Mejor hablemos del estadio
Hay esperanzas que nunca se deben perder y hay amores, que como el Bernabéu, de vez en cuando necesitan una renovación para seguir igual aunque mejor
Entre una cosa y otra, ponte bien y estate quieto las obras primero y la pandemia después, hacía demasiado tiempo que no pisaba el Bernabéu. Este miércoles, a esa hora en la que ya no es tarde ni tampoco noche, volví a entrar por una de esas puertas de Concha Espina que dan al fondo sur del único estadio del mundo que cambia para seguir igual. Pero mejor.
Hablaré del estadio por no escribir de la primera parte del partido. Y hablaré de Sergio que sentado a mi derecha, y con los primeros pitos del respetable, señalaba dibujando en el cielo esa clara línea que, asegura, une el Bernabéu con las Ventas. Dice que es como un cordón umbilical de ida y vuelta que lleva pasión, grandeza y exigencia, y que por eso, en uno y otro lado, el público parece el mismo aunque no lo sea.
Calamaro escribió una de sus canciones más bonitas y tristes dejando para los que quieran entender que «cuando era niño y conocí el Estadio Azteca me quedé duro -dice-, me aplastó ver al gigante. De grande, me volvió a pasar lo mismo, pero ya estaba duro mucho antes». Al final es lo de siempre, la vida pasada y presente se toca con los dedos en un estadio de fútbol. Pues eso, ya hemos hablado del estadio.
Y por no hablar de la segunda parte, para qué vamos a hacernos daño, diremos que de esta noche nos llevamos el gol 1.000 y el 1.001 del Madrid en Copa de Europa, que es como se llama la Champions en las casas de ley y orden; que Benzema tiene el honor de haberlos metido mereciéndolo y que, como me recordó Javi, sentado a mi izquierda, Hazard calentó en la banda como si fuera a jugar. Porque hay esperanzas que nunca se deben perder y hay amores, que como el Bernabéu, de vez en cuando necesitan una renovación para seguir igual aunque mejor. Al Madrid no le vale con ganar, qué le vamos a hacer, por eso es mejor hablar del estadio.