Georgianos on my mind
Alemania no da miedo a una España sin techo que promete muchos años de emociones fuertes
Georgia es para casi todo el mundo una canción, siempre on my mind, o todo lo más un Estado, decisivo en las Elecciones americanas, aunque seamos mucho más de decir New Hampshire, Delaware o Wisconsin para simular que sabemos algo más que el común de los mortales sobre aquella tierra.
A saber, que hacen muy bien las hamburguesas, que son el imperio más benévolo de la historia y que padecen a un presidente que no sabe dónde tiene la cabeza pero dispone de autoridad para apretar el botón rojo nuclear. Para que luego nos quejemos de Sánchez.
Pero Georgia también es un país europeo, cuya máxima aportación a la humanidad fue el intento de cargársela gracias a su más ilustre compatriota, el bueno de Stalin, autor de una de las reflexiones más horribles de la historia, recordada por Martin Amis en Koba el terrible: «Un muerto es un drama, veinte millones, una estadística».
Ganar a Georgia puede ser tomado, así, con una venganza contra el genocida que relevó a Lenin o, por no incurrir en hipérboles tan típicas de la España sanchista, como un trámite para una Selección que aspira a todo y ya ha logrado la proeza de que todos sus jugadores sean conocidos por el gran público, algo que no ocurría desde el gol de Iniesta o la cantada de Arconada.
Pero los georgianos, un gentilicio con premio, no eran tan malos como su ancestro: ganaron a Portugal, con sus Biden de titulares, y pasaron de ronda en un torneo que no hace rehenes y supera en dificultad al Mundial, donde sobran la mitad, mero relleno con ínfulas, mientras aquí solo se añora un poco a Argentina y a Brasil.
Ahora toca Alemania, que suena más a Verdi que a Wagner, pescó a La Sirenita danesa sin mojarse demasiado y despliega un fútbol más sureño que centroeuropeo, como si el idilio de Von der Layen con Sánchez se hubiera trasladado a la nueva concepción del fútbol germano, más de seducir con bailes de Musiala, el Lamal teutón, que de invadir otra vez Polonia con tipos como Augenthaler.
Veremos qué pasa, las expectativas son tan altas que las decepciones pueden ser mayúsculas, pero no se adivina techo a un grupo de chavales que lo mismo te aprueban cuarto de la ESO que te abren una nueva era de victorias ilimitadas: si con 16 años tenemos estrellas mundiales y Cristiano ha llegado indemne a los cuarenta, podemos confiar en un ciclo exitoso de tres o cuatro mundiales, eurocopas y olimpiadas.
Que soñar es gratis, al menos hasta que al Ministerio de Hacienda se le ocurra legislar que la felicidad también tributa. No demos ideas, salvo a Biden. Probablemente él se olvide, como Georgia de Stalin y España de la nariz de Luis Enrique con Tassotti.