Un Real Madrid absoluto impone su ley en Anoeta

La única claridad de los primeros cinco minutos era Vinicius. Era como darle golpes a una televisión antigua y que sólo apareciese en imagen el brasileño. Lo demás era todo nieve, como en Poltergeist. Luego la claridad de Vinicius iluminó a Benzema y Benzema a Rodrygo, cuyo juego tiene la cualidad de un arroyo en primavera. Benzema se la pasó entre líneas y Rodry, que parece que siempre va por la orilla a pescar, se quedó allí quieto, después de avanzar en el área, casi como mirando el sol igual que Huckleberry entre las copas de los árboles.

Una belleza como la iluminación de Militao levantando la pierna sin mirar en el remate de Isak. Imanol había ordenado cazar, y en la carrera se lastimó el mejor jugador del mundo. Una baja desoladora llena de incertidumbre y miedo. Pero hablamos del Madrid. El mando ofensivo parecieron cogerlo de inmediato los dos extremos, como reprotagonizándose, haciendo redondo el campo como la tierra para que Jovic quedara bien arriba como el principito en su planeta. Por esos surcos laterales horadaban la yerba Vinicius y Rodrygo.

El centro del campo madridista era un cepo, un comecocos. Se alejaba de él por los lados la Real con un Oyarzabal inspirado. En realidad, lo estaban todos los realistas, pero las esquinas quedaban lejos de la portería con el centro bien guardado y con un Militao haciendo genialidades defensivas. Los locales eran una noria y el Madrid el operario. La noria no funciona si no le da al botón el operario, y el protagonista era Militao, para hacernos una idea de por dónde iban los tiros.

Sorloth, nombre de mago medieval, hacía aparecer piedras con musgo y niebla. Vini dejó una falta preparada con un recorte. La sacó Kroos en fallo inusual que medio salvó Modric con su pierna de gancho de estibador sin lograr parar una contra que Mendy siguió y paró con poderío para finalizar la primera parte.

'Apocalipse Now'

Dos minutos después de la reanudación llegó el latigazo de Vinicius. Habilitado por Casemiro, de fuera a dentro, con Jovic flotando de boya, se la metió al serbio entre líneas que la aguantó en un círculo como de hada para devolvérsela a Vini, que ya no falla. Hay en Jovic un retenedor, una caja fuerte de supermercado. Uno llega, le deja la pelota a Jovic en el área, entra, hace la compra y, cuando sale, Jovic se la devuelve. Eso es un mar de posibilidades. Un invento.

Lo que le faltaba a Vini era defender como ataca. Rodrygo era Huck y también Tom Sawyer, y el madridismo la felicidad viendo fútbol como leyendo a Mark Twain. Por esa banda Rodryguista llegó la falta que remató Casemiro por encima del Cristo de Corcovado y al bote y en plancha metió la cabeza Jovic para marcar el segundo. Con qué amor le palmeaba Alaba los mofletes de acero. El Madrid desequilibraba mentalmente a la Real. Jovic era una caja de supermercado o un aparcacoches al que dejarle las llaves de la pelota.

El típico aparcacoches que antes de aparcar hace unos trompos y al salir, echando al aire las llaves, sonríe a los colegas. Lanzaba Militao, bajo la atenta tutoría de Alaba, los contraataques. Esas bandas vertiginosas dejaban atrás a los blanquiazules. Un Madrid como una manada de lobos siempre rodeando a la presa en defensa y dispersándose al ataque como una caballería, como los helicópteros y las valquirias de Wagner en Apocalipse Now. Camavinga, recién salido, despejaba, cortaba: Eduardo Manostijeras, que también se ofrecía en el centro para repartir. Un prodigio Camavinga, de una polivalencia mágica, como mágica fue la actuación de Militao y de Rodrygo y de Vinicius y de Jovic y de un Madrid absoluto, casi absolutista, feliz y libre y líder.