La olimpiada de naranjitoAntonio R. Naranjo

Carolina Marín, nadie se merece tanto pasar a la historia con honores

Nadie tiene tan mala suerte, pero nadie se merece tanto pasar a la historia con honores

Aunque Borges pedía que se inventara un deporte en el que nadie ganara, Umbral tenía razón al calificarlo de una estlización de la guerra, especialmente cuando se compite bajo bandera y las viejas cuitas de la historia llenan de gasolina el depósito de la revancha.

No hay nada más bello que una victoria ante Francia o Inglaterra, si eres español, ni nada más cruel que una derrota como la de la Armada Invencible, por los mismos elementos que quebraron la rodilla de Carolina Marín, que es Agustina de Aragón, Manuela Malasaña e Isabel la Católica a la vez, pero tiene la mala suerte de Juana la Loca.

Tres o cuatro lesiones muy graves, la última en directo, con su madre en la grada y España llorando con ella, de ella y por ella, dibujan un cuadro aparentemente siniestro, de infortunio y malditismo, como si el destino de la mejor fuera el peor imaginable por un mal de ojo indescifrable.

Y sin embargo, la gesta de Carolina es insuperable y puntúa por tres oros, aunque quizá ella no lo sepa aún y tarde en entenderlo.

En un mundo donde todos los premios son materiales y por tanto mortales, solo ella será recordada para siempre por una jugada temible que le arrebató el éxito pero le regaló la posteridad. Todas las demás jugarán partidos y las elegidas los ganarán, pero sólo ella alcanzará la eternidad por la prodigiosa mala suerte que alcanzan los elegidos. No llores, niña, que eres la única y la mejor y ese título no está en disputa.