Fundado en 1910
Alfredo Kraus durante una representación de Rigoletto en Madrid en 1989

Alfredo Kraus durante una representación de Rigoletto en Madrid en 1989GTRES

Veinticinco años después, los teatros se olvidan de Alfredo Kraus

Tal día como hoy, en 1999, fallecía tras una larga enfermedad el tenor canario Alfredo Kraus, considerado uno de los cantantes fundamentales del siglo XX, aunque no muchos parezcan recordarlo

El tópico suele afirmar que España sabe enterrar muy bien a sus grandes hombres: en la hora postrera, personalidades a las que durante décadas, quizá, no se les había prestado la debida atención cobran un último, inesperado relieve mediante una habitual catarata de panegíricos, prestos siempre a glosar las virtudes del finado y eligiendo desviar la luz sobre cualquier atisbo de sombra. Pero ahí suelen acabarse los tributos. Si este país entierra bien, olvida mejor.

Uno de los más grandes del siglo XX

Hoy mismo se cumple un cuarto de siglo exacto desde el fallecimiento de uno de los más importantes tenores del siglo XX, el canario Alfredo Kraus, y los ecos de sus glorias pretéritas parecen quedar ya tan lejanos como para que ningún teatro se haya decidido, ahora, a programar homenaje o recordatorio alguno con motivo de este singular aniversario. Desde la fundación que lleva el nombre del cantante, confirman que nadie, pero sobre todo ningún teatro, les llamó para proponérselo, y eso que hay aquí más de una institución con la que el artista mantuvo una relación especial a lo largo de su ejemplar carrera.

Porque aunque en vida se exhibiera habitualmente en los centros internacionales donde se forjan las auténticas trayectorias destinadas a ocupar un lugar en la historia, jamás se olvidó de sus orígenes: siempre volvía a casa, ya fuese Oviedo, La Coruña, Las Palmas, Sevilla, Aspe (localidad con la que desarrolló una peculiar relación), Bilbao o las grandes capitales.

Los olvidos de la Zarzuela, el Liceo y el Teatro Real

El último olvido apunta directamente al Teatro de la Zarzuela, donde se produjo su debut madrileño, en 1956, con unas históricas funciones de Doña Francisquita, y continúa por el Liceo de Barcelona, donde cada actuación de Kraus constituía más que un auténtico acontecimiento, una fervorosa celebración, un nuevo hito capaz de movilizar a sus seguidores como posiblemente no ocurriera con ninguno de sus otros colegas. Del Teatro Real no cabría esperar mucho, esa es la verdad, en vista del memorial de agravios: la Adriana Lecouvreur que se estrenará dentro de unos días contempla un recuerdo de los pasados días triunfales del tenor catalán José Carreras en el Teatro de la Zarzuela, donde llegó a cantar esa misma ópera. Pero en cambio nada para el canario.

Alfredo Kraus en 1988

Alfredo Kraus en 1988GTRES

Lo más lógico es que Kraus hubiese actuado en un par de títulos durante las dos primeras temporadas líricas del coliseo de la Plaza de Oriente, tras su reapertura en 1997. Sus responsables de aquel entonces nunca llegaron a encontrar ni el título ni la ocasión, y cuando se lo propusieron (unas posibles funciones de Werther) ya era demasiado tarde. De aquel lamentable concierto que el Real le organizó como homenaje, poco después de su fallecimiento, sólo permanece el aciago recuerdo del escándalo: con el entonces subsecretario de Cultura, Miguel Ángel Cortés, patéticamente refugiado en los ascensores del magno edificio para intentar escapar de las iras del público, al que se pretendió engañar prometiéndole la presencia de artistas que nunca llegaron a confirmar su aparición, como Luciano Pavarotti o Ramón Vargas, entre otros.

En los más prestigiosos recintos

En 2014, transcurridos casi quince años del aquel grotesco vodevil, el Real procuró reparar la afrenta a su memoria con otros dos actos, aunque en la práctica resultasen bastante anodinos. Como le ha ocurrido recientemente a Victoria de los Ángeles en su centenario, ninguno de los teatros de referencia ha mostrado interés en organizar esa gran gala, con los más importantes intérpretes de hoy, y sus alumnos destacados, que se merecería un artista de su talla, que representó siempre a su país obteniendo los mayores elogios y distinciones en los principales escenarios: La Scala milanesa, la Ópera de Viena, el Festival de Salzburgo, el Colón de Buenos Aires, el Metropolitan de Nueva York y los más prestigiosos de su, posiblemente, segunda patria artística, Francia.

El tenor español Alfredo Kraus

El tenor español Alfredo KrausGTRES

Las actuaciones de Alfredo Kraus en el Palais Garnier o la Opéra Comique parisinos, sobre todo durante los esplendorosos años 80, aún son recordadas por los aficionados galos como la muestra más elevada de la categoría artística del «mejor tenor francés» de la posguerra, según ellos, tan proclives a adueñarse del talento foráneo: al menos, resulta una manera de reconocimiento explícito superior, que entraña una admiración susceptible de ser equiparada con la envidia como deseo de algo que no se posee.

Su proverbial magisterio técnico, al servicio de la más depurada expresión, se materializó en el repertorio italiano

Si sobre todo al principio de una carrera iniciada en 1956, en El Cairo, su proverbial magisterio técnico, al servicio de la más depurada expresión, se materializó en el repertorio italiano, con inolvidables recreaciones de las óperas de Bellini, Donizetti y un puñado de títulos verdianos, la consagración posterior al repertorio francés (ejemplares, prácticamente nunca superadas, resultaron sus recreaciones de Romeo, Fausto, Nadir, el caballero des Grieux, Werther y Hoffmann) señaló para muchos la posibilidad cierta, no meramente intuida, de esa eternamente esquiva perfección.

Un modelo de elegancia y verdad interpretativa

Aún escuchando a Kraus hoy, a través de los preciados testimonios fonográficos que han quedado de sus actuaciones «en vivo», cabe afirmar que en todos esos roles citados (pero también en el duque de Mantua de Rigoletto y el Alfredo de «Traviata», que llegó a cantar con Maria Callas; el Fernando de La favorita, el Arturo de I Puritani, el Edgardo de Lucia ( de Lammermoor) o el Ernesto de Don Pasquale, a los que habrían de sumarse sus aportaciones en Marina y Doña Francisquita) resulta casi imposible hacerlo mejor, con esa combinación suprema de elegancia, pureza, musicalidad, fantasía y verdad.

Faltan tres años para que se cumpla su primer centenario. Quizá para entonces, los teatros españoles puedan encontrar ya un hueco

Por eso veinticinco años después de su desaparición, lo peor de todo no es seguir haciéndose a la idea de que ya nunca volveremos a verlo en un teatro para mostrarnos el camino verdadero, la conexión con los mejores valores del canto asociados a sus mismos inicios, si no comprobar que, al menos por ahora, ninguno de sus señalados epígonos se encuentra en aparente disposición, si quiera, de emularle ni remotamente. Faltan tres años para que se cumpla su primer centenario (nació en Las Palmas, en 1927). Quizá para entonces, los teatros españoles puedan encontrar ya un hueco en sus apretadas programaciones para rendirle alguno de los merecidos honores que estos días parecen destinar únicamente a Puccini.

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