Paula Andrade

El perfil

Leo Messi, el niño bajito que quiso ser Maradona

Un poco bajito, pero cómo juega al fútbol. Leo Messi podía haber sido un niño argentino más, uno de los miles que pasan el rato en campos de tierra, que sueñan con ser futbolistas y ven el fútbol por televisión. Podía haber sido un anónimo, uno que viera desde casa la final del Mundial, muy probablemente sin Argentina. Podía no haber sido nadie, pero aquel niño de Rosario tenía algo en sus piernas, en las dos. Magia en la zurda y talento en la derecha. Con las dos escribió un capítulo indispensable en la historia del fútbol. Quizás el más importante.

Un día de san Juan veía la luz Lionel Andrés Messi. 1987. Un año antes había triunfado el hombre que, sin quererlo, iba a estar vinculado de por vida a ese niño. México 86 coronó a Maradona como el mejor de todos los tiempos, el genio que ganó él solo un Mundial. Una de las mayores exhibiciones futbolísticas de la historia. Puede que la mayor y, para muchos, algo irrepetible.

Al menos hasta que llegó Messi. No podía ser otro. El único que podía hacer algo parecido era el heredero natural de Maradona, aquel niño que creció con el 10 de una leyenda a la espalda y llegó a la Albiceleste para lucir como nadie ese 10. Ese chaval al que le diagnosticaron un déficit en la hormona del crecimiento cuando cumplió 10 años. Siempre unido al 10. Por entonces jugaba en las categorías inferiores del Newell's Old Boys y era la mayor promesa que había visto nunca el club. Pero demasiado bajito.

La intervención del doctor Diego Schwarzstein fue crucial. Sin el tratamiento con hormonas al que le sometió, Messi probablemente no hubiera pasado del metro y medio y gracias a él alcanzó el 1,70. Vale que no es Tkachenko, pero tampoco Muggsy Bogues. No fue barato llevarlo a cabo precisamente, a razón de 1.200 euros al mes, una inversión inasumible para el 99 % de las familias argentinas.

Qué habría sido del fútbol –y de Argentina– si no hubieran aprobado aquella medicación. Messi ha batido (casi) todos los récords, ha levantado todos los títulos y puede decir que mira de tú a tú a los grandes del fútbol. Pelé fue el mejor goleador y ganó tres Mundiales, Maradona fue un hombre pegado a un balón y logró uno y Messi era simplemente Messi hasta Qatar 2022. Se ha coronado, como lo hizo Maradona en 1986, con un equipo que no daba la talla y que dependía de él.

Referente de una generación

Igual que el malogrado astro se lució en aquel mítico partido de cuartos en el que metió la mano ante Inglaterra, Messi lo hizo ante Croacia en semifinales. Quizás una de sus mayores exhibiciones sobre el césped –y no han sido pocas en su carrera– para llevar a su selección a una final, pero antes ya la había rescatado de la ruina ante México. Tras la derrota en el debut con Arabia Saudí, los argentinos temblaban y solo el capitán tiraba del equipo, de la selección, del país. Su gol calmó los nervios y todo fue diferente. Sin aquel disparo Argentina no se habría recompuesto y no habría pasado la fase de grupos, sin aquel disparo Argentina todo habría sido diferente. Y sin Messi la final también habría sido distinta.

Messi ya es una leyenda. Lo era incluso antes de coronarse campeón. Ha conseguido ser la ilusión de un país y la esperanza de una nación. No hay aficionado al fútbol en Argentina que no vista la remera de Messi, ya sea original, falsificada o pintada. Y no hay argentinos sin afición al fútbol. Messi marcó a los de su generación con la pierna izquierda y a los que vieron a Maradona con la derecha, porque Argentina no sería Argentina sin Messi. Y Messi no habría sido Messi sin la eterna comparación con Maradona y su ambición por ser el mejor 10.