Benzema apuntala el liderato del Madrid

Garbiñe Muguruza en el círculo central provocaba la sonrisa taimada del gato. Mendy parecía uno, de hecho, saliendo por la banda de entre una manada de leones como de entre los cubos de un callejón oscuro. Por ese callejón merodeaba Vinicius, que desde hace un tiempo juega en el último tercio desde donde ya se ha visto que provoca movimientos tectónicos e incluso fenómenos paranormales. Un pequeño temblor ensayó en el minuto seis con un pase de parábola casi recta que remató Benzema tumbándose con una copa en una mano y en la otra una camiseta.

Antes había rematado Asensio con la zurda y la pelota perdiéndose entre las cajas y las bolsas. Vinicius se estira tanto que es imposible llegar a él. Es un jugador estirable porque acelera tan rápido que el Vinicius que arranca todavía permanece donde arrancó a pesar de que ya no está ahí sino lejos, al borde un precipicio o flotando sobre él. Casi una máquina del tiempo. Benzema la subía y la bajaba en el área contraria como un malabarista en un semáforo.

El balón atravesaba defensores como si fueran fantasmas. La rapidez del Madrid era ver fútbol a través de la ventana de un tren. Pueblos y pueblos blancos, recuerdos, vida. Militao ahí abajo era como la raqueta de ping-pong de Forrest Gump. Un pie suyo a un remate franco de Iñaki Williams que no se vio desvió el remate del bilbaíno. La sutileza hasta en la defensa. El defensa elegante que desvía pelotas sin ensuciarse las polainas como el malo de Con Faldas y a lo Loco.

Se salvaba el Madrid en una maraña que no acertaba Raúl García. Benzema se atrevió desde lejos. Con qué no se atreve ese juego pasado, esa fiesta perpetua de Jep Gambardella que ya parece un anuncio de colonia de Jean Paul Gaultier. Lo probaba Kroos también desde fuera, como si se hubieran quedado un poco atrás desde el inicio. Y era verdad. Había subido el Athletic y el Madrid se impacientaba en alcanzar el barrio de Unai Simón. Por tres veces tuvo que palmear Simón para atrapar el disparo, otro de Toni, hasta que Vinicius tiró del mantel, dejándolo todo perdido, para centrar a Asensio, que chutó cruzado y muy bien, tan bien que Unai no pudo retenerla y en su lugar lo hizo Lukita, que sencillamente la dejó para que la empujara Benzema.

«El Cossíus»

Trataba el Madrid como de desperezarse en la segunda parte, cuyos comienzos, como las películas, nunca fueron buenos. Zárraga disparó a la derecha de Courtois con peligro. Movieron los mofletes los locales, al fin. Fue Vinicius con un bonito cambio de lado, primero, y luego con la porfía habitual, una especie de recarga del saldo de sus maravillas. Casemiro es el quinto central, como el quinto Beatle que viene a tocar cuando se le necesita. El efecto del rey Kroos en la frontal casi fue el segundo.

Se fue animando el Athletic y mustiándose un poco el Madrid. Funcionaba la defensa in extremis. Siempre hay una pierna o un pie cuando se le necesita, hasta que no lo hay. Pero lo había. Superado el trance empezó a repartir el Madrid por arriba y por largo. No se sabe lo que hizo Vinicius en el 65. La retuvo, se la echó hacia delante, se la pasó por detrás: una chicuelina futbolera. Fue el anticipo del regate sin tocar, como una barca o una tabla en la corriente. Qué colección de quites tiene Vinicius: el Cossíus.

La defensa invisible volvió a funcionar, como si les dejaran acercarse hasta casi el bocado final y en el último momento les quitaran el pastel de la mismísima boca. La ovación de despedida de Kroos fue casi la de Butragueño cuando Matías Prats padre dijo en su homenaje: «Gritad conmigo: ¡Buitre, Buitre, Buitre!». Y la defensa de susto volvió a aparecer: Pesadilla en Bilbao Street VIII. O IX. Y hasta X.