Un Madrid en caballería golea al Celtic y legitima el primer puesto de grupo

Venía con la necesidad el Madrid de ganar para ser primeros de grupo, y un penalti que convirtió Modric se lo concedió para no ir con urgencias, pero sí con reservas. Toni y Luka campeaban a lo grande, pasándosela desde lejísimos, cubriendo todo el campo y como avisándose con su silbo madridista y constituyendo un imperio centrocampista frente a las constantes incursiones celtas.

Asensio se movía hacia atrás y hacia adelante con una frescura juvenil que salpicaba, porque por su lado había un agujero de gusano en el que Rodrygo volaba como un superhéroe y a Vinicius se le doblaba la bota en el remate, quizá demasiado desmayado, por dos veces.

En una de esas extensiones del centrocampismo imperial, cuyo enlace era Rodrygo, llegó el segundo penalti. Una mano sin intención que en este mundo es penalti, pero penalti. Mucho más penalti que el que fue, parecido, pero poco, de Asensio contra el Girona en un escándalo reglamentario sin precedentes.

Un Elvis del balompié

Marcó el mismo Rodrygo, merecido lanzador, jugador extraordinario, especialísimo, diferente, poderoso y débil, contundente y delicado, todo el espectro como un Elvis del balompié. Tras el dos a cero escuchó el Madrid música para dormir durante unos minutos y aprovechó el Celtic para poner a trabajar a Courtois, que cuando se estira es como una enredadera, hiedra que cae entre la portería para que se pierdan en ella los balones.

No fue un taconazo, sino un suelazo de delante hacia atrás de Asensio lo que disparó a Rodrygo por la derecha. Dos luciérnagas juguetonas en la noche Marco y el brasileño radiante. Pasada la media hora se pitó un dudoso penalti a favor del Celtic. La internada y el corte de Mendy que tocó el esférico con su pie númida.

Lo que pasó después es que paró Courtois. Agachado, activando los relucientes muelles, esperó casi se diría que hasta que la pelota estaba ya a medio camino para despejarla durísimo y con tempo. Un tempo que resuena melódico. Se puede disparar duro y también parar duro, pero casi nadie puede hacerlo con la música del belga.

Vinicius probaba a hacer magia con criterio, pese a parecer una escena de Pelé en Evasión o Victoria. El día que le salga será como haberlo visto de adolescente en un cine de verano con la chica amada. Tras el descanso el público aplaudió al ídolo Benzema mientras este calentaba en la banda. Aguantaba el Madrid la pelota en el marcaje al hombre del Celtic, jugando sin problemas con Courtois, con amplitud de miras.

La estirada que luego fue en sentido contrario y el medio despeje ofensivo de Carvajal le sirvió a Asensio para marcar como él sabe, como él nació: casi envuelto entre paños en una escuadra del Camp Nou ante la atenta mirada de su matrona Piqué. Modric buscaba a Vinicius, que a su vez siempre busca. Asensio inició la jugada del cuarto, metiendo a Valverde hacia el precipicio, quien envió el balón medido a una altura constante, a treinta centímetros del suelo que fue lo que saltó el brasileño en su saltito de gacela joven.

El quinto y el del honor

Luego hubo una algarabía de cambios. Los del Celtic por darse el último chapuzón de la temporada, y los del Madrid para proteger y servir y para darle rodaje, yerba y amapolas a su Balón de Oro. Mientras las recogía, Lucas vio a Valverde que marcó el quinto, una cifra notable a pesar de este Madrid sobresaliente, con un disparo tan preciso como su asistencia anterior. Jota marcó el golazo de honor del Celtic a falta de cinco minutos en los que un Madrid revestido seguía buscando la belleza que encontró en detalles efímeros que fueron deshaciéndose para firmar otro primer puesto que se hizo esperar un poco más. Pero llegó.