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Amancio Amaro

Amancio Amaro en su época como jugador del Real MadridEFE

«Don Santiago, ¿cómo me va a fichar si no hay un duro, no hay algún rico por ahí?»

El gran jugador blanco quería venir al Real Madrid como fuera y Bernabéu le contestó con gracia: «Sí, no te preocupes, tengo un rico que todavía no sabe que va a pagar tu fichaje, Muñoz Lusarreta»

El señor Hernández, utillero del Real Madrid, vivía a cien metros de mi casa, en Canillas, en lo que hoy es la calle Gomeznarro. Su hijo Miguel era un gran cámara de televisión española. Su otro hijo, Pepe, ha trabajado durante muchos años en el Real Madrid. El señor Hernández tenía muchas labores en el club y entre ellas las de limpiar las botas de las grandes estrellas del equipo. Yo le pedía a Pepe si podía darme algunas botas de Pirri o de Amancio, mis ídolos, pues cuando ya estaban viejas se quedaba con algunas de ellas como recuerdo. Las de Pirri me valían. Pero las de Amancio no. Una pena. Tenía un pie muy pequeño. «Una mano de oro en el pie», decía el señor Hernández.

Corría el año 66, y en esa primavera Amancio ganó la sexta Copa de Europa con el Real Madrid gracias a un golazo suyo. Cuatro años antes, el gallego había firmado como jugador madridista cuando no había un duro en las arcas de la casa blanca y la directiva se negaba a acometer un fichaje que Santiago Bernabéu llevó a cabo en contra de toda la Junta. Era el mes de julio de 1962 y el Barcelona quería contratar a ese joven que había sido máximo goleador de Segunda con el Deportivo de La Coruña. Bernabéu veía que perdía esa adquisición y engañó a sus directivos.

No se fue de vacaciones al Levante. Se marchó a La Coruña a conseguir a Amancio. Habló con el club blanquiazul y con el futbolista, al lado del hotel Riazor. El Real Madrid no tenía dinero en caja, aún se debían cinco millones de pesetas en sueldos a la plantilla, había otras deudas y el fichaje costaba doce millones. La Junta directiva madridista, sin su presidente, se estaba reuniendo en el estadio Bernabéu y decidió por unanimidad no fichar a Amancio ante la imposibilidad económica.

Don Santiago, en La Coruña, fue claro con Amaro Varela: «No hay un duro, pero vamos a hacerlo». El joven delantero contestó: «¿Don Santiago, y como me va a fichar si no hay un duro? ¿No hay un rico por ahí?». El presidente del Real Madrid, con un puro en la boca, atufándole de humo blanco para que se fuera acostumbrando, respondió: «Tengo un rico y no sabe todavía que va a pagar tu fichaje. Se llama Muñoz Lusarreta y le voy a llamar ahora mismo».

Lusarreta estaba con la directiva en el estadio de Chamartín votando «no» a la contratación. Bernabéu telefoneó y dijo a la Junta: «Señores, he fichado a Amancio». El silencio de la directiva reunida fue apoteósico. Todos habían votado en contra. En medio de ese silencio atronador salió Lusarreta y preguntó, sabedor de la sequía en las arcas: «¿Y quién lo va a pagar?». Y Don Santiago respondió: «Tú». Empresario de cines y teatros, Muñoz Lusarreta era el único que tenía liquidez para realizarlo. Lo hizo. Adelantó cinco millones de pesetas al Deportivo.

Amancio quedó anonadado ante la eficacia del presidente manchego: «Aquello fue increíble, Don Santiago parecía un gallego. Él sí que era un brujo. Comprendí desde el primer minuto por qué el Real Madrid se había convertido en la leyenda del fútbol mundial, porque al mando había un hombre adelantado a su tiempo».

Y Amancio se convirtió en una estrella del Real Madrid. Inteligente, socarrón, Amaro se erigió en una figura desde el principio. Compartía vestuario con Di Stéfano, Puskas, Santamaría y Gento, que le inyectaron en vena la ambición infinita de querer ganar siempre.

En 1964 ganó la primera Eurocopa de la selección española. Fíjense como eran aquellos tiempos que, tras conquistar ese gran trofeo para España, no hubo una fiesta majestuosa para celebrarlo. Isacio Calleja, el lateral izquierdo de nuestra selección, un defensa muy duro que se midió con Amancio durante más de una década en los derbis madrileños, contó que tras vencer en la Eurocopa en el Bernabéu se fue andando a casa y tardó una hora en llegar, luego de recorrer varios kilómetros.

Amancio le tomó el pelo cuando se lo relató días después, en ese duelo dialéctico permanente entre los rivales de la capital: «Eso te pasa por jugar en el equipo equivocado y no vivir cerca del mejor estadio del mundo. Yo tardé cinco minutos en llegar a casa». Calleja le dio una colleja al brujo coruñés. «Sin balón no te me escapas, gallego». Con la pelota, en los derbis, era su tortura.

Ese brujo fue protagonista dos años más tarde de la consecución de la sexta Copa de Europa del Real Madrid. Santiago Bernabéu le había fichado para recuperar ese reinado. Amancio marcó el primer tanto blanco ante el Partizan con una doble finta inolvidable. «Has tomado el relevo de Di Stéfano», le espetó don Santiago al festejar el éxito. «Eso son palabras mayores Don Santiago, lo que sí es verdad es que yo he aprendido mucho con Alfredo y con Paco Gento».

Amancio Amaro, a la izquierda, en un partido de la Copa de Europa con el Real Madrid

Amancio Amaro, a la izquierda, en un partido de la Copa de Europa con el Real MadridGTRES

Amancio fue el primero que descubrió las palabras míticas de Di Stéfano que Luis Aragonés hizo famosas décadas más tarde: «Fue Alfredo Di Stéfano quien dijo que el fútbol era ganar, ganar y ganar. Luis, que pertenecía al Real Madrid en aquellos años, escuchó como yo aquellas frases legendarias de Don Alfredo, que son la base del fútbol. Solo vale ganar, marcar goles, lo demás es cuento chino».

Máximo goleador de la Liga española en dos ocasiones, Balón de Bronce e integrante del equipo de la FIFA que se enfrentó a la gran Brasil de Pelé, Amancio pasó a ser entrenador del Real Madrid cuando colgó las botas. Fue el técnico que dirigió la quinta del Buitre que se convertiría en la nueva revolución del club, con Luis de Carlos como presidente. El coruñés de seda ostentaba con orgullo ser el único entrenador que ha ganado con un filial la Liga de Segunda División. Lo hizo con aquel excelso Castilla. Amancio ascendió con todo merecimiento a la dirección del primer equipo. Pero no tuvo suerte. La mezcla de los chavales del filial con los veteranos del primer equipo necesitaba tiempo. No quiso soportar las críticas de una afición impaciente. Dejó el cargo.

Esa gran mezcla funcionó un poco más tarde, al mando de Molowny. Gracioso, listo, Amancio era muy claro en sus opiniones. Nunca entendió el complejo del Atlético para no traspasar futbolistas al Real Madrid: «¿Por qué el Atlético no vende jugadores al Real Madrid si el futbolista quiere venir y el club necesita el dinero, pero no se atreve por las críticas de su afición? Lo están deseando vender y no lo hacen».

Lo decía delante de Luis Aragonés, de Calleja, de San Román, de Di Stéfano, de Gento, de Marquitos, de Santamaría, de Pachín y de Vicente en las comidas que manteníamos cada varios meses. «Eso es hipocresía», apostillaba. Luis, que compartió título de Pichichi con él a finales de los años sesenta, le contestaba: «Si os vendemos un goleador y después nos machaca en el Calderón se arma la marimorena en la grada».

Siempre recordaremos con gracejo una reacción de Amancio en una de esas comidas con jugadores del Real Madrid y del Atlético. Después del segundo plato, no era de postres, siempre quería fumar un buen puro. Esto sucedió ya en la época en la que no se podía fumar en los sitios cerrados y no había cigarros a la venta. «¿Pero es que no hay puros aquí? Si no hay puros en un restaurante es que no es un sitio decente». Las risas de Paco Gento eran incontrolables. «Amaro, es que ya no tienen puros porque ya no se puede fumar aquí dentro», le decía Di Stéfano. «Ese que lo ha prohibido seguro que se está fumando un puro ahora mismo», respondía sin consuelo.

La verdad, este periodista que les escribe estaba deseando que alguien del restaurante trajera unos puros, porque a mí también me gustaban. En mi cartera llevaba unos puros malos que me habían dado en una boda. Se los enseñé a Amaro y dijo: «Esos se los das a estos del Atleti». Y Calleja volvió a levantarse un año más tarde a darle dos collejas entre las risas de Pachín y de Gento.

Su peor momento futbolístico fue cuando aquel energúmeno de Fernández, el leñero del Granada, le clavó los tacos en el muslo en una entrada que debería considerarse atentado terrorista. «Yo estaba en la treintena y cuando vi la sangre con aquel color rojo tan negruzco temí lo peor», rememoraba Amancio con gravedad. «Creí que no podría volver a jugar y que me retiraría del fútbol. Gracias a Dios pude reaparecer y ganar títulos todavía».

Di Stéfano y Amancio nos concedían periódicamente unas conversaciones de enorme inteligencia. Amaro subrayaba siempre: «Un directivo del Deportivo dijo que yo no valía para el fútbol en mi primera prueba con ellos, a finales de los cincuenta. Pero no me hundí, seguí, porque yo creía en mí». Di Stéfano destacaba esa fe en uno mismo como clave para llegar, triunfar y ganar, ganar y ganar. Amancio nos dio una lección de sabiduría la última vez que le vimos: «A Julio Iglesias también le dijeron cuando era niño, en La Coruña, que no valía para cantar. Julio también es como yo, un hombre que cree en sí mismo. Les digo a los jóvenes que siempre crean en sí mismos y no se hundan porque alguien les diga que no valen».

Le digo adiós a un buen amigo, Amancio. Mi ídolo junto a Pirri. Perdonen, pero tengo que acabar con lo que me decía Amaro cuando yo le espetaba que eran mis dos iconos: «Menos rollo, Caperucita, que yo sé que en casa tenías la camiseta de Pirri, con el número cuatro, y no la mía». Era cierto.

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