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David Alaba disputa un balón.

David Alaba disputa un balón.EFE

Espanyol 2-Real Madrid 1

El Real Madrid se difumina

Los blancos, en visible decadencia, siguen líderes tras perder un partido que solo pudieron empatar al final

En el cuarto de hora que precedió al gol de Raúl de Tomás se vio a ese Madrid que se mueve como tras una sábana o mejor: tras una cortina de lino. No podemos verlo del todo bien, aunque la lateralidad de Alaba, el centralismo de Nacho o la aparición de Kroos podía dar la sensación de nitidez. Militao lejos y Alaba superado por el pasador igual que Lucas Vázquez para que R.D.T. sacara la ganzúa como el Vaquilla.

Qué bien juegan todos los equipos contra el Madrid. O quizá sea que el Madrid por momentos no juega como avisan los detalles de sus jugadores. Parece que juegan contra experimentados ladrones de coches. En la transmisión alguien decía que el empujón en carrera de Embarba a Lucas era la típica pugna. Lo típico, siempre lo típico.

No tenía lados el Madrid, como empeñado en ir por el centro, donde ya nunca hay sitio para aparcar. Vinicius por su izquierda era como el recodo de un arroyo transparente y limpio y corriente alumbrado por el sol. Y solitario. Lo mismo que Benzema y que Valverde y casi cada uno de los jugadores del Madrid. Un comando desplegado, demasiado desplegado. Tanto como si no pudieran verse (o peor, como si no se conocieran en cada nuevo ecosistema de Carletto) en medio de un bosque lleno de peligros. De navajeros.

Tuvo que ser expulsado un Embarba casi frenético tras un derribo con amarilla ya en el coleto. Pero no lo fue. Sí fue preciosa la curva dibujada por Alaba en un lanzamiento de falta en el 41 que remató fuera Militao. Cada vez que el locutor decía Keidi Bare a mí me salía decir Jungle Boogie dos veces, como los Kool & The Gang.

No volvió Camavinga y apareció Rodrygo en su lugar. El joven francés había estado perdido en el bosque y fue encontrado sucio y desorientado en el banquillo. También herido en el empeine. Por Embarba. Militao remató un balón tras el saque de esquina que no entró en la portería de Diego López por nada.

No había nadie de blanco en el círculo central. Ni por los alrededores. Eso significaba que el Madrid no pasaba de medio campo, salvo por el aire, y que el Espanyol campeaba y se posicionaba en la zona casi con las hamacas y la nevera a cuestas. Todo el centrocampismo madridista en un cuarto o los tres cuartos del campo. Los dos cuartos eran la alfombrilla roja de los pericos, donde Aleix Vidal se hizo una foto con Nacho y luego marcó el segundo para los locales.

Se fueron Modric y Kroos a cambio de Jovic y Casemiro. El croata seguía buscándose a sí mismo en el banquillo, casi contándose los dedos, mientras el alemán salía impoluto. No llegó el tercero con Darde, que avanzaba por el desierto de sal, gracias a la intimidación de las alas del belga. Las inmediaciones del área madridista eran la casa del Espanyol. Una ciudad dormitorio con sus parques y jardines.

Benzema era Di Stéfano

Avisó Benzema con El Lago de los Cisnes en el área españolista, representación que fue cancelada por fuera de juego. Y luego en el 70 ya marcó un poco a lo Nazario al correr hacia delante y luego girando en perpendicular hasta hallar el claro por donde empezó a respirar el Madrid. Tarde. Demasiado tarde, aunque nunca lo sea.

Ahora estaba el Madrid en el asedio. El sitio como de corneta. Jugándosela atrás a la ruleta, pero igual que había estado haciendo todo el encuentro a pesar del cambio de carácter posicional. Pudo empatar Alaba de falta y Benzema en una parábola (que pudo ser bíblica) de cabeza. Rodrygo y su liviandad le daba un poco de brisa, una débil esperanza, al ataque del Madrid.

Benzema era Di Stéfano. La pared con Hazard fue un destello, el efímero brillo previo a un golazo del belga que no subió al marcador. El francés estaba adelantado medio segundo antes. Se golpeaba las manos. Ese era el Madrid llevado en volandas por su capitain, cuyo arrebato de furia nada más pudo hacer.

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