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Kroos dejará el fútbol cuando finalice la EurocopaAFP

Toni Kroos, el jugador que controló el tiempo y domó a Europa

John Wooden, probablemente el mejor entrenador de baloncesto universitario de todos los tiempos, haciendo de druida, trataba de enseñar la pócima de ese juego a una interminable progenie de jugadores, y les decía algo muy simple, algo muy complejo. Les decía «Be quick, don´t hurry». Que fueran rápidos, pero sin prisa, que lo primero es pensar y luego actuar.

Wooden no conoció a Kroos, ni siquiera se dedicaban al mismo deporte, pero puede ser que fuese él, recogiendo su enseñanza, su mejor discípulo.

Toni es sentido de cadencia, de calma, de aparente encierro en sí mismo, como de hacer neurótica la realidad circundante, rivales, compañeros y agitación, como si jugara entornado, aislado en una campana de irrealidad. Todo gira, todo se mueve, todo está nervioso, todo figura caos salvo ellos.

Es como si la naturaleza le hubiera otorgado un superpoder, el poder de controlar el tiempo. Kroos se comporta como un metrónomo, un ritmo inalterable que el fútbol termina haciendo suyo, como un sinónimo.

En una era donde el ritmo del juego lo copa todo, donde la aceleración y la velocidad es el presente, donde se dice que los equipos sucumben en sus aventuras europeas por no adaptarse al ritmo que imponen los equipos de la Premier League, Kroos los ha dominado a todos, una tiranía, bajo un jugar rítmico, sin altos ni bajos, que lejos de ser lenta puede considerarse óptima. Como una respiración en calma.

Toni Kroos en un partido esta temporadaGTRES

Cuando en la Champions, la competición del miedo, el balón quemaba y los cimientos temblaban, el fútbol no ha conocido un mejor cloroformo que Toni Kroos. Han sido 15 años poniendo a Europa a jugar a su ritmo.

Toni nació como lo hacen las leyendas, a contracorriente, símbolo de la contracultura que se estaba apoderando del fútbol teutón. Kroos jugaba a cámara lenta, como antaño, en un ahora, el nuestro, de velocidad multiplicada, donde ni pestañear está permitido.

En sus inicios en el Bayer Leverkusen, siendo mediapunta, su gusto por bajar a recibir el balón, relacionado con su falta de agilidad para recibir entre líneas, le empujaron hacia atrás. Kroos quería ser el jugador que por la tele había visto ser a Platini o Netzer, en un fútbol que ya no pertenecía a ese prototipo.

Guardiola le entendió. Kroos era un centrocampista de base de la jugada, de recibir abajo y organizar al equipo, de dictar posesiones. Retrasando su posición, a Toni se le ahorraba el movimiento de tener que descender y el equipo ganaba un efectivo entre líneas. Kroos descubrió el rol con el que podría dominar la Champions League, pero en Múnich no le disfrutaron. Firmó por el Real Madrid.

Del Kroos que llega a la capital española al que se va a ir ahora ha transcurrido una década que el jugador, como esponja que es, ha aprovechado para absorber conocimientos y descubrir cada arista del juego. Allí, en sus primeros años, rodeado de Luka Modric, James Rodríguez o Isco Alarcón, el alemán descubrió el secreto que le elevaría a otra dimensión: cuanto más arriba se dé un pase bueno, más poderoso resulta el mismo. Kroos, que previamente había descubierto el paraíso en su nueva posición, se relajó dejando de buscar ganar metros con cada intervención, pero en Madrid, de la mano de Modric, recuperó un instinto que convertía cada pase suyo en una grieta en el sistema defensivo rival.

Es imposible explicar la última década de éxitos del Real Madrid sin referirse al papel capital de Kroos en la misma. En una competición como la Champions, donde siempre, en toda eliminatoria, hay momentos de descontrol y de verse sometido, tener a alguien capaz de bajarle revoluciones a los partidos, esconderle el balón al rival, involucrar a compañeros y ayudar a capear la tormenta es un as en la manga.

Kroos siempre dijo que no quería arrastrarse, retirarse cuando el fútbol ya le hubiese dejado, pero una cosa es esa y otra irse ahora, cuando ha firmado una temporada que ningún otro centrocampista en el panorama mundial ha sido capaz de replicar. Aún le quedan dos frentes, la final de la Champions y la Eurocopa, los objetivos finales en una carrera que lo ha conquistado todo, los trofeos y la opinión popular.

En una era que ha visto a los datos conquistarlo todo, en que la métrica avanzada desplaza al ojo del observador como si ya no importara, Kroos, en su divino misterio, ha devuelto al centro de la escena un sentido como errante, una prosa de frescor y de luz por recordar que el fútbol sigue siendo un juego inteligente, una de las bellas artes, una poética contra la fuerza bruta, una sinfonía.