apreciar el desgarro profundo que en la vulnerada sensibilidad del jorobado se produce fruto de la complicada relación entre padre e hija.
El barítono Javier Franco, un bufón que da la talla con creces
De ahí que lo más destacado de esta función, muy aplaudida y hasta ovacionada en pie, al final, se encuentre (nada extraño) en los dúos entre Javier Franco, un Rigoletto humano y frágil, retratado con voz y medios de artista comprometido en la búsqueda de la justa expresión, adecuada a cada instante, sin excesos, y Ruth Terán, Gilda exquisita, algo apurada en la zona más aguda, de timbre ideal y estupendas maneras de actriz. Todo lo demás funcionó mejor y peor, teniendo en cuenta que los repartos se nutren no de las grandes estrellas cuyos nombres brillan en las marquesinas de los primeros teatros internacionales, si no de honestos profesionales, siempre entregados, con mayor y menor éxito en el transcurso de unas carreras que a veces dependen demasiado de la suerte. El nivel general resulta, en conjunto, más que digno y en ocasiones, como la de el citado Franco, equiparable a las de otros barítonos quizá de mayor renombre.
Mención de honor requiere Miquel Ortega, quien con su vasta experiencia y conocimiento logra sostener todo el entramado musical desde un piano que a veces obra el milagro de incorporar todos los colores de la orquesta, muy pendiente siempre de los cantantes.
Lo dicho, Madrid necesita más ópera… y para todos los públicos: el postinero que nos visita pero también ese joven, sin grandes medios, al que hay que atraer mediante precios razonables. El abono para estas representaciones de los tres títulos en el Marquina cuesta en total 60 euros, algo inimaginable estos días y que combate la cantilena de que la ópera es siempre muy cara.